Reminiscencias del imaginario: axiología del miedo
Por: Rodrigo Murillo Carrión
Antropólogo, Machala (El Oro-Ecuador)
Presentación: arqueología de la memoria
Los que viven “añorando” el futuro ansían el paso del tiempo, desperdician el presente; se olvidan de “vivir”, de revivir los recuerdos, sus experiencias, riquezas y cualidades afirmativas. Viven esperando un futuro impredecible, marcado en el calendario, tiempo que sólo ocurre y existe cuando se hace “presente”, otro presente que usan para seguir esperando, imaginando nuevamente el futuro, sometidos al desgate irreversible de sus años. Porque para ser futuro esa distancia dimensional debe ser y estar eternamente postergada, ubicada en el suspenso próximo o lejano, imbricado de incertidumbre. Sin embargo, los profetas de una falsa modernidad, abogan por el olvido, subestiman el precio de la experiencia y desprecian la historia; “atrás ni para tomar impulso” andan repitiendo, mientras registran ejércitos de cautivos que “sueñan” en loterías, espejismos y fantasías. Entusiasman con falsas promesas; pero la realidad del porvenir inmediato, la de mañana, no cambia mucho a lo de hoy y lo de ayer. Los “nostálgicos” del futuro tienen una visión de espejismo que se difunde y detestan el pasado porque los retiene con tarea pendiente, aunque en realidad están atrapados en sus propias aberraciones y fracasos. Pero ese ansiado porvenir no siempre les remite todo lo que habían anhelado, aún cuanto más lo desearen, cuando más lo hubiesen merecido; puede llegar en abundancia, en austeras gotas, o quizás nunca llegue. Ese futuro es una promesa cabalgando sobre aleatoriedad, sujeta a la entropía planetaria y a la del propio individuo, una ley universal que no se debe olvidar al preparar el advenimiento del “mañana”: esa “suerte” que nos espera y que a veces “no espera”.
Evitando caer en el pesimismo, en la desidia o la fatalidad, el futuro se siembra abonado con las fuerzas de la historia y se cosecha cuando llega la estación, después del invierno (impredecible). Al construir pasos a lo desconocido, por más itinerarios que haya, se atraviesan los caminos abruptos y la dimensión del riesgo; se requieren mapas y bitácoras para llegar a la meta. He aquí la vitalidad que podemos inyectar quienes recurrimos al pasado para advertir lo que puede acarrear el futuro, sabiendo que la clarividencia existe sólo para el folclore.
En lo personal, revivir los recuerdos –la historia particular- debería ayudarnos a fortalecer el espíritu y alimentar la voluntad; porque lo reminiscente no desmorona la moral, aún traducido con nostalgia. Si la misma nostalgia podemos aprovecharla para fortalecer nuestras convicciones, pensamientos y emociones; debe constituirse en fuerza de afirmación. Sin perder las utopías que jamás construiremos en soledad, la utopía es tanto la ansiedad de lo imposible como la complacencia en lo inverosímil; no obstante, ella debe sostenerse en sólidas bases históricas, para no derrumbarse ni fluir en la evanescencia, mientras siguen inspirando a los pueblos, nutriendo sus culturas.
La suma de una historia personal y de todas las historias posibles constituye el bagaje cultural, el espíritu de los pueblos y sus gentes. Una operación matemática con cifras cualitativas. Los errores se transformaron en experiencia, los conflictos mutaron a la forma de quimera, de donde parte esa utopía que alimenta el resto del tiempo. Descubro que el infinito existe y comienza donde termina la explicación; como si estuviera “allí” y a la vez no estuviera, abriendo y creando espacio-tiempo que el Universo penetra en cada segundo: el hogar de Dios. No podemos prescindir de la historia, de los hechos y conocimientos creados por gigantes; es la única verdad que nos sostiene, una realidad más fascinante que la ficción; porque ya nada parece improbable en las dimensiones que no alcanzamos a divisar.
Cuando las incertidumbres de la Creación, del infinito, de la vida y sobre todo de la muerte, le invadían el cerebro al pueblo -aún lo invaden- éste respondía desde su corazón. Si faltaba el conocimiento científico para responder aquellas grandes interrogantes, las soluciones eran puras elaboraciones mentales intuitivas, pero sobre todo convenientes a sus limitaciones concretas. Todo lo que la historia acumuló se volvió aprendizaje, convenio, norma, creencia: valores culturales que en la etnografía ecuatoriana (y de otras nacionalidades) están resumidos en la fe que todavía identifica a los pueblos ecuatorianos; una experiencia cargada de atavismos y prácticas.
Las últimas épocas que conocimos estuvieron organizadas por pactos sagrados (latentes o manifiestos); acorazadas con el sello de alianzas y designios supremos. Historia, cultura y pensamiento configuraron la religión, interiorizando las creencias y dogmas que constituyeron la fe. Así han crecido y se multiplicaron los mitos, las tradiciones, sus rituales y la fiesta religiosa; con un sistema yuxtapuesto de recompensas, de obligaciones, prohibiciones y castigos. En este convite participaban los creyentes y los apóstatas; lo sagrado y lo profano se fundían en una manifestación terrenal con más significados de los que pretendían representar. Y no es que actualmente este régimen haya dejado de funcionar, pero ha perdido las narraciones convencionales, justamente los contenidos que recopila este ensayo histórico-etnográfico.
El mito en la cultura popular
Comienzo la descripción citando una larga frase de Eliade, como una primera recomendación metodológica el tema que abordaré. “Nuestra investigación se dirigirá, en primer lugar, hacia las sociedades en las que el mito tiene —o ha tenida hasta estos últimos tiempos— «vida», en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana y conferir por eso mismo significación y valor a la existencia. Comprender la “estructura y la función de los mitos en las sociedades tradicionales en cuestión no estriba sólo en dilucidar una etapa en la historia del pensamiento humano, sino también en comprender mejor una categoría de nuestros contemporáneos”[1].
El hombre entra en conocimiento de lo sagrado, lo sobrenatural o lo “divino” porque lo siente manifiesto en su cotidianidad, pero a la vez separado de ésta, ubicado en otra dimensión. “Para denominar el acto de esa manifestación de lo sagrado hemos propuesto el término de hierofanía,.. es decir, que algo sagrado se nos muestra… Se trata siempre del mismo acto misterioso: la manifestación de algo «completamente diferente», de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo «natural», «profano»[2]
“La experiencia religiosa de la no-homogeneidad del espacio constituye una experiencia primordial, equiparable a una «fundación del mundo». No se trata de especulación teológica, sino de una experiencia religiosa primaria, anterior a toda reflexión sobre el mundo… En la extensión homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar demarcación alguna, en la que no se puede efectuar ninguna orientación, la hierofanía revela un «punto fijo» absoluto, un «Centro». … el descubrimiento; es decir, la revelación del espacio sagrado, tiene un valor existencial para el hombre religioso: nada puede comenzar, hacerse, sin una orientación previa, y toda orientación implica la adquisición de un punto fijo”[3]. Los mitos y leyendas proveen de esa orientación inicial, abonan el campo preliminar donde serán sembradas las creencias de lo absoluto, los dogmas religiosos. La fuente de inspiración y el manto del alma se fortalecieron del temor, del miedo antes que del fervor; así fue configurada una mitología de la negación, de lo prohibido.
