¡Maldita ciudad!

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

*

Voy, beodo, deambulando por tus adoquinadas callejuelas,

centenares de centenarios tejados me juzgan desde lo alto,

aquellos emperifollados balcones me miran, oblicuos, con desdén

y las bíforas ventanas de tus ilustres casas,

que albergaron a tantos egregios y excelsos,

se cierran, presurosas, con mi agitado paso.

Mi calzado no es digno de tu soberbio piso,

siento mis pies arder con cada zancada dolorosa que doy;

escucho, en ese momento de euforia y candidez,

miles de voces alertarme desde el inframundo,

hombres enterrados, con engaños, bajo tu suelo putrefacto,

clamores de auxilio, misericordia, protesta y oración.

*

Entre tanta elegancia y arquitectónica belleza

un antiquísimo fumadero de opio me invita a pasar;

en sus adentros alcanzo a percibir, además de la humareda,

la desdicha, la falsa humildad y la mojigatería:

tu reina, totalmente ebria, sobre las piernas de tu obeso alcalde

y a tu obispo dar un profundo ósculo en las nalgas de la mórbida ramera de turno.

*

De vuelta a las estrechas y resbalosas aceras,

la cabeza de un rampante león se me asoma en el dintel de cada puerta,

  le grito: no soy uno de tus hijos de alta alcurnia o digno linaje

y en precipitada carrera voy en busca de uno de tus ríos más cercanos;  

su perfumado mal aire me despierta del letargo ocasionado por el opio,

me sumerjo y desvanezco en sus pedregosas corrientes.    

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