Aquel abrazo

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

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Sus largas y rectas pestañas se enlazaban unas con otras, parecían sumergidas entre sus párpados, mientras sus aún regordetas manos y rollizos brazos se sujetaban impetuosos a la famélica cintura. Con fuerza se ciñó aquel abrazo. Sus uniformes se arrugaron a causa de la bien intencionada muestra de afecto; daba igual, era, ya, el último día. Él lloraba embadurnado a su amada, entre sollozos notó que tenía tan cerca, como nunca, sus alborotados rizos, que se confabulaban con sus nada crespos y maltratados cabellos. Las frías y escuálidas manos de ella cruzaban el grueso cuello del muchacho, en un abrazo infinito, en medio del aula, a la una de la tarde, frente a sus compañeros, quienes no dudaron en vacilar a la feliz y puberta pareja. Ningún comentario, ni chiflido ponzoñoso alteró el inamovible abrazo, aunque, de tanto en tanto, la niña soltaba risitas de incomodidad. Cuando por fin solos, ella, tras dos hábiles movimientos, logró zafarse. Él insistía y reclamaba para sí el eterno romanticismo.

-Ya basta, A….., solo serán dos meses en lo que volvemos a clases-. Este se encogió de hombros al escucharla y ver cómo partía presurosa de su cariño. Un susurro, al parecer un ¨te amo¨ fue lo único que musitó la boca de A….., ¿por qué no amar, acaso, a los doce años? Aquel abrazo fue el último. Más entrada la tarde, la niña hubo de enterarse que el mismo cuello del que ella pendía hace apenas un par de horas, fue alcanzado y apretujado por una soga y que la viga resistió el peso de su dizque novio, el peso de un amor. Ella, al momento de enterarse, ni siquiera se había quitado el uniforme.

Sus largas y oblicuas pestañas se enlazaban unas con otras, parecían sumergidas entre sus párpados…

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