Puede ser como ironía, paradoja o metáfora, la narración penetra la conciencia y se encarna en el individuo, haciendo que sus entrañas respondan al pecado o a la complacencia: “La historia nos ha enseñado que con frecuencia las mentiras son más útiles que la verdad… Y hay necesidad de llevarlo [al hombre] por el desierto con amenazas y misas, por medio de terrores imaginarios y de imaginarios consuelos, de forma que no se siente prematuramente a descansar y se entretenga adorando becerros de oro”[4].
Cada experiencia o manifestación religiosa tiene trascendencia para el practicante: llega a la dimensión de lo sagrado, lo infinito, absoluto e inexplicable. El hombre de las sociedades tradicionales es un “homo religiosus”[5], un creyente que practica y aplica sus emociones adaptándose al entorno –superando sus dificultades- según las tradiciones culturales que históricamente va configurando. Las «reacciones del hombre ante la Naturaleza» están condicionadas más de una vez por la cultura, es decir, por la Historia (Eliade, p. 4). La primera de las experiencias debe satisfacer las preguntas de dónde venimos y hacia dónde vamos, de cómo se hizo y por qué existe el mundo. Las respuestas dieron impulso a la ciencia, al pensamiento filosófico, a la tecnología y fueron capaces de generar la guerra y las alianzas. Estas breves citas del antropólogo rumano sintetizan la explicación que requerimos para justificar el relato de lo que fueron algunas de aquellas configuraciones “populares”, las que anotamos a continuación, clasificadas de acuerdo a sus temas medulares (4). Al final ofreceré una propuesta de caracterización de este “relato escatológico performativo”.
- Designios de obediencia y temor
La enseñanza y las prácticas sociales, culturales y religiosas comenzaban en la familia, desde las edades tempranas de los niños. Para hacer cumplir sus órdenes sin tener que apelar a recursos coercitivos o castigos, los padres y abuelos contaban los mitos y narraciones correspondientes al castigo que imponía la desobediencia. Los niños desobedientes abrían las puertas del universo escatológico; habitado por seres malignos, infrahumanos, deformes, horrorosos: duendes, viudas, decapitados, manos repulsivas, brujas. Lo sagrado, lo mágico, sobrenatural o infrahumano se traduce a un lenguaje cotidiano sin más explicaciones que las de su mensaje directo e inapelable. Las posibilidades del lenguaje son múltiples, no obstante las dificultades que puedan presentarse a la hora de construir las expresiones. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo— El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas… El mundo es lo que sucede… Mi error fue pensar que había una sola manera de hablar, luego vi que con el lenguaje hacemos muchas cosas diferentes…Hay diferentes juegos del lenguaje y del significado de la palabra; son la manera en que se usan en un juego de lenguaje en concreto” [6]
Así podrían responderse las dudas que nos asaltaron inmediatamente después de haber descubierto la realidad: ¿por qué se crearon, multiplicaron y perduraron los seres sobrenaturales? ¿A qué designios obedecieron las apariciones mágicas y paranormales? ¿Qué finalidad escondían o protegían la narración y los libretos del imaginario popular? ¿Era correcta desde la ética una práctica y la provocación del espanto? ¿Toda esta narrativa ya es parte de la historia o ha quedado como un anecdotario de la memoria? El gran historiador Tony Judt sugiere no confundir historia con memorias y en sus perspectivas nos ofrece una alternativa: “El pasado reciente quizás vaya a seguir con nosotros todavía algunos años más”[7]; a pesar de las tendencias que se imponen en el mundo: “Lo significativo de la presente época de transformaciones es la despreocupación única con la que hemos abandonado no sólo las prácticas del pasado –eso es normal y no muy alarmante- sino su propio recuerdo. Un mundo que se acaba de perder y ya está medio olvidado”[8]. No será un esfuerzo inútil esta recuperación de cultura oral, sus experiencias servirán para diseñar las estrategias y metodologías que hagan falta al internalizar los valores en el siglo XXI, quizás sin tener que apelar al miedo o a la amenaza.
“Para que tengan miedo” ha sido la respuesta más frecuente (en las encuestas realizadas) de las personas que contaban las historias. Para que los niños desobedientes y malcriados tuvieran miedo y dirigiesen su comportamiento en la forma dispuesta por sus padres; para evitarles una caída en la tentación, en los malos pensamientos y el pecado, especialmente el de la carne. En esta interpretación se encontraba el hilo fundamental, el entramado de cada cuento o narración que circulaba. Ocasionalmente ocurrían hechos fuera de contexto, acontecimientos individuales, de personas que sufrían espantos en diversas circunstancias y por cualquier motivo. Nuevas ficciones que servirían de antecedentes y afirmación del peligro, del miedo. De hecho, nunca faltaron los embusteros que se atribuían eventos o aventuras inverosímiles aprovechando la ingenuidad popular y su necesidad de elementos de convicción. Las apariciones tenían el escenario a disposición, un espacio-tiempo atravesando las dimensiones del infinito, cuidando las entradas al mundo “infra terrenal”. El propósito de este artículo no es analizar la totalidad de las funciones antropológicas desempeñadas por el mito o narración popular, se limita a una exposición de los “personajes” que lo protagonizan, a los agentes del demonio y del infierno, entre los que recuperamos a los siguientes:
1.1. El fantasma (los fantasmas). Se hablaba del “fantasma”, uno solo, un estereotipo que representaba a todos los que hubieren “existido”. No se hablaba de los fantasmas porque se trataba de un símbolo, señal o código, de un enunciado en singular: el fantasma. Ser de ultratumba, alma en pena que deambulaba por el mundo terrenal, posiblemente penando alguna causa y en busca del descanso definitivo. Hasta que fuese liberado vagaba en la oscuridad, era un ser exclusivo de la noche, capaz de mimetizarse entre las sombras merced a su “materia” volátil. Los fantasmas constituían amenazas, especialmente para los niños si no permanecían acorralados bajo el cerco de sus obligaciones cristianas y morales. Su aceptación y convencimiento llegó a ser taxativa de la ética, la religión y la moral, que entonces se hallaban fusionadas en una sola creencia o disciplina. La convicción en este tipo de seres muy rara vez dejaba espacios para la duda y atemorizaba cada noche en un apartado rincón de cualquier camino. Se diría, fue de notable eficiencia en la inspiración del miedo y del terror.
Algo muy diferente era el miedo que persistía varios días o semanas después del fallecimiento de alguna persona: se temía alguna aparición o se decía que su alma podía salir a recoger los pasos. No obstante, el miedo estaba revestido de mucho respeto, por las consideraciones y afectos que hubiere despertado en fallecido durante su vida terrenal.
1.2. La mano negra. Una mano peluda, repulsiva, emergía de la nada, como enorme araña venenosa, para castigar el pecado del hurto, desplazándose sobre los objetos de la codicia. Lo más temible era su facultad de aparecer en el momento de la tentación, al despertar de los malos pensamientos (sentimientos), e inmediatamente desaparecer; seguramente después de haber ejercido su advertencia, aplicando el castigo a la intención, porque con todo el susto manifiesto no se habría concretado el delito. “No vayas a codiciar los bienes ajenos porque te sale la mano negra”, era la advertencia de los mayores; y los que fueron cumplidores fieles del mandato pudieron evitar para siempre el horror de la mano negra. Por fortuna muy pocos niños, acaso ninguno, pudo dar testimonio del espanto, la honradez era un valor casi inviolable. Por la desmesura de la ambición y la falta de escrúpulos en los tiempos actuales, la mano negra ha pasado a convertirse en apodo de la corrupción.
