“El perdón es para uno mismo, no para el perpetrador”(*)

Por: Jacqueline Murillo Garnica, PhD
Bogotá (Colombia)

 Dydine Umunyana

Foto: Margarita Isaza

A finales del pasado mes de junio en Dabeiba, una población ubicada al noroccidente antioqueño, rindieron declaración ocho exintegrantes de la Fuerza Pública, responsables de cometer crímenes de guerra y de lesa humanidad. En el coliseo de la población en un acto sin precedentes se reunieron el reconocimiento, el dolor y el perdón: víctimas y victimarios. Estos últimos asumieron su participación en el asesinato y las desapariciones forzadas de campesinos y pobladores que hicieron pasar como guerrilleros, como bajas en combate para cumplir con las cifras ordenadas y hacer creer que se estaba ganando la guerra contra la guerrilla en los campos de Colombia.

El acto contó con representantes del Gobierno, como el ministro de defensa, quien dijo: “La verdad es la garantía suprema de la no repetición”, también explicó que, al conocerse públicamente de todos estos hechos de tanta gravedad, “ese profundo dolor servirá también en el futuro para saber que cuando situaciones similares pudieran empezar a suceder podrán también existir unas víctimas en las que creamos más”. https://www.youtube.com/watch?v=oN4SFUGmqUs

La historia de este enclave antioqueño ha estado signada por la tragedia. En diciembre de 2019 la prensa informaba que “acababa de aparecer la que podría ser la primera fosa común masiva con más de cincuenta cuerpos de falsos positivos” en el cementerio del pueblo. No era la primera vez que se reportaba un hallazgo de esta magnitud en Colombia. Las cifras se comparan a los hallazgos en 1996 en Screbenica (Serbia).

El trabajo que ha realizado la JEP – Justicia
Especial para la Paz, ha sacado a la luz la espantosa verdad que de otra manera no conoceríamos. Es tal la tragedia que aun cuando sigan realizándose inspecciones en las fosas comunes de los cementerios donde se sospeche de la existencia de restos de personas desaparecidas dentro de esta práctica de los “Falsos Positivos”, todos los recursos que destine el Estado serán insuficientes, y como en el caso de otras poblaciones colombianas, a muchas familias se les negará el derecho a recibir, con plena certeza de identidad, los restos de sus seres queridos.

También es cierto que la realidad ha sido fuente de desolada inspiración para la narrativa de la tragedia de algunos colombianos, que esperan que se les haga justicia, o por lo menos, saber dónde han quedado sus muertos.

LOS CORDONES CAFÉS

El hombre vuelve a mirar su reloj, y le parece que el tiempo ha pasado muy lento. Hace un gesto como una especie de mueca, alza levemente su nuca y la mueve de derecha a izquierda, pasa su mano izquierda sobre el cuello de la camisa y decide en ese instante desabrocharse un botón. Pasa una mirada relámpago al paisaje desde su ventana, se siente algo incómodo por el ruido que sale del ventilador, que no cesa de revolver el sudor, la humedad y la brisa densa que va girando conforme a las manecillas de un reloj. Se sienta y nuevamente trata de leer los documentos, vuelve a levantarse y es interrumpido por su secretario.

—Ya vienen, son los mismos de la vez pasada. Bueno, ni modo, será decirles otra vez lo que se les dijo hace dos meses, que ese proceso no nos corresponde, que no es de esta jurisdicción.

Mientras las nubes estaban agazapadas por entre las montañas, se escuchó pasar una bandada de pájaros negros. Su color contrastaba con el color índigo del firmamento. Nuevamente, el hombre volvió a mirar tras la ventana, y vio cómo las nubes se iban esparciendo y el cielo iba tomando una tonalidad más intensa.

El secretario anuncia a los visitantes, y el hombre le ordena: —Dígales que esperen, que estoy firmando unos documentos importantes.

Media hora después, la pareja entra y saluda al hombre de la oficina. El rostro agrietado de la mujer simulaba, en diminuta escala, las fisuras de las faldas de la cordillera, y sus ojos querían hablar antes de que su boca pronunciara las palabras. Su pareja, un hombre de mirada apagada, entrega a la mujer un folder con varios documentos. Ella los recibe y dice al encargado de la oficina: —Doctor, de la Fiscalía central de Yorodó nos dieron estos documentos y hay pruebas de que pueda ser mi muchacho.

El hombre, que todavía continúa de pie, mirando de nuevo por la ventana, le responde: —Pero ¿en qué idioma hay que hablarles a ustedes?, ya les dije que ese caso no es de esta zona. La mujer, que trataba de contener su angustia, le replica: —Doctor, de allá nos dijeron que viniéramos aquí con estas pruebas, que lo más probable es que esté aquí. Mire —le responde el hombre—, yo ahora que me desocupe de varios casos como el suyo, porque no crea que es el único —usted sabe todo lo que este despacho maneja—, estudiaré con detalle los documentos.

La mujer, con cierto tono de súplica y desespero, le insiste en que esas pruebas pueden ser las que se están necesitando para encontrar el cuerpo de su hijo, que sólo eso puede darles cierta paz después de todos esos años de angustia y desolación. —Mire, doctor, la prueba de que no cabe duda de que se trata de mi muchacho son sus cordones. El día en que desapareció mi hijo llevaba unos tenis que le había regalado mi hermana, pues era su cumpleaños. En el informe que usted podrá leer se dice que varios restos con algunas prendas fueron hallados en la fosa.

El hombre, con cierto desdén, recibe el cartapacio de documentos y promete examinarlos con la rigurosidad que exige el caso, pese a la cantidad de archivos que ya no aguantan los anaqueles de la oficina, más los requerimientos de los casos de la capital del departamento.  La mujer, casi sin aliento, le pregunta cuándo podrán volver. Y él responde que, si ya han pasado quince años, seis meses no son nada en comparación con ese tiempo. Total, por unos cordones cafés aquí no resucitamos a los muertos.

Situación 1: el secretario le recuerda al hombre que ya faltan dos días para los seis meses del caso de esa gente que trajo el folder. El hombre levanta los hombros y dice: —Pero ¿qué podemos hacer?, ¿resucitarlo?

Situación 2: el secretario le entrega un requerimiento de la capital del Departamento del Cauca. El hombre le dice: —Ábralo, o ¿es que está muy ocupado? El hombre bosteza y mira tras la ventana, mientras se toma un jugo de piña. El secretario le comenta que es por el caso ese del tipitín de los tenis, que si ya hicieron el reconocimiento para cerrar el caso y contabilizarlo como resuelto. El hombre le dice: —¿Sabe qué? Vaya a la miscelánea, cómprese unos putos cordones cafés, acomode todo, tómeles fotos a los huesos de la fosa y prepare un informe para firmarlo. Fin del caso.


(*) Escritora, sobreviviente del genocidio de Ruanda.

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