Se acabó lo bonito
Por: Psi. Pedro C. Martínez Suárez, PhD.
Vicerrector de Investigación Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)
“En una época de cambios radicales, el futuro es de los que siguen aprendiendo, los que ya aprendieron, se encuentran equipados para vivir en un mundo que ya no existe”
Eric Hoffer
Llama la atención el poco ruido generado, al menos en el ámbito universitario, por la publicación por parte del Ministerio de Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información, sobre la llamada popularmente “Universidad Google”; su director Matt Wursta lo denomina “Academia Wursta o Wursta Academy”. En varios medios en que aparece la misma noticia se detalla que: la institución se ha localizado en El Pajonal, en Manabí, la inversión inicial parece modesta, 5 millones de dólares, con la también prudente oferta formativa en “Arquitectos de la Nube”, 24 inicialmente, en año y medio y 100 con posterioridad. La “Universidad Google” es la primera de sus características en LATAM y eligió Ecuador para instalarse.
Al margen de la novelería y memes que se puedan desatar sobre la noticia susodicha, debe tenerse en cuenta que las Universitas Magistrorum et Scholarium (Comunidad de Maestros y Escolares) como se denominó a las universidades originalmente en el siglo XIII, y en general, las instituciones del medievo, giraron en torno a la Filosofía, la Teología, el Derecho o la Medicina. Aun se mantiene el espíritu de las carreras de Derecho y Medicina, sin embargo, después de la revolución industrial la universidad sufre una gran transformación y se hace muy dependiente del capital, no olvidemos que las mejores universidades del mundo son norteamericanas y su dominio es apabullante. Universidades éstas creadas en el s. XVI que no tuvieron mayor trascendencia hasta después de la primera guerra mundial, comenzaron entonces un fenómeno de expansión ligado a la industrialización, la economía estadounidense y la crisis económica europea, por otro lado, muy dependiente de Alemania.
Desgraciadamente, para los nostálgicos de la academia griega o los valerosos intelectuales de la escolástica latina poco queda de aquella universidad de gremios, donde profesores y maestros constituían una auténtica comunidad. Pero como decía Heráclito, todo fluye (Πάντα ῥεῖ) y si bien, la universidad a nivel mundial viene afrontando retos con no poco éxito (cada vez hay más universitarios, al margen de coyunturas socioeconómicas y geográficas), en los últimos 20 años parece un púgil con sobrepeso que ve caer los golpes en su mentón sin poder reaccionar a tiempo. Y hete aquí que nos encontramos con habilidades blandas, tecnología IA, titulaciones con nombres rimbombantes que obedecen a la mercadotecnia global, metodologías activas y participativas que se venden como innovadoras, aunque son del s. XVII y otros giros propios de la situación socioeconómica europea, etc.
Así, la primera crisis del petróleo nos condujo a un período inflacionista en Europa y a una necesidad imperiosa por adaptar al mercado los perfiles educativos, esto sigue a la segunda crisis petrolera y al proceso de Bolonia (no exento de contradicciones) y a la enseñanza orientada al aprendizaje (como si ambas no fuesen pares conjugados indisolubles) con la premisa básica de formar en competencias de acuerdo con lo que unos treinta años después fue el modelo de Tuning Educational Structures in Europe, totalmente pensado para formar en habilidades útiles a la sociedad de consumo, camino que pasó, ineluctablemente por Bolonia. Por si fuera poco, las universidades del futuro parece que llevarán el logo de las grandes corporaciones, así embellecidos y pomposos en una suerte de Moulin Rouge académico. Existe además una febrícula de fondo, la tan manida coletilla utilitarista de “las universidades están para solucionar los problemas de la sociedad”, convirtiéndolas en fábricas de ciencia aplicada y olvidándose de su sentido original de generación y transmisión de conocimiento (scientia). Y es cierto, que lo que tiene que ver con la cultura no es invariante ontogenéticamente, pero hay unos principios esenciales que la universidad del pasado nos deja como huella indeleble para no perdernos. Mas nos ha pasado lo mismo que al estudiante de Bolonia del humorista gráfico chileno Krahn que delineó un egresado con cabeza de tuerca para simbolizar el proceso. La pleitesía al mercado nos ha dejado a su merced borrando lo que fuimos y sujetando a cambios inciertos lo que queremos ser ¿Usted dejaría al zorro cuidando de las gallinas? Dejar a nuestros estudiantes al arbitrio de las veleidades empresariales es entonar la bachata “se acabó lo bonito”. No deja de ser la realidad en la que vivimos, empero, hay que preguntarse si es la realidad en la que deseamos vivir. Parafraseando a Alfonso X, el sabio, si Dios me hubiera consultado sobre el sistema universitario le hubiera dado unas cuantas ideas.