1.3. El cura sin cabeza. Era otro ser fantasmagórico, una alegoría siniestra de la infidelidad a Dios, un ministro de la Iglesia incurso en pecado mortal, hereje caído en la maldición de errar por el inframundo bajo la condición de un decapitado, desprovisto de conciencia. Y sin embargo, poseía el don de la ubicuidad, la capacidad de estar en cualquier lugar al mismo tiempo, donde estuvieren exponiendo sus felonías las almas pecaminosas, para dejarles su advertencia. De este procedimiento, una verdadera cacería de infieles, el rol del “personaje” sería el de un inquisidor; aunque, a diferencia de otros seres que contaban con “testigos presenciales” (que afirmaban haberlos visto), al Cura sin cabeza jamás alguien manifestó ni presentó un testimonio de su encuentro; no obstante habiéndose identificado los lugares donde se ocultaba, generalmente cuevas muy oscuras: su existencia era una amenaza exclusivamente en horas de la noche, en la desolación y frente a la incertidumbre de lo desconocido. Un segundo rol sería atribuible a su “facultad” de poner los límites hasta donde la gente tenía permitido desplazarse y conocer, en particular los niños (previniéndolos de accidentes): la determinación de la escasa libertad posible en el seno de la fe católica.
1.4. Las brujas. Por ser un tema ampliamente conocido, en este acápite anotaremos algunas particularidadespara información de los jóvenes que sólo conocen la celebración del Halloween a finales de octubre, y desconocen totalmente los entresijos laberínticos de lo que se consideraba bruja, brujo y brujería. En la actualidad aún gozan de mucha aceptación aquellos denominados “brujos” (curanderos, adivinos, clarividentes y toda clase de charlatanes ejecutores de magia blanca, negra y roja), dentro de cualquier círculo social, para infinidad de propósitos: un hecho social que requiere un estudio específico pormenorizado, (lo que no es el presente escrito). Nuestra materia es la brujería como expresión del “mal”, de afinidad con lo satánico, completamente alejada de las convenciones morales, y su historia local comienza temprano, en la localidad de Paccha, durante el siglo XVIII, al haberse iniciado un juicio por brujería en los tribunales de la Presidencia de Quito. De este acontecimiento quedó una marca estigmatizante que la gente prefiere ocultar en lugar de confesar la verdad.
Ya en nuestra época hubo mujeres que fueron identificadas –acusadas- como brujas, sin más fundamentos que su miseria, fealdad o por el ejercicio de una vida austera o asocial. Los niños, apremiados por sus padres evitaban a esas pobres mujeres, condenadas injustamente; pero además sentían temor por otras brujas, desconocidas y que podían pasar volando sobre las cabezas en una noche muy oscura. Estas tenían pacto con el diablo y se mimetizaban en lechuzas, un ave maléfica; tanta era la convicción en estos seres mutantes que cada lechuza se consideraba una bruja encarnada y generalmente se la perseguía hasta darle muerte. Mucha gente aún lo cree y lo practica así.
La calidad o condición de bruja se atribuía a mujeres que supuestamente llevaban una vida pecaminosa, de perversos sentimientos, al margen de la sociedad, enemistada con el mundo. Pero un resentimiento u odio personal podía ser el origen de rumores y acusaciones que de tanto repetirse terminaban afectando el honor de sus víctimas. Desde este punto de vista, una acusación de brujería se volvía de temible eficacia, como para exigirse a llevar buenas relaciones con el vecindario.
De aquellos tiempos quedan “testigos” que aseguran haber sufrido prácticas o intentos de brujería, particularmente en el regalo de comidas; sobre todo afirman su participación en la eliminación de una bruja. El procedimiento de exterminio consistía en lanzar una tijera de acero a la tierra y dejarla clavada en forma de una cruz: se convertía así en el arma imbatible, infalible. Con ese acto inmediatamente se acababa el hechizo y la bruja volvía a su forma terrenal, era identificada con nombre y apellidos para empezar a recibir el castigo de su exclusión. De esta cacería se desconoce totalmente algún tipo de caso.
No obstante, la práctica real y efectiva de lo que es atribuible a brujería, existe (sea por una confusión de personalidad, por una conducta negligente o quizás por alguna ambición desmedida), con o sin la aquiescencia de la ciencia y de la religión. En efecto, numerosos aposentos y casas se han encontrado llenos de inmundicias, hierbas, artefactos funestos, reunidos para causar “daño”. De la misma forma se han localizado varios lugares donde estaban, encubiertos o enterrados, ese tipo de artilugios.
Hay tres clases de brujería o magia profesional: blanca, roja y negra. La primera supuestamente es para hacer una obra benéfica (para encontrar objetos robados, adivinar el curso de una veta de oro, atraer la fortuna y los buenos negocios); la roja es para los conflictos del amor y el desamor; la magia negra es para matar, robar y producir daños. Los conocimientos, poderes y dimensiones a que acceden los practicantes profesionales siguen un escalafón de perfeccionamiento. Los brujos cuentan con una red de contactos internacionales que sirve para un intercambio de conocimientos y experiencias; pudiendo llegar a establecer sitios elegidos para el contacto –cónclaves- y la concentración de energías. Es muy densa la información relacionada con la práctica actual y antigua de la brujería.
1.5. La viuda. Una especie análoga a la bruja, aunque no hubiere sido una figura abominable, catalogada como extremo de perversidad; más bien sería un ser afligido clamando piedad, por andar –siempre en su vestido de luto riguroso- llorando la pérdida de su marido. De todas formas no era alguien con quien los niños hubieren tenido el gusto de encontrar en sus andanzas nocturnas.
1.5. Híbridos: el “ashiro”. Habitó y merodeó entre formaciones rocosas, escondiéndose atrás de las piedras, en cualquier lugar donde pudiera hallar parapetos; llevando una vida muy fugaz y solitaria. Fue un ser horrible, enorme, musculoso, peludo, con los pies al revés (para atrás); despreciado, depreciable; a la vez temido y temerario, un ser marginal. Buscaba mujeres para raptarlas y saciar sus deseos carnales, llevándolas a su escondite en una caverna donde quedaban prisioneras. Una de ellas pudo escapar luego de varios años de encierro, y contó su historia: fue poseída, quedó embarazada y dio a luz un niño, al parecer de rasgos casi normales, dueño de una fuerza extraordinaria, su solitario compañero de infortunio. La madre se fue percatando del poder que desarrollaba su hijo a medida que iba creciendo en la prisión, al margen de todo.
La única ilusión de la mujer era escapar, regresar a casa; para ese fin imaginaba estrategias y ensayaba pócimas que pudieran dormir al gigante. Y el día llegó, su hijo creció lo suficiente, hasta ponerse en condiciones de ayudarla: emborracharon al ashiro, lograron dormirlo y clavarle una estaca en el corazón. Liberados por riesgo y cuenta propia, venciendo el pavor, finalmente volvieron al pueblo para que la familia conociera a su nuevo miembro. La historia “sucedió” en la parroquia Piedras, lugar donde se repite una larga y compleja relación de hechos misteriosos, cuyas narraciones amenizan y “educan” a las nuevas generaciones.
