La clave de casi todo
Por: Psi. Pedro C. Martínez Suárez, PhD.
Recuerdo algunos carteles que se hicieron célebres hace años en España, me refiero a “pintadas” en las paredes y a veces grafitis es los que se decía: “Solo Cristo Salva”. Sinceramente, yo hubiera puesto a continuación “tengo mis dudas”. Lo que no me deja lugar a incerteza es que una madre que lee es un salvavidas para su hijo. Tuve esa suerte y el catalizador oportuno, en la preadolescencia, de ser el mejor amigo, en aquel momento, del que ha sido posteriormente corresponsal económico del diario sepia “Expansión” en Washington y primo de un licenciado en bellas artes que dejó caer en mis manos algunos de sus preciados tesoros, como “Rayuela” de Cortazar. Me quedé definitivamente epatado con aquellas lecturas, también las juveniles, como “Los cinco”, hasta altas horas de la madrugada. Años más tardes, siendo ya asiduo lector me enamoré de las clases de Gustavo Bueno, Cepedal, Vidal Peña, López-Cerezo y David Alvargonzález, entre otros. Mis mejores recuerdos al final de la carrera son ya en el área de Psicología, especialmente en las bibliotecas de la Facultad de Medicina y del psiquiátrico de Oviedo, popularmente conocido como la Cadellada, donde me perdí tantas veces en lecturas como “Anatomía de la melancolía” de Burton.
Si algo bueno tiene España es que la gente lee como si no hubiera mañana, con pasión, como los nórdicos, pero con pasión. Y entonces, le pregunté a mi anciana madre, ¿qué lees Aúrea? Y me contestó –“J.P. O’Conell, Portofino, 1926, una historia de superación personal”. Será que tal vez ella, como emigrante por quince años, se siente identificada con las historias en las que el ser humano debe sorprenderse a sí mismo, convirtiendo la vida en un reto tras otro. Nunca me gustó esa literatura, ni la religiosa, que mi madre guarda siempre cerca, para su solaz, y que lee con fruición, pero lo que importa es que mi madre lee por placer y ese hábito convierte a uno en un copycat. Hoy en día, uno asiste, con dolor, a la extinción del libro físico y ya resulta un goce para eruditos y élites intelectuales el recrearse con un olor a libro viejo, a veces cuesta una ristra de estornudos. Aún me entusiasma pasar las hojas con delicadeza, deleitarme con esa lectura a vuelapluma para descubrir el punto de enganche de cada lectura, que como diría Lacan, es un lazo, con el otro. Es frenesí, es conexión con varios “uno mismo”, leer es reeditar la locura y parafraseando a Lewis Carroll es perder la cabeza, cambiar varias veces de identidad en cada personaje. Leer por recursivo amor a la lectura. Hoy he podido por fin enterrarme en mis viejos libros. Esa es la clave de casi todo.