Barrera

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

¨Tres de barrera¨, porque así lo dicta la ley sagrada -no escrita- de la cancha que, entre tantos y cuantos montículos cafés, dejaba ver reminiscencias de un fecundo verde que ha soportado el embate de los balones, de las pisadas y de los años. ¨A cinco pasos de la bola¨, porque así siempre ha sido y siempre será, se colocaron tres mancebos para hacerle frente al francotirador –Peluca larga– del otro lado, quien, manos en la cintura, sudor en la frente proveniente de sus alocados y engominados cabellos, mocos en la nariz y calzado de suela, veía, como si se tratase de un imposible ejercicio matemático, al desgastado esférico, calculaba en qué parte del trapo redondo clavar su punta de cuero a fin de gritar y dedicar la anotación a la bonita del salón que miraba, disimulada, el partido, revolviéndose el cabello, para, además de cubrirse aquellos puntos rojos propios de la pubertad, llamar la atención de su jugador estrella. Los tres del frente: Chiqui, el más alto; Pirata, por su heterocromía y Casi guapo, porque casi era guapo, aguardaban el pelotazo con la diestra cruzada sobre su hombro y su siniestra en los genitales.  

Lo acaecido con posterioridad raya en la extravagancia. Chiqui y Pirata a limpias trompadas contra los del otro partido, los más grandes, los del último curso. Ellos, los amos y señores de toda la escuela, no permitieron que Peluca larga cobre tranquilo su tiro libre, debido a que, a su buen criterio, yardas atrás había tocado, con la mano, intencionalmente, su balón, hecho que impidió un reverendo golazo. Eso fue motivo suficiente para que la cancha más café que verde se transformara en un campo de reyerta medieval. Era como decía el triste caballero de compungida figura: ¨El gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al pato¨. La querella campal fue un evento histórico, digno de retratarlo, como lo han hecho a lo largo de las centurias con las grandes batallas. Nadie pudo detener la aguerrida contienda. Mientras las riñas se intensificaban, la bonita del salón y coqueta cabellera buscaba desesperada, con agónica mirada, a su amadísimo Peluca larga, quien, recostado sobre la tierra, en posición fetal, recibía generosos puntapiés.

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