Un intelectual de dos mundos
Por: Carlos Pérez Agustí, PhD.
Cuenca (Ecuador)
Doctor en Historia por la Universidad de La Laguna (España), participación en diversos proyectos por la Unión Europea. También, miembro de la Academia Nacional de Historia de Ecuador y de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Cañar, Profesor de la Universidad Nacional de Educación, Ecuador. Un personaje de dos mundos, entre Canarias y Ecuador, dos puntos geográficos distantes que comparten una historia paralela, expuesta en su libro “Entre Canarias y Ecuador”. Estamos frente a un escritor de rostro bifronte, como la diosa Jano: con una cara hacia España y con la otra hacia América Latina. Ha registrado mediante la historia y la sociología, la crónica y el reportaje, la identidad del mestizaje. Como veremos más adelante, la universidad en América Latina debe cumplir, precisamente, esa función de vínculo entre culturas.
En conjunto, su principal actividad es la constante, aguda observación, el estudio profundo y la reflexión crítica en torno a las realidades que le rodean, y además expresa enérgicamente sus ideas con la aspiración de influir en la sociedad. Un escritor que proviene de los ámbitos de la cultura, la historia, la docencia y el periodismo. Su escritura se compromete con el entorno social y la defensa de valores humanistas, siempre en lucha contra las desigualdades e injusticias de nuestro tiempo. Es decir, con toda propiedad, un intelectual, eso es esencialmente José Manuel Castellano Gil.
Un cronista comprometido, por más que este último término esté actualmente desacreditado. Pues la escritura como forma de protesta y denuncia es tan antigua como la existencia misma de las desigualdades y los abusos, del racismo y la xenofobia, de la violencia de género y la epidémica corrupción.
Entre otras obras, ha publicado “Crónicas desde Ecuador”, I, II, III. Ahora aparece un volumen más: “Crónicas desde Ecuador (IV)”. Desde la primera entrega, prologada por Manuel Ferrer Muñoz (director del Servicio de Asesoría sobre Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades), la proyección de ese compendio de artículos sobre temas sociales, educativos y culturales se precisa en las páginas de Manuel Ferrer:
Otro rasgo que me gustaría destacar de estas Crónicas es su oposición a las rígidas estructuras de sumisión y de dependencia globalizadas, generadoras paradójicamente de desigualdades, injusticias y discriminaciones (…). De ahí su interés por el análisis de las sucesivas coyunturas internacionales, su preocupación por el medioambiente, sus críticas al capitalismo, resistir la imposición de modelos socioeconómicos incompatibles con la dignidad humana.
Pudiera creerse que -desde una perspectiva académica-una posición crítica frente a cuestiones de la más viva actualidad supone un nivel inferior del intelectual frente a las grandes preguntas existenciales que nos plantea nuestra vida.
Realmente, José Manuel Castellano demuestra que lo que hay en el fondo de este asunto es un honesto e incorruptible compromiso de su sensibilidad social ante esas otras realidades:
Mi querido amigo, no me caracterizo por repartir odios, ni siquiera ante las injusticias. Ese es un sentimiento que no profeso, ni practico, ni quiero. Otra cosa, y ese siempre ha sido un comportamiento muy asentado y que ha definido mi vida (para bien o para mal), es que no soy indiferente ante ciertas cosas, principios y valores, especialmente ante los abusos, la prepotencia, “la falta de ignorancia”, la explotación, la discriminación, la violencia, la hipocresía, las mentiras, las miserias humanas, las corruptelas ejercidas en todos los ámbitos, incluida la Académica… (Ni odio ni indiferencia).
“No soy indiferente”, nos dice. Claro, José Manuel, porque ningún hecho de cultura es neutro. “Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos”, asegura Emilio Lledó. “Ambas actitudes son formas de libertad. Y la libertad no admite conformismo alguno. Vivir, para los humanos, sobre todo en nuestros tiempos, ha sido siempre una sucesión de conformidades, de aceptaciones y de sumisiones”. Ya lo decía Albert Camus: uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.
Si alguien piensa que es un pretencioso y oportunista intento, por parte de un intelectual, situarse al servicio de la vida social y política, lo es únicamente en el caso de la opinión de escritores de escasa y dudosa calidad. Del auténtico intelectual se esperará siempre una interpelación crítica sobre las realidades que le rodean. El sujeto de ideas suele ser un sujeto social dinámico, activo. Debe serlo en esta época de la posverdad y de lo políticamente correcto.