El “ashiro” pertenece a la especie de híbridos bárbaros, violentos, vagabundos y lujuriosos; su nombre estaba difundido en distintos lugares (de Loja y El Oro) donde supuestamente merodeaba imponiendo el miedo, ocasionalmente la sorna. Su estereotipo también servía para descalificar a un individuo –varón- muy feo, descuidado y sucio; si por desgracia llegaba a reunir estas características tácitamente era escarnecido como una parodia del ashiro.
Por las afinidades culturales manifiestas en los pueblos de Loja y El Oro emerge ese don de la ubicuidad que adquieren estos personajes ficticios. Para ilustrarlo haremos referencia al caso de un fenómeno híbrido ocurrido en la localidad de Mercadillo (cantón Puyango, Loja): en una casa del campo, actualmente abandonada, existía una especie de individuo infra humano, reducido de tamaño por alguna condición genética, con el poder de transformarse entre bestia y humano. Pero sólo era perceptible para una joven que habitaba en la casa y de la cual estaba enamorado; para el resto de la familia sólo eran audibles los rugidos y golpes que emitía en sus arranques de cólera. Finalmente la joven fue poseída por el monstruo y condenada a sufrir las consecuencias del ultraje, los trastornos propios de su desventura: la locura. Nunca se habría verificado alguna forma de investigación policíaca; por el contrario la familia asumió resignada el inmerecido castigo y desalojó para siempre la casa “maldita”. Las explicaciones del hecho pueden sobrar para la ciencia y la medicina, pero en la época cuando ocurrió servirían para purgar los pecados de la carne.
1.6. Cónclaves. En la parroquia Piedras pervive la memoria de un mundo mágico abundante; cada rincón, cada puente, cada solar abandonado, están invadidos por alguna forma espiritual o ser extraño, atrapados en un extraordinario laberinto de túneles por donde salen los más insólitos espantos y sucesos. ¿Tanta proliferación acaso deba su razón a la soledad que súbitamente envolvió al pueblo y su gente después de un extraordinario y consistente apogeo material? ¿Acaso el ferrocarril que antaño llevaba progreso y riqueza al pueblo, y que un día detuvo su circulación dejó abandonados a sus fantasmas? En la provincia de El Oro hay poblaciones, sitios o localidades donde coinciden las narraciones de fenómenos sobrenaturales; de hechos, personajes y objetos imbricados de magia y espiritualidad. Así como en ellos se han creado espacios sagrados, de milagros y apariciones divinas; yuxtapuestos existen sus extremos (en los mismos poblados o en otros), como una cultura “oxímoron”, de creencias y expresiones opuestas: lugares tenebrosos, inspirados en la oscuridad de tenebrosos paisajes, poblados subterráneos habitados por toda clase de seres y espíritus. Piedras es un ejemplo; lo mismo que El Guayabo (del cantón Portovelo), caserío rodeado de cerros y valles “mágicos”; Cañaquemada, por estar rodeada de una imponente mole de roca ha desarrollado una fascinante mitología; Marcabelí, Balsas, Paccha, Chilla, Salvias y otros pueblos se entretienen repitiendo mitos y leyendas centenarios, en los que ahora se incluyen fenómenos extraterrestres, porque la imaginación no para de crear ficciones, quizás aún las necesita.
1.7. Animales diabólicos. Hay animales que por diferentes motivos han sido estigmatizados como agentes del infierno y del mal. Desde la serpiente bíblica, otros animales inocuos se han sumado al inventario de la perversidad: las lechuzas, como se ha dicho, identificadas como encarnación de las brujas; los cuervos, por su color negro absoluto, fueron compatibles mascotas de los personajes siniestros; por una eventual carga de venenos en su pegajosa piel y su maravillosa evolución anfibia, los sapos forman parte de la fauna diabólica desde tiempos precolombinos; uno de los más temidos ha sido el gato, custodio del infierno y los aquelarres ; las arañas han estado presentes en todo laberinto, tejiendo redes que ahogan en su ambiente sombrío; también se ha reportado la aparición de un perro diabólico, custodiando antros de perdición; pero además –en sentido contrario- han circulado versiones de perros (macilentos) que vagaron para comprobar a las personas caritativas. No obstante la creencia en esa abundante fauna maléfica, nuestro medio no ha experimentado versiones de vampirismo ni de licantropía. Pero hay otros animales que tienen particular protagonismo.
1.9. Caballos del diablo. En el medio rural y en nuestras pequeñas ciudades, cuando el principal medio de locomoción eran las acémilas, había un ser que asustaba en los caminos durante las altas horas de la noche: el caballo del diablo. El cuadrúpedo, de un negro absoluto, solía aparecer en algún recodo del camino, amparado y confundido en la sombra, con terca insolencia, para estorbar y frenar el paso de los viajeros. Sus relinchos agudos y feroces tenían un tono de agresividad, el vapor de sus hocicos desprendía olores apestosos; todo el conjunto de la bestia constituía una proyección escapada por alguna fisura del tiempo. El mismísimo demonio podía estar cabalgando en sus lomos, o estaría alistando los aperos para salir y llevarse las almas condenadas al infierno. En la práctica cotidiana constituía un auténtico reto la cabalgata en horas nocturnas, sólo aceptada por aventureros temerarios (les daría argumentos para demostrar la valentía, una cualidad muy apreciada y admirada). Atreverse a cruzar caminos apartados en la oscuridad, en las horas que deambula el mal, vencer el miedo, se volvía aprendizaje necesario en la cultura del campo. Y no pocos testigos quedaron –salvándose por supuesto- de un encuentro con este fenomenal caballo.
1.10. Los mudos. Los niños desobedientes, los malcriados o patanes, los que no hacían los mandados o incumplían los deberes de la escuela tenían “frente” a sí (atrás) a cada ser desgraciado que por alguna tara, defecto o accidente quedaba afectado físicamente. Del propio medio o incorporado de las escrituras sagradas saltaban los “fenómenos”, proliferando sus estirpes, para llenar cualquier espacio o lugar donde hubiere la posibilidad de un niño en peligro de equivocar su comportamiento.
Entre tantas ficciones y sus posibilidades de hacerse verosímiles, convincentes, la narración popular tomaba nota en la vida cotidiana de un fenómeno con revestido de cierta singularidad local. Es el caso que se recuerda de los “mudos”, registrado en Portovelo durante la década de los 60s, un grupo minúsculo de personas –posiblemente emparentados entre sí- víctimas de mudez y de aislamiento, confinados a padecer el silencio en un apartado rincón de una finca, lejos del ajetreo mundano (en nuestra región geográfica denominada Parte Alta abundaron casos de anomalías genéticas; es decir, de enfermedades familiares). Encerrados todo el tiempo, los mudos podían traspasar las cercas para liberar sus ansiedades, la rabia del confinamiento, descargándose sobre el primer cristiano que hallaren en sus límites (no iban más allá). Rugiendo su dolor inflamaban las esferas del miedo y la curiosidad a la vez, aportando al eterno juego de la palabra y del imaginario doméstico, empeñados en crear misterios, guardar secretos y poner advertencias. La reserva de la memoria y las presiones de la fe para enderezar a los niños desobedientes, en esta vez no tuvieron piedad, se apoderaron y manipularon una tragedia. Poco importaba el estigma que recayera en los individuos reales –si acaso llegaron a existir-.
