Trescientas letras, Tres historias

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

INÉS  

Cuando Inés, cincuentona de cuerpo insensible, hacia arriba, extendía sus manos, recordaba la estival mañana en la que su madre incineró dos bolas de periódico y las colocó en sus palmas hasta que desaparezcan. Todavía siente ardor, dolor, rencor. Inés no comprendió su culpa, sino por las llamas. Con apenas catorce años fue descubierta por los vecinos, acariciándose furtivamente las mamas y las nalgas, mientras lavaba su cuerpo en el dique del pueblo. Explicaciones sobran para el irreversible castigo de la noche en que, los mismos vecinos, halláronla entregándose a los amores de un mancebo. Todavía siente ardor, dolor, rencor.

OMAR

La tenía recostada ante sí, desnuda, preciosa, abierta de piernas y corazón; sin embargo, cada vez que se disponía hacia la femenina figura, su juvenil y erecto miembro se rehusaba a penetrar en sus húmedos adentros. Casi cumplidos cinco años, Omar cargaba un bolso más grande que su espalda, repleto de punzones, pinturas, acuarelas y hojas; tela que, al igual que la de sus pantalones, se partió cuando el tendero lo forzó, ahí mismo, fuera de la escuela, detrás de la maleza. Fue a casa lloroso, punzado, rayado, sucio, salpicado de colores y ensangrentado en sus pueriles y despellejados honores.

LALA

Común era encontrarla con su dominical vestido y su sombrero de ala ancha que dejaba ver su cabello, lo tenía incluso más arriba de los hombros, hallarla en el silente cementerio, apegada a la tumba de su madre, quien partió temprano, la abandonó a sus diez y siete; era Lala abrazada al frío mármol, hablándole, suplicándole -a frescos restos- que vuelva, renegando de la voluntad de Dios y de sus misteriosos caminos; luego, arrepintiéndose, haciéndose cruces entre gimoteos y sollozos. En casa, a la espera, el padre empecinado a la copa y una larga fila de menores. Ella jamás regresó.

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