Cantos sin rumbo (VIII)

Por: Aurelio Maldonado Aguilar
Dr. en Medicina y Cirugía, Cuenca (Ecuador)

*

PAPEL Y PLUMA

Cuándo callará mi pluma, simplemente,
si de amor vibra y se retuerce, enamorada,
con angustia apenas escribe, atribulada,
y si es dolor, grita con pasión, desesperada,
manchando el papel, que humilde lo soporta.

Inquieta como jilguero en la enramada,
no para ni se agota con la lluvia,
y canta y canta, con solemnes pompas,
de un arpa extraña que en el alma brota,
con tristes o alegres cánticos y notas.

Callarás rendida, yacerás muy muerta,
sólo cuando mi mano, flácida se duerma,
y sólo cuando en mi mente, tierra yerta,
no existan ya preguntas ni pasiones,
que te llamen como locas, como mares.

Entonces dormirás conmigo, infinitos años,
cubiertos los dos, de los recuerdos,
esperando que una matinal llovizna,
muestre nuestras letras amorosas,
diluidas en un papel, valiente amigo,
que estoico soportó, nuestra corriente,
en lo que duró el fugaz ensueño,
de mi alma, con tu tinta maculada.

*

TE DESCUBRO
Te beso y siento que te abro,
como un puñal artero, te descubro,
te palpo y siento que palpito,
te camino por el cuello que me asfixia,
como agua que llena mis pulmones,
como arena que se mete en mis narices,
desnudas manos que le cubren,
al desnudo humedal que es tu cuerpo,
y tu vientre es playa, es bahía,
en donde la lengua se adormece,
oasis de palmeras y vertientes,
senderos de flores de la muerte,
cuando el ansia del amor, solo florece,
en repetido sudor y melodías,
de dos bocas que se quejan y jadean,
en un infinito amanecer lleno de nubes,
como sábanas que curiosas se enmarañan,
entre muslos, pechos y los brazos.

Te contemplo con ojos que se ciegan,
velados por los tules del silencio,
mirando a través de piel y carne,
mis vellos se yerguen como sables,
y palpan la planicie de tu espalda,
que trata impúdica en mostrarse,
moviéndose con frenético descaro,
huyendo del cabello, como manta,
que inútil quiere cubrir con su cortina,
la piel blanca que ama y que palpita,
ardiente cual tizón de una hoguera,
que el agua, ni la nieve, ni la noche,
enfriarán malditas, la voraz pira.

Te cubro con mi pecho, cual frazada,
que no puede terminar con ese anhelo,
tiritas en el fuego, te recoges,
como un papel que se quema sin remedio,
abrazado, en el calor ardiente de carbones,
que se quejan gozosos de placeres,
y se mueren tapados con las sedas,
de un acto de placer y de esperanza,
unidos por brazos y mil muslos,
cubiertos de besos y sus lenguas,
palpando el cuerpo estremecido,
gritando de placer, una campana,
jadeante del badajo que la mueve,
en el infinito tiempo de la carne,
reloj inevitable del camino.

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