1.11. Lázaros. Encarnaban de la manera más cruel los torcidos designios de un destino que siempre podía ser corregido si se tomaba el camino de la religión y el de la familia. Los estragos de la enfermedad constituían amenaza real y grave para los desobedientes y pecadores, porque el dolor y el estigma del cuerpo leproso supuestamente tenían paliativos con un baño de sangre humana; así los lázaros andarían a la caza de personas despistadas que pudieran convertirse en víctimas y fuentes de sangre vital. Ocasionalmente –se decía- ocurrían desplazamientos de lázaros (enfermos de lepra) que invadían los campos, ocultándose entre la naturaleza, a la espera de sus presas. “Se han salido los lázaros” era la voz de alerta que circulaba en estas eventualidades; se habrían fugado del leprosorio de Buza, un confortable hospital creado más para esconder a los pacientes, librándolos del escarnio público. Pero hubo un atenuante desconocido; por la misma vergüenza que generaba la enfermedad –y su proclamada mala fama de incurable-, esta casa de salud nunca cumplió su misión y permaneció desocupada hasta convertirse en un conjunto de ruinas elegantes, en el sepulcro de una buena intención.
1.8. Fobias. Asociadas con la brujería y sus escenarios se han desarrollado fobias, miedos a fenómenos naturales y animales; lo que equivale a admitir una causa cultural de esos comportamientos psicológicos y a veces orgánicos. Para ilustración de los jóvenes que pudieran acceder a estas líneas, anotaré unos cuantos datos. El temor a las culebras se llama ofidiofobia; la ailurofobia es el miedo a los gatos; a los murciélagos es la quiroptofobia. La fobia a los cuervos es una variedad de ortnitofobia, pero con una explicación muy literaria: el autor Ferguson nos cuenta que el cuervo originalmente tenía un plumaje blanco, y “que sus plumas se ennegrecieron cuando no logró regresar al arca de Noé, quien lo había enviado a averiguar si las aguas –del diluvio- habían descendido”. Por las mismas causas están registradas otras manías o fobias con respecto a situaciones y seres teratológicos; de una extensa lista rescatamos las que resultan pertinentes a nuestro tema: la astrafobia es el miedo a los relámpagos y a los truenos; la autofobia, el temor de quedarse solo (situación muy frecuente y común en los niños); bogifobia, miedo a los duendes y monstruos; teratofobia terror a los monstruos; espectrofobia, a los fantasma; ligofobia, el miedo a la incertidumbre de la oscuridad. El comportamiento individual, en cualquier tipo de personalidad, conlleva una fuerte carga cultural compartida, por lo que podemos ufanarnos de poseer una identidad colectiva y nacional. “Evidentemente, el individuo humano es configurado por la herencia y por el entorno; por lo genes y por la cultura”[9], de manera que los miedos y fantasmas desfilan y pasan a formar parte de nuestro patrimonio identitario.
- Aprendizajes para la vida: conformismo, allanamiento, castigo y recompensa
Hubo un tiempo exclusivo de leyendas y cuentos, quizás todavía permanezca en algunos lugares alimentados de pura naturaleza, pese a que ninguno resiste la invasión de los teléfonos celulares. Se ha verificado en el campo, en un paisaje donde el campesino va montado en caballo, con el machete sujeto a la correa y un celular en el bolsillo de la camisa. En sus momentos bien merecidos de descanso, los viejos sienten deleite al refrescar su memoria contando historias escritas y pensadas en un tiempo irreal, desconocido, sobre espacios también indeterminados
Con las fábulas que repiten fueron educados en el temor al pecado y su castigo, con amenazas los privaron del placer y les marcaron los estrechos límites de su libertad. Con final feliz podían esperar una historia paralela en lo personal, pero más probable les resultaba suponer que ese epílogo sólo estaba destinado a los príncipes encantados: una utopía fácil de olvidar poniendo resignación. Las leyendas que les narraban consistían de una realidad con escasas posibilidades y muchos desencantos; eran las crónicas elegíacas del conformismo y la fatalidad, quizás con una promesa optimista de recompensa espiritual. En economías autárquicas, pero de supervivencia, no resultaba conveniente soñar demasiado. Sólo restaba el subterfugio de la imaginación para transgredir barreras y alcanzar lo prohibido en los malos pensamientos.
Pero el pecado merodeaba la vida y la familia, abría entradas al infierno en lugares siniestros y abandonados, cerca de lo promiscuo y lo prohibido. Un caleidoscopio del mundo, carne, placeres y miedo tenía la yuxtaposición del castigo, uno para cada pecado. Después del miedo ocurría la vergüenza, el terror del castigo social y el señalamiento. “La teología se despliega como un discurso desde la opresión, sea mundial (desde las naciones «periféricas»), nacional (desde las «clases» oprimidas), erótica (desde la mujer), pedagógica (desde las nuevas generaciones, la juventud)”[10]. Un amplio repertorio de narraciones, bastante difuso, dictaminaba procedimientos y actitudes para cada circunstancia posible: un destino casi inapelable. También existían muchos imposibles.
2.1.Lagunas encantadas. La fascinación de una hermosa mujer, de eterna juventud y cabello dorado no faltaba, bañándose en la reservada orilla de una pequeña laguna. A ella le estaba permitido el placer de la pulcritud y su permanente hermosura, pero como una condena, totalmente alejada del mundo y de las miradas furtivas; en su lecho de agua y flores no podía añadir a nadie más bajo pena de castigo letal. Un reto, un desafío para los hombres valientes y engreídos que sabían del prodigio; ellos intentarían acercarse a la mujer con el fin de conquistarla, de ganarse su corazón; finalmente terminaban seducidos y enloqueciendo de amor. La mujer “encantada”, por efecto de alguna condena milenaria, vagaba a través de los siglos, seduciendo, prometiendo riquezas a los hombres codiciosos (en realidad andaba buscando compañía para las profundidades de su morada). En el fondo de la laguna escondía un fabuloso tesoro. Sería para el temerario que se animase a bucear con ella en sus profundidades, a la vez que lograría finalmente adueñarse de su cuerpo y su corazón. Perdiendo la cordura muchos hombres habrían aceptado la invitación, el salto a un abismo del que jamás regresarían. Estas lagunas brillaban en las alturas de la codillera, con abundante agua, protegidas por inusitados torbellinos congelados y una espesa neblina que volaba apresurada por la fuerza de los vientos; ya casi no se aprecian en sus grandes dimensiones y hermosos colores, sus lechos están secándose, y en el fondo no se aprecia huella de los tesoros ocultos.
2.2. Expresiones para impíos y apóstatas. Una experiencia que nunca ha dejado de manifestarse es la configuración de imágenes sagradas –particularmente de la Virgen- entre manchas de humedad. Machas que se forman en cualquier pared, de una casa, de cualquier obra pública o en los estribos de un puente. Después del portentoso descubrimiento, un feliz elegido provoca el éxtasis colectivo al hacer el anuncio de su revelación. La gente piadosa acude en masa al encuentro, a verificar el milagro, a elevar sus oraciones y agradecimientos. Se retira confirmando o aumentado su fe, haciendo promesas y vuelve cargada de ofrendas. El perfil o el rostro de la Madre de Dios queda grabado en la vista y en la mente, hasta que finalmente la mancha se borra o toma nuevas formas. Su breve aparición da alivios temporales, pero generalmente han demostrado ser monumentales farsas.
