Cajas musicales

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

El cadavérico rostro de Víctor yacía sobre una blanquecina almohada, tenía más de una sonda inveterada a su cuerpo, estaba desahuciado, sencillamente esperaba, agonizante, la muerte; aquella huesuda mujer aguardaba serena el momento indicado. Hace días que no abría los ojos, solo una ronca, espeluznante e intermitente respiración daba testimonio de su escasa vida. Su faz, realmente, tenía el talante de un cadáver: sienes hundidas, cutis acartonado, hueso en las mejillas, más pellejo que carne, frágil cabello, apenas dos dientes que sobresalían de sus labios inferiores. Ninguna oración alteró, en lo mínimo, su inexpresión, su deceso era evidente, era un muerto con vida, llevaba una vida de muerto. Aun así, en algún lugar de sus vericuetos recuerdos, asomaba la diáfana escena cuando, hace décadas, regresaba a casa, tras meses de abrir minas en algún punto perdido de la Amazonía.

En el piso que rentaban al señor Maposo, lo esperaban impacientes su niño, su niña -que se llevaban apenas un año de diferencia- y su mujer, quien nació en la efeméride veinte y tanto de Víctor. Humberto Maposo, el viejo arrendatario, jamás olvidó a esta familia. En su mente sobrevivieron siempre los llantos imperecederos del par de niños. Lloros diurnos y nocturnos. Maposo, de tanto en tanto, solía espiar por la ventana a las ¨cajas musicales¨, apodo al que los hijos de Víctor se hicieron acreedores por sus constantes rabietas y lágrimas infinitas. Es que ese dueto chillaba por todo, por absolutamente todo. La madre, ya rendida ante la infelicidad y desgracia, optó por acostumbrar sus oídos a la ininterrumpida bulla que las cuerdas vocales de sus criaturas evocaban de forma tan descarada e insoportable. Maposo, en todo el tiempo en el que las ¨cajas musicales¨ fueron sus inquilinos, no concilió buen sueño, quizá esa fue la razón de su posterior locura y su dramático suicidio, el no dormir mata. El niño y la niña, vaya Dios a saber por qué, cesaban su llanto exclusivamente cuando Víctor estaba en casa.

Así rememoraba Víctor las efímeras visitas a sus retoños: como el padre que calmaba los nervios y secaba los torrentes de sus amados hijos. ¨Las cajas musicales¨ crecieron, Víctor decreció, la mujer se mantuvo igual. La excesiva toma de malas decisiones y otras sustancias llevaron a Víctor a estar ahí, recostado sobre la almohada blanquecina, sin esperanza alguna. Sus hijos, pese a estar junto a su padre, rindieron homenaje a su pueril sobrenombre. Víctor, desde el más allá, al escuchar la llorera de las ¨cajas musicales¨ esbozó una disimulada sonrisa y, tranquilo, expiró.    

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