Corredor
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
En la primera planta, el estrecho y largo corredor me encierra entre sus despintadas paredes, sus añejas puertas y cada una de las frías y vacías estancias que lo rodean. Camino a paso lento sobre su liso piso, percibo ese aroma a limpieza vetusta, a cera de antaño. Volteo de tanto en tanto, aparece un cuadro anónimo de un paisaje otoñal, pintura que por alguna extraña razón remoja mis cuencas; luego, encontrome con una costura de la madre celestial, de velo celeste, circundada por un aura dorada, enmarcada en la pared menos ancha de todo el corredor. En uno de los extremos hay un ventanal ornamentado que da al patio, arreglos florales que solían ser coloridos y joviales, ahora, las flores sintéticas aparentan fúnebres, marchitos y silentes pasillos. Fue en este corredor que un par de veteranos aplaudieron mis primeros pasos, viejos que, a día de hoy, no transitan más por estos andares. Abuelo, llamo a quien, desde el piso de arriba, hace rechinar la madera con sus cansadas manos y dos tristes ruedas mientras él va sobre una silla; abuela, llamo a la incansable mujer rapada que me mira, acostada, desde sus aposentos, en palabras de su marido, con los ojos más nobles del mundo. Miedo me produce el salir del pasillo y enfrentarme a las escaleras, las que me alejan del corredor, las que me separan de felices memorias, las que me muestran, más que el ascenso, el deceso, el ocaso de la vida, pero iré, iré a por ellos.