La voe de Héctor
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
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Veinte y nueve agujas atravesaron sus venas en los últimos seis días y mil novecientas noventa y tres rayas su desgastada nariz aspiró. Así, la voz de las voces, el cantante de los cantantes culminaba su última presentación, hasta que su agrietado corazón dijo ¨basta¨ y su inmunodeficiencia caló hondo en su ser. Aquella promiscua mujer, con la que compartió sexo y jeringa, terminó por destinar la maltrecha vida de la voe. Dichos encantos femeninos acortaron, en su palma, la línea de la vida y alargaron la vertiente de la desgracia. Un tipo salsa, desafiante, confiado, orgulloso, un tipo hecho: ¨siempre con hembras y en fiestas¨, un tipo que reinaba en ¨la selva de cemento¨. Tenía pasaporte sellado al cielo, pero prefirió, dos veces, ir en caída libre, culpen a las colillas de la coincidencia y a las discusiones en el noveno piso. Sus gafas de mosca, botellas entre oscuras y rojizas; su discreto y exhausto perfil; su gráciles y oblicuos brazos; sus gruesas venas marcadas y entintadas, como sarpullidas; su desacomodada cadera; sus puntiagudos pasos; su anillo que juntaba su anular y meñique; sus largos dedos en constante contacto con sus fosas; sus ojos que brillaban pese a la noche; su relamido cabello; el infinito esnifar de su nariz. ¡Ah, la voz de Héctor! Tan nasal, tan, tan…