2.3. Apariciones en la carretera. Siempre en la noche. Extrañas presencias de seres (personas o animales) podían aparecer el momento menos pensado al chofer de un carro, el que generalmente viajaba solo con sus temores y cargos de conciencia. Pero el espectro tenía un lugar habitual para guarecer, allí donde penaba el alma de un infortunado fallecido trágicamente, sea por accidente o acaso por homicidio. Las noticias de avistamientos en carreteras se anuncian en los periódicos y noticieros, con lujo de detalles: identificación de género y nacionalidad. En la vía a Huaquillas se ha mencionado la aparición de un fantasma de mujer rubia, extranjera; probablemente de una turista que habría perecido trágicamente en esa parte del trayecto. varios taxistas han confirmado la visión. Algo parecido ocurría en la vía Machala-Pasaje, a la altura del redondel llamado “Bella India”, donde el fantasma de una bella mujer cruzaba desnuda para asombro de los viajeros.
2.4. Abluciones. ¿Convicción o suspicacia? Hay demasiada tela para cortar y ponerle un velo al asunto. Con demasiada frecuencia recibo “informes” de avistamientos extraterrestres sobre los accidentes geográficos de la Provincia. Los medios de comunicación hicieron eco de las noticias, y llegamos al punto en que luego de transcurridas varias décadas del más comentado caso de ablución alienígena -ocurrido en la frontera-, el suceso recobró atención: en las revelaciones del testigo se anunciaba el terremoto de Manabí ocurrido en el año 2016. Esta clase de relatos abundan en nuestro medio, no son de los temas que estamos enfocando; sin embargo, es necesario poner una muestra a fin de evidenciar la fe popular; su voluble y volátil imaginación; su confianza, ingenuidad y convicción en lo que “está más allá”.
- Del miedo a la riqueza
En ese mundo de resignación –casi inobjetable- se establecía la pobreza, sus razones, beneficios y recompensas. Irrebatible designio fue creando sus mitos de refrendación, afirmando la banalidad de la riqueza. La religión y sus ministros asociaron con el demonio y sus dominios cualquier forma de enriquecimiento acelerado, acaso calificándolo de inmerecido, innecesario. La fatalidad sería un don divino, provisto de mitos que justificaban y a la vez interiorizaban el conformismo; para no desear riquezas que quizás no hacían falta. De esta forma, mientras se ganaba el cielo había una razón para ser feliz con poco.
Las construcciones mentales de una cultura llegan a copar el universo de símbolos que disponen el comportamiento individual y colectivo: “la cultura se comprende mejor no como complejos de esquemas concretos de conducta –costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos–, como ha ocurrido en general hasta ahora, sino como una serie de mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones, lo que los ingenieros de computación llaman “programas”– que gobiernan la conducta”[11]
Programas escritos con símbolos y narraciones por las que discurre y se configura la tradición, la costumbre, el hábito, los vicios y aberraciones (en casos extremos tan frecuentes el día de hoy): “para imponer significación a la experiencia. En el caso de cualquier individuo particular esos símbolos ya le están dados en gran medida. Ya los encuentran corrientemente en la comunidad en que nació y esos símbolos continúan existiendo, con algunos agregados, sustracciones y alteraciones parciales a las que él puede haber contribuido o no, después de su muerte”[12]
En nuestro medio se hace hincapié en la actividad minera, por haber sido –durante varios siglos- fuente de riquezas insospechadas, de codicia, envidias y rivalidades: de una incertidumbre mayúscula. Los mineros concentran los vicios y perversidades de la riqueza fugaz, aparentemente fácil. Muchos mineros salieron de la pobreza de la noche a la mañana, cambiaron su forma de ser y vivir; después del derroche y la imprevisión cayeron en desgracia, lo gastaron todo y retornaron a su condición de pobres al agotarse las vetas. Por esta temporalidad recurrente, los mineros suponen que en las minas habitan demonios, espíritus; las llenan de brujos y adivinos, mientras alejan a las mujeres. La minería está saturada de creencias y mitos, no precisamente para alejar el mal y el pecado, sino para llamar a la fortuna. No obstante, el recelo hacia la riqueza ya penetró en otras esferas, en otros tiempos, cuando anunciaba los efectos de una riqueza (bien o mal habida) y su probabilidad de caer en el mundo del pecado y la vanidad. Controvertidas historias para interpretar un designio que jamás convenció a la numerosa feligresía, pero que dejaron fabulosas narraciones.
3.1. Entierros. La fortuna tiene diversas maneras de expresarse. A Cayetano E. la suerte le negó un tesoro en los cerros de Tinajas, fue para su bien. Después de haber aparecido las evidencias frente a sus ojos, Cayetano hizo varios intentos por localizar el entierro, cavando en distintos lugares. Nunca lo encontró, pero a la familia de sus vecinos les apareció con poco esfuerzo, puesto que también supieron de su existencia y salieron a buscarlo. Hallaron una riqueza enorme, a cambio del peor de los tormentos que sufrirían posteriormente (probablemente debido a la inhalación de gases tóxicos). Con el tesoro en sus manos abandonaron el pueblo y su miserable casa, se trasladaron a santa Rosa donde pusieron un negocio que les permitió una vida cómoda. No disfrutarían mucho de la buena suerte, al pasar un corto tiempo cada uno de los afortunados (los presentes en el descubrimiento) empezaron a sufrir convulsiones hasta que murieron con sus cuerpos retorcidos.
En otro lugar de la Parte Alta, un trabajador de la empresa minera de Portovelo fue destinado a realizar un trabajo difícil en una vieja casa abandonada, de tenebrosa reputación. Su osadía mereció la mayor de las recompensas, llegó a saber que un extranjero excéntrico había enterrado unos lingotes de oro en algún lugar de la antigua residencia. Sin miedo a la oscuridad ni a los espantos el hombre volvió a la casa en las noches siguientes y encontró el tesoro; después se fue a Loja y montó uno de los principales imperios industriales de esa Provincia.
3.2. Cerros encantados. Los relatos míticos discurren sus pasajes en cerros mágicos, primordiales, ombligos del mundo; lugares conectados directamente a profundas fosas de diversas maravillas, al hogar de los dioses o al mismo infierno. Estos cerros mágicos resultan vitales en la fundación de pueblos y en el progreso de sus pobladores originales. El cerro Palmar (en Cañaquemada) impresionante molde roca, fundamenta su aparición en el tiempo de los “magos”. El cerro Ojeda (Guayabo, Portovelo) “está” imbricado de sitios mágicos y tesoros misteriosos: árboles que dan frutos de oro y cavernas guaridas de seres malignos. En el cerro Granadillo, de Marcabelí, José N. vivió acontecimientos insólitos, como el de penetrar en una fisura de la tierra que no tenía fondo; en sus venturas pudo divisar fenómenos extraterrestres y recoger una magnífica colección de piezas arqueológicas, las que guardaba en su casa y mostraba sin egoísmo. De la cascada Chacacápac (Salvias, Zaruma) han visto entrar y salir platillos voladores. Alguien contó haber rodado por un abismo hasta llegar a una ciudad de oro puro. Infinidad de relatos, vivencias insólitas y hechos fantásticos relacionados a la riqueza o a la suerte se repiten en muchos pueblos, proyectando enfoques persuasivos y la abominación de la codicia.