Una consideración más, ahora en relación con el intelectual en América Latina: en el continente, la producción intelectual y el desempeño social atraviesan por uno de sus mejores momentos; en estos escritores, la realidad latinoamericana sucede más por la política y lo social que por el mundo netamente cultural. Entonces, evitemos la sensación de que la figura actual del intelectual es algo fosilizado; eso supondría desconocer por completo su función en la vida social de los pueblos. José Manuel Castellano, por el contrario, es un escritor anclado en las realidades más vivas:
Este canario de nacimiento no canta en jaula se siente de todas partes y de ninguna, pero muy sujeto y arraigado a la tierra que pisa desde un compromiso humanista, honesto, solidario y librepensador. Intenta enfrentarse abiertamente a las injusticias, a la discriminación, a la explotación…, que promueve este sistema global corrupto y criminal en todos sus ámbitos (Micro-Autorretrato).
Nuestro escritor y docente llegó formando parte del Programa Prometeo como investigador entre 2013 y 2014. Editor-Jefe de CES-AL, que pretende ser algo más que una editorial, es una apuesta decidida por la vinculación social y una cultura plenamente liberadora. Director de la Tribuna Internacional La Clave, revista digital constituida en tribuna de libertad de expresión y pensamiento. La historia nos ha enseñado que cuando la producción intelectual y la vida social y política se comunican, son complementarias. Entendido así, el intelectual pretende influir tanto en la conciencia de los individuos como en la de quienes toman las decisiones.
Una educación “a golpe de virus”
La contemporaneidad ha imprimido una vertiginosa aceleración del tiempo en la irracionalidad colectiva. Mientras que el fondo y las esencias han permanecido inmutables a su sombra. Unas transformaciones revestidas, con un toque cosmético sutil de gran impregnación social, para que no alteren el orden y “todo siga igual”. (Pedagogía de la paciencia I).
Estas palabras de José Manuel Castellano me recuerdan a una parte de mis propias reflexiones sobre “Cabalgata nocturna”, esa novela negra de Eliécer Cárdenas:
esta espléndida y expresiva narración es una mirada irónica sobre el cambio y a la vez inmovilidad de la sociedad. De alguna manera, todo sigue igual. Nos recuerda la célebre frase de Lampedusa en El Gatopardo: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Pasado, presente y, tal vez, futuro no se distinguen. Un mundo ya establecido y a la vez clausurado, una situación que nos sobrecoge.
Pues algo así pude tal vez aplicarse, sin exageración ninguna, al estado actual la educación, posiblemente el centro de un gran número de artículos de nuestro autor y desde donde irradian otros muchos aspectos de sus “Crónicas desde Ecuador”. Hablamos hoy de una educación realmente postergada. La educación, en un estado más apremiante que nunca, en el eclipse de las humanidades, parece haberse paralizado en escenario permanente de crisis.
Se entendería, sin embargo, que con el auge de las tecnologías, algo ha cambiado realmente. El mismo José Manuel asegura:
Algunos sesudos teóricos, han definido este momento histórico como la “Era de la Información y la Comunicación”, por el simple hecho del surgimiento de nuevos dispositivos tecnológicos, nuevas formas de relación social, generalización de la desigualdad y concentración del poder.
Es posible que las clases virtuales hayan constituido una forzosa alternativa. Sin embargo, ¿nos dejarán una enseñanza a distancia, cada vez más favorecida y en perjuicio de la presencial? Indiscutiblemente, si el discurso de lo digital se instala de forma definitiva en las instituciones educativas, lo habrá hecho, como alguien ha dicho, “a golpe de virus”, no como un resultado de procesos de aprendizaje. Pero esto jamás ocultará lo absolutamente necesario: la dimensión humana en el sistema educativo.
