La corrupción moral. Enemigo íntimo

Por: José R. Reyes Ávila, Abogado
Honduras

Cuando vemos a nuestro alrededor ¿cómo funcionan las cosas en nuestras sociedades? la opinión colectiva habitual es, que ¡funciona mal! y que la corrupción campa a sus anchas y no hay forma humana de controlarla; esa es la percepción general. Son muchos los que se dedican a “luchar contra la corrupción en este continente”, pero sus aportaciones siempre son fragmentarias y suelen dejar de lado el origen del mal; la corrupción moral.

¿En qué consiste? Podemos decir que la corrupción moral tiene que ver, con el hecho de romper consciente o inconscientemente con los valores y normas internas que deben de guiar nuestra conducta dentro de la sociedad. Es el inicio de la gran corrupción. El ciudadano que deambula por este mundo tiene dos opciones: o bien tener principios y valores que le permitan actuar como persona virtuosa o contrario sensu, moverse sustentado en antivalores y “fines” y comportarse como un verdadero sátrapa; esto dependerá lógicamente de su estructura moral; cada uno decide lo correcto.

Existen muchos valores morales, pero señalaré tres, que pueden marcar la diferencia entre una persona altamente corrupta y otra que no lo es. Estos valores funcionan como “frenos personales o colectivos” y los desarrollamos a lo largo de nuestra vida para actuar socialmente y son: libertad, respeto y honestidad.

El valor de la libertad implica saber cuál es la propia y la ajena, distinguir límites en un sentido o en otro y frente a la colectividad.  Por otra parte, el valor respeto empieza por la veneración familiar, obediencia a las autoridades, sociedad y viceversa y finalmente el respeto a uno mismo. El valor honestidad es el comportamiento que implica el actuar de forma “decente, decorosa, justa, proba, recta y honrada”.

Desde un inicio, el niño aprende y asimila estos y otros valores, vive y convive con ellos, los hace propios y actúa de conformidad a estos. El adolescente irá sumando o desechando más virtudes donadas por: la escuela, la iglesia, la universidad y los amigos. Después se convertirá en hombre y tiene dos opciones: ser una persona con valores y moverse por el mundo con rectitud y respeto, por aquello que le rodea o traicionar esos valores y principios, que le fueron implantados durante su existencia; y vivir como una escoria. Al adulto mayor le toca ver por el retrovisor de la vida y contemplar lo que ha dejado a su paso ¿qué tipo de personas ha heredado a este mundo? seres ejemplares o no tan ejemplares. Lo que sí está claro, es que, su legado perdurará por mucho tiempo. Imagine usted, las peores malas costumbres y hábitos en la vida privada y pública transmitidos de padres a hijos y estos a nietos durante ochenta años. ¿Qué puede aportar eso a la sociedad?… usted tiene la respuesta.

Una sociedad libre, igualitaria y honesta está sustentada en principios y los primeros son los que se reciben en casa, son la base del edificio ético-moral de la persona, estos condicionarán de por vida a la persona a la hora de hacer negocios; ser integro debe ser la misión.

Solo se puede aspirar a la justicia y a la ecuanimidad en una sociedad, si esta tiene seres humanos con principios morales y éticos sólidos, jamás veremos la bondad de la justicia si esta esta sustentada en “la corrupción moral” de aquellos encargados de impartirla. Entonces, la libertad, el respeto y la honestidad jamás serán la norma, serán la excepción, una cosa exótica de gente “rara” y complicada.

Los principios nos permiten distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto, lo honesto de lo deshonesto, la libertad del encierro, el respeto del irrespeto; y a comprender la justicia desde muy temprana edad. Si la mayoría ciudadana comparte valores la vida es más llevadera, pero si no los comparte la cosa cambia. Si los dueños de los antivalores dirigen una sociedad, todo se desvirtúa… la justicia, el derecho, la libertad, la igualdad etc.… El Estado carecerá de sentido y prevalecerán los antivalores como corrupción, irrespeto, injusticia, deslealtad etc.

Entonces, un país libre de corrupción será un Estado de bienestar respetuoso de los ciudadanos y sus derechos; una sociedad con valores y no de antivalores.  El ejemplo de Dinamarca resulta apropiado, es el país menos corrupto del mundo, según el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional, tiene como uno de sus valores principales ¡la igualdad!

El igualitarismo es un pilar de la sociedad danesa, muy dominada por la llamada “Ley de Jante”, una especie de costumbre, de acuerdo con la cual, ningún ciudadano debe sobresalir ni sentirse superior a sus conciudadanos. Es por ello, poco frecuente dirigirse a las personas con otro apelativo que no sea su nombre de pila, sin recurrir a los títulos o cargos que la persona puede tener. Asimismo, esto se traduce en un comportamiento colectivo que busca la ecuanimidad de la sociedad; un valor moral colectivo de uso práctico. 

En nuestros países no dejamos de buscar fórmulas para luchar contra la corrupción, procedimientos judiciales, infinidad de normas administrativas, comisiones, tribunales especiales y un largo etcétera de “ilusión normativa” y de discursos fáciles. Todo tiene un origen en la lucha contra la corrupción y los valores son origen y medio para derrotar a la peor corrupción moral. “Hoy en día la gente sabe cuál es el precio de todo y el valor de nada”, Oscar Wilde.

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