3.3. Animales de la fortuna incierta. Son numerosos y muy variados los animales míticos que anuncian desgracias o fortunas, prodigándolas o no. El gallo cantana; la gallina con los pollitos de oro; en otro pueblo un chivo que aparece al filo de un abismo burlando la mirada de los cazadores más diestros, con el poder de aparecer simultáneamente en distintos lugares a la vez. En Motuche (cantón Machala) había un venado amo y señor de una loma donde corría libremente, hasta que confundiéndose en una mata de laurel, desaparecía; nadie lo pudo cazar jamás. Pero, en los mismos dominios del venado, un grupo de gringos, persiguiendo al animal encontró un valioso entierro, la recompensa por su persistencia. En Huaquillas creían que enterrando un conejo negro y poniendo mucha devoción, se obtendría un fabuloso entierro (huaca), un tesoro de esos que abundaban en Huaquillas, razón por la que la ciudad tomó su nombre.
3.4. El carro del diablo. Era un transporte nocturno que brillaba con mil luces en la oscuridad de las carreteras, anunciado su paso, una llegada que jamás se dio. Aparecía en las curvas, lanzando destellos desde sus faros, adornado con pequeñas luces multicolores; después se perdía en la misma oscuridad. Era el carro del diablo, rodando -por senderos agrestes, de serpenteantes caminos abiertos en cuestas insuperables- en las horas de mayor peligro y miedo. Cada niño que veía un carro asomar o perderse en la lejanía pensaba que podía ser el carro aquel con destino a los infiernos, llevando entre su carga a los humanos demasiado ambiciosos. Las rutas y los destinos supuestos de este vehículo llegaban o salían de cualquier sitio, principalmente de Piedras y Ayapamba. De esta última localidad (cuyo nombre equivale a cementerio) procedía el más reconocido de estos carros, manejado por un respetable caballero, dueño de una gran fortuna, la que según las malas lenguas, había logrado amasar gracias un pacto realizado con el diablo. Nunca se le pudo comprobar alguna transacción oscura o siniestra, para salvar el honor de sus herederos.
4. Los mitos del sexo.
Algunos relatos antes anotados hacen referencias, recomendaciones y advertencias relacionadas con el “pecado de la carne”; sin embargo, es preciso apuntarlos de manera particular debido a la enorme influencia que ejercieron al reprimir la educación sexual en la primera mitad del siglo pasado.
Esos tiempos, que se llamaban de la “yapa”, no han expirado, ahora la yapa tiene el nombre de promoción; de la misma forma perduran los agasajos y festejos populares, aunque ya no con ese picado de papel llamado “chagrillo”; actualmente se elaboran o se venden productos sofisticados, más vistosos y caros (un buen negocio). Tradiciones muy arraigadas en los actos vitales de nuestros pueblos aún apegados a sus costumbres y usos ancestrales, porque se constituyen como estrategias para la supervivencia. Lo que sí ha sufrido notable decadencia –en cualquier lugar o pueblo- es el tema de las supersticiones y mitos de la abstinencia sexual; así como se ha liberalizado su práctica.
El temor religioso invadía el espíritu y la imaginación de cada cristiano. Más que amor a Dios se inculcaba su temor, proyectando imágenes de pesadilla que representaban al infierno y sus “habitúes” recibiendo el castigo divino, la condena eterna. Estar en el lado de los justos y de los castos era la bendición, el cielo y el premio de la sociedad. Con estas percepciones creció y se reprodujo nuestra colectividad; alejándose del pecado, de las tentaciones y los malos pensamientos.
Este rubro del pecado carnal incluye la homosexualidad, la infidelidad, la pedofilia, la necromancia, el estupro y principalmente el incesto. Las principales advertencias y los castigos se codificaban en las narraciones.
4.1. Los gagones. Son los seres más afirmados de la imaginación en una vasta región austral, con afirmaciones de testimonios “irrefutables”, de multitudes que persiguieron a estos seres malditos. Son los cuerpos de parejas incestuosas metamorfoseados en un cuerpo de perro, con ojos y gemidos de gata en celo. Usualmente los involucrados estaban incursos en adulterio, con el agravante de ser compadres. Según los testigos, no eran seres propios de la noche, y quizás podían aparecer en un tarde oscura y gris, porque eran muy veloces, ágiles para trepar árboles y desaparecer, a la hora en que se devolvían al inframundo. La paranoia respecto de los gagones era en extremo marcada, al punto en que –durante su imperio- se registraron “avistamientos colectivos”. Constituía la más terrible y repulsiva de las admoniciones: caer en pecado carnal con un compadre tendría el peor de los castigos y la más humillante de las vergüenzas. Repugnancia, asco, reproches era todo lo que podía generar una eventual relación incestuosa: el tabú universal expresado con personajes de un origen desconocido.
Las “malas lenguas” se daban modos para inocular su veneno en la reputación de alguien no muy querido, a lo mejor de conducta no convencional. Con razón o sin ella, el misterio de los gagones ejercía un rol inquisidor, de un imperio riguroso que impediría el más grave de todos los pecados. Muchas personas y familias enteras aseguraban haberlos visto, o por lo menos escuchado, ocultos entre las sombras de cualquier noche sin luna, penando su pecado. Podían atacar y morder las rodillas de los humanos, aunque jamás se escuchó versión alguna de un afectado. En todo caso el mito ha cumplido su rol con entera satisfacción.
4.2.Los jutungos (desnudos). Encarnan la aberración total con el peor de los castigos, la muerte inexorable. El episodio de los “jutungos” ocurrió en Malvas, parroquia del cantón Zaruma, en un tiempo como agujero, intercomunicado con cualquier fecha de las épocas recientes. Hace varias décadas, en esta localidad las (algunas) parejas habrían estado volcadas a la satisfacción de su lujuria, dando rienda a los apetitos de la carne, sin observar la más discreta inhibición. En esas bacanales bailaban desnudos (jutungos o viringos), hombres y mujeres; pero en cierta ocasión, embriagadas del placer, las parejas no habían reparado en la presencia disimulada de una anciana puritana que las miraba horrorizada. Con la ansiedad llenando de escozo su alma, y llena de vergüenza, pero a la vez de rabia y miedo, la anciana alcanzaría a pronunciar una corta oración: “Dios mío sálvame”. En ese momento una avalancha de lodo se precipitó sobre la casa de la perdición, después avanzó sobre el pueblo entero, haciendo pagar culpas a justos y pecadores, cubriéndolos de tierra en un área que alcanzó hasta el río Calera. Sólo la anciana habría salvado la vida, porque su plegaria la había hecho a título personal. En el sitio –llamado “El Derrumbo”- donde se produjo la mítica desgracia, aún quedan evidencias de un alud que llegó a embalsar las aguas del río Calera, nadie sabe exactamente en qué fecha.
4.3. El duende. Es una figura universal que cumplió un oficio específico en nuestra articular forma de ser. Pequeño, quizás de rasgos curiosos y hasta ingenuo, con enorme sombrero, se presentaba exclusivamente a las adolescentes si comenzaban a mostrar comportamientos demasiado liberales, si la sensualidad empezaba a dominar crecimiento. Razón por la que, saliendo debajo de la cama, se mostraba a las chicas de pelo largo. Su primera visión podía resultar de advertencia, para un inmediato cambio de actitud; de lo contrario, en visitas sucesivas se iría llevando el alma de la chica al infierno.