Compartimos con J. M. Castellano que el esfuerzo debe ir orientado a ayudar a los estudiantes a pensar por sí mismos, a comprender y cuestionar los límites de la acción individual en detrimento de la colectiva. Esta será una de las claves de la educación del futuro:
la cuestión de fondo es que, si queremos ir por delante de los avances tecnológicos, tenemos que descubrir y perfeccionar las cualidades únicas de nuestra condición de seres humanos, las cuales, antes que competir con las capacidades que hemos creado en nuestros ordenadores, las completan. Las escuelas tienen que crear seres humanos de primera clase, no robots de segunda (Andreas Schleicher).
Al mismo nivel se sitúa en “Crónicas desde Ecuador”, el polémico asunto de la titulación, que pone de relieve estructuras académicas construidas frecuentemente alrededor de los intereses de los adultos y mayores antes que de los propios estudiantes:
Desde nuestra perspectiva, ese ordenamiento es concebido como un punto de partida y no como un fin de la educación, los principios fundamentales del conocimiento y de las ciencias, que son manifestadas a través del diálogo, la reflexión, el repensar, el cuestionar y el ejercicio de la crítica.
Son palabras importantes y que vienen a complementarse en su artículo “Educar para el fracaso y la derrota”, en donde José Manuel reproduce un escrito del cineasta Pasolini, con mismo título:
Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota, de la humanidad que de ella surge. Una sociedad en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser como un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero.
Precisamente, creo que si hay un aspecto en Don Quijote que lo conecta con esas ideas y que hoy es incuestionable, vamos a llamarlo así, es el fracaso de su aventura. En este mundo de éxitos prefabricados, todo triunfador suena un poco a fatuo y, por el contrario, la derrota tiene un gran aroma de autenticidad. Este “fracaso resplandeciente” es, posiblemente, la más actual y permanente lección que Don Quijote puede ofrecer al lector de una sociedad absurdamente adoradora del éxito a cualquier precio.
Bueno, estamos convencidos de que poco se adelantará en el plano educativo mientras no sea prioritaria la inversión de recursos. Habrá que recordar la tesis de Víctor Hugo -y aplicarla a la educación- cuando afirmaba que “es en la época de crisis cuando hay que doblar el presupuesto para la cultura”. Efectivamente,con el mundo todavía enfrentado a la pandemia -al menos, en sus secuelas- sentimos hoy la imperiosa necesidad de reconstruir nuestra sociedad, y para ello, la educación debería estar en el centro de la acción.
Un reto para América Latina: la educación superior
La función que desempeña la educación superior en América Latina para favorecer el desarrollo social para el siglo XXI se convierte en un auténtico desafío y es otra de las inquietudes que atraviesan, a la manera de una isotopía, las páginas de la obra que comentamos.
Partimos del hecho de que el fenómeno de la globalización desborda ampliamente los límites de la economía e invade el terreno de la educación. En este contexto, la calidad de la educación superior es fundamental, y, particularmente, la cuestión de la investigación constituye un requisito previo de máxima importancia social y, simultáneamente, para la calidad académica y científica de las universidades.
En esta línea, los problemas y cuestiones sobre la Universidad en América Latina ocupan, como dijimos, una atención prioritaria de José Manuel Castellano en sus “Crónicas desde Ecuador”. La universidad siempre ha sido el centro del desarrollo cultural de la sociedad, y ha desempeñado, desde sus orígenes, una labor esencial como nexo de unión entre culturas. Parecería entonces necesaria una razonable exigencia -en la integración del espacio latinoamericano- en relación con modificaciones básicas en la docencia y la capacidad investigadora del profesorado universitario. La posición de nuestro cronista descarta radicalmente el exceso de titulación como una de las salidas a la problemática cuestión de la docencia universitaria:
Desde las últimas décadas del siglo XX, los países centrales han reconvertido la educación superior (con minúscula) en una “mercancía” más de consumo, que ha obligado a las clases medias y precarias a hipotecar su patrimonio. Una formación que, además, prima las áreas básicas del desarrollo productivo del propio sistema. Mientras que aquellas otras disciplinas, que no se ajustan a esos parámetros (Humanidades y Ciencias Sociales) pierden cada vez más espacios.
Y, contundentemente: la calidad de la educación, al igual que la calidad de la salud pública, caminan con pasos agigantados hacia un capitalismo salvaje, donde sus sujetos históricos han pasado a ser apasionados coleccionistas de títulos. (Pedagogía de la paciencia, II).
