Nada pude hacer

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

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A la sombra de una tenue luz leía, encerrado en mi cuarto de estudio, casi cabeceando, un viejo libro del que no poseo memoria cuando, de un momento a otro, escuché un extraño sonido proveniente del tumbado. No le presté mayor atención hasta que dicho sonido se intensificó y en ese momento pude identificarlo: una serie de violentas raspaduras. Volteé hacia la esquina superior izquierda de la habitación, de donde aquellos arañazos hacían eco. Como fresco alfajor el blanco tumbado se desvanecía, migajas de yeso al piso caían. Impávido quedé ante tal evento, pues el agujero era severamente pronunciado; por fin, una piel, entre gris y negra, muy opaca, empezó a escabullirse desde el lugar descrito. Apareció, majestuosa, una cabeza de rata, tamaño de la de un león. Mis órbitas, fantásticas, no podían dejar de apreciar la asquerosa escena. Y así, de a poco, lentamente, con el tiempo al parecer ralentizado, vi asomarse toda la corporeidad del enorme animal. No me molestaré en precisar gráficas y explícitas descripciones. La vi salir del tumbado, bajar por la pared, llegar al piso, sacudirse y emprender rumbo con dirección a mí. Llegó, nada pude hacer. Olfateó todo mi cuerpo, pasó su lengua por mis extremidades, mordisqueó mi pecho, rasguñó mi espalda, apretó con su cola mi estrecho cuello. Nada hice, nada pude hacer, perplejidad absoluta; finalmente, devorado fui. Escribo esto de alguna manera, desde algún lugar en algún momento.    

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