4.4. La dama tapada. Personaje oscuro, misterioso, de triste origen, bastante inocuo; deambulaba en las noches buscando “algo”, un consuelo quizás, como una sombra perdida que se olvidó de pagar cuentas en el mundo material. Ocultando su rostro –no se sabe si hermoso o feo, arrugado o lozano- bajo un grueso manto, seguiría penando hasta que su recuerdo fuere borrado de la imaginación. No se supo exactamente cuál fue su misión al hacerse fugazmente visible; quizás serviría para enfocar las fatalidades terrenales y la incertidumbre del más allá. Sin jamás haberse identificado su poder, siempre fue una aparición revestida de misteriosa sensualidad. ¿Acaso representaba los delirios de la sexualidad o de la mujer imposible en las fantasías eróticas juveniles?
Caracteres del relato popular
Hay muchas tramas y abundantes argumentos conservados y circulando aún por la memoria de los orenses viejos; historias imposibles de reunir en un breve resumen como el presente, las que permanecerán –mientras vivan en algún cerebro- para enriquecer el bagaje cultural de los pueblos. Con lo anotado y con las experiencias que hemos vivido creemos tener suficiente material para hacer el análisis y proponer una caracterización del relato popular mítico.
- Desplazamiento. La narrativa popular se caracteriza por el desplazamiento, la virtud que tienen los seres y personajes del relato para compartir su presencia y poder en muchos pueblos y lugares, observando nuestro mundo y el de cada individuo “en peligro”. Es decir, una creencia –que se creía exclusiva de un sitio- puede ser registrada en diversas poblaciones, aunque no hubieren relaciones conocidas entre ellas. La trama fue desplazada de uno a otro lugar, por algún agente, de manera silenciosa, para luego traducirse en voz estentórea. De esta manera nadie escapa de los tribunales extra dimensionales, ejerciendo su rol taxativo en el plano moral, bajo los designios de la fe y de la iglesia.
- La transferencia grotesca de una condición desventurada, de una minusvalía, mal o tragedia, a un ser humano para convertirlo en amenaza, en personaje de horror y miedo. Para que llegue y se acomode en la mentalidad popular, la desgracia más humillante y un atributo abominable, servían de referentes y advertencias contra el pecado que se quería evitar. Desde este punto de vista, el mito creado aplicaba tácticas “inhumanas”. “El pensamiento simbólico no halla dificultad alguna en asimilar al enemigo humano al Demonio y a la Muerte” (Eliade P. 17).
- Ubicuidad. Está en todas partes al mismo tiempo y en todos los tiempos. Fantasmas, seres diabólicos, espíritus y figuras monstruosas; todo un equipo de inquisidores recorre los espacios sórdidos y siniestros, simultáneamente, como representantes del bien y del mal al mismo tiempo, puesto que su intención fundamental es amedrentar con la amenaza del infierno y librarnos del pecado. El narrador, “al asumir la responsabilidad de «crear» el Mundo que ha elegido para habitar en él no sólo «cosmiza» el Caos, sino también santifica su pequeño Universo, haciéndolo semejante al mundo de los dioses… En suma, esta nostalgia religiosa expresa el deseo de vivir en un Cosmos puro y santo, tal como era al principio, cuando estaba saliendo de las manos del Creador” (Eliade Mircea, p. 24). Los demonios andan sueltos en los mitos para sembrar el temor.
- Identidad. Temas y “protagonistas” desplazándose por los tiempos y ganando ubicuidad se integran a una gran identidad regional de origen cristiano. También existen los temas de difusión universal; no obstante, proliferan narraciones inéditas, únicas y exclusivas de ciertos pueblos, para conferir señas particulares. Podemos hablar entonces de versiones locales de un concepto regional en casos como losgagones, mujeres fantasmales, cerros mágicos, carro del diablo, animales de la fortuna. En la circulación de adaptaciones universales aparecen los fenómenos del duende y las brujas, seres que circundan el planeta tomando formas y caracteres singulares según la tierra y la cultura donde están radicados. Las identidades locales se alimentan con lugares mágicos o infernales (cascadas, cerros, pampas, etc.), paisajes únicos de huéspedes también exclusivos (jutungos, mudos, etc.).
- Contemporaneidad. En su época de hegemonía, la narración se renovaba, hacía adaptaciones y se acomodaba a escenarios que cambiaron según los años, los escenarios y las demandas. Hay leyendas y narraciones que perduran durante siglos y seguirán vigentes; por ejemplo, el milagro de la Virgen del Consuelo se creía que sucedió en las minas de Portovelo, y realmente el milagro habría ocurrido en una mina de España, de donde fue importado a comienzos del siglo XVII. La leyenda de los “jutungos” en Malvas nadie sabe en qué fecha exacta ocurrió, pero se contaba como algo “reciente” y nunca perdió su vigencia admonitora. De que tengan vigencia en los días actuales del siglo XXI ya ni podemos hacer afirmaciones. El mito posmoderno no está vinculado al miedo sino al consumismo.
- Mimetismo. Los mitos encubrían designios, era su condición o tarea fundamental. Bajo el discurso de historietas insólitas se mimetizaban los contenidos y enseñanzas que debían aprender y practicar los miembros de una sociedad, de manera particular los niños. Por esta misma razón los espíritus y fuerzas castigadoras adoptaban la forma de seres extraordinarios que generalmente sufrían una metamorfosis desde su forma huma. Así mismo, los accesos o salidas a lo desconocido solían estar camuflados, ocultos entre arbustos, hondonadas y otros accidentes geográficos. Por último, el clima tormentoso, los diluvios, rayos y truenos hacían de marco y dramatizaban los paisajes funestos de la narración. Los fantasmas no solían pasear durante el día.
- Apodíctico. El cuento debe ser convincente, paradójicamente contrapuesto a su carácter inverosímil, a su naturaleza excéntrica. Pese a ser improbable, al repetirse adquiere un tono de posibilidad, la fuerza de hacerse real; como en efecto creyeron haberlo vivido muchos que contaron sus historias. Los creadores de mitos llegan a creer sus propias fantasías y así la enseñan y multiplican a sus íntimos y pueden legar a difundirlos en las colectividades. Y así van alistándose más testigos, individuos –niños o adultos- que tuvieron un encuentro o aparición, de la que salieron o fueron encontrados “mascando espuma”. “El hombre religioso está sediento de ser, el terror ante el «Caos» que rodea su mundo habitado corresponde a su terror ante la nada”[13].
[1] Eliade Mircea, Mito y realidad. Ed. Labor, Barcelona, 1991, P. 4
[2] Eliade Mircea, Lo sagrado y lo profano, Saint Cloud, abril 1956, p. 2.
[3] Ibíd, p. 5
[4] ”. Koestler, El cero y el infinito, www.omegalfa.es Biblioteca Libre, 2016. p. 95
[5] Ibíd., p. 3
[6] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas
[7] Judt Tony, Sobre el olvidado Siglo XX, Ed. Taurus, España, 2011, p. 14
[8] Ibíd. P 17
[9] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Ed. Grijalbo, Buenos Aires, 1999. p. 546
[10] Enrique Dussel, Historia de la iglesia, en América Latina medio milenio de coloniaje y liberación, p. 34
[11] C. Geertz sobre la importancia del concepto de cultura.
[12] Ibíd.
[13] Eliade, Ibíd, . P. 23).