Según esto, la calidad ha pasado a ser una preocupación primordial en el ámbito de la educación superior. Particularmente, la investigación se convierte en un requisito previo imprescindible, de enorme trascendencia social y de calidad científica en la educación universitaria. En el contexto de las recientes adversidades sanitarias, así se expresa José Manuel Castellano:
Una educación que ha encontrado en su camino a un gran aliado, la pandemia, que ha impulsado la proliferación de maestrías y doctorados de muy corta duración bajo modalidad virtual o semipresencial que, a simple vista, ha favorecido un acceso y ha originado un proceso inflacionista de titulaciones, con la consiguiente reducción significativa en los criterios de exigencia y calidad (Pedagogía de la paciencia, II).
¿Entonces, la pandemia como un gran aliado? Lo cierto es que la crisis ha puesto en evidencia las numerosas deficiencias de los sistemas educativos, no solo en la cuestión tecnológica (Internet y computadoras requeridas), sino también de formación de los docentes, imprescindible para las innovaciones de aprendizaje. ¿Es acaso entonces, desde el mismo título, una exageración el artículo “La Universidad, un gran engaño social”?
No entendemos -o más bien todo lo contrario- la polvareda levantada en las redes sociales ante unas reflexiones vertidas por un docente universitario sobre la baja calidad educativa. La misiva, en cuestión, firmada por Daniel Arias Aranda, docente de la Universidad de Granada (España), y reproducida posteriormente como artículo de opinión en La Voz de Cádiz (Andalucía-España), el pasado día 4 de este recién estrenado año, llevaba un rompedor y llamativo título: “Hoy me dedico a engañar más que a enseñar”.
Pues, no. No lo es el exigir una investigación social, científica y tecnológica de alta calidad. Como reconoce Castellano Gil, los estudiantes no son los responsables de esta penosa mediocridad educativa e intelectual actual. Ellos simplemente son el resultado y la consecuencia directa de este sistema educativo.
“La mala calidad educativa, es un asunto que no interesa lo más mínimo al conjunto social”, “las Humanidades pierden cada vez más espacios”, “ausencia de lectura”. José Manuel acierta, en esas expresiones, en uno de los puntos centrales de la cuestión. La universidad, como en cualquier otro nivel de enseñanza, debe impulsar permanentemente procedimientos orientados a la construcción de jóvenes lectores. Lo decimos con fuerza: antes que enseñar técnicas de lectura hay que despertar el gusto por la lectura. Aunque la escuela, el colegio, la universidad, incluso si sus propios profesores no los motiven, los jóvenes aman la lectura y la escritura. Afirmamos esto con toda convicción y contra la insistente idea de que a los jóvenes no les interesa leer ni escribir.
Sin embargo, asimismo con firmeza, en muchas instituciones educativas se ha concebido al lector como un descodificador de signos; quizá esto explique entre otras razones, el desinterés de un número considerable de estudiantes especialmente hacia la lectura literaria, ya que a los jóvenes no se les incita a amar los libros, sino a detestarlos. Frecuentemente observamos con pesar, en esto vamos nuevamente con José Manuel, cómo la lectura se ha asociado a la tarea escolar o académica, no al disfrute en libertad. Paradójicamente, quienes leen habitualmente fuera del ámbito académico suelen ser mejores lectores.
Lo hemos expresado en varias oportunidades y lo repetimos ahora: no se escribe para ser escritor, no se lee para ser lector. Se escribe y se lee para entender el mundo, y para ayudar al otro a entenderlo. Para pensar nuestro siglo XXI.
Y volviendo a la Universidad: de hecho, lo que hace José Manuel, es preguntarse por el sentido humano y social de la Universidad. Es bueno saber que hay personas que luchan por eso y que, además, lo ponen en el centro de sus preocupaciones sobre la cuestión universitaria. La Universidad debe transmitir valores, la idea de compartir y, muy especialmente, la justicia, es decir, la realización de aquello que nos corresponde.
Para Fernando Savater, la justicia es el verdadero sentido de la educación, desde el nivel más elemental hasta el más elevado o superior. No lo deben olvidar los intelectuales. No lo olvida nuestro autor.
También, como hace él, cuestionar las verdades oficiales, porque la mentira repetida, no por ello se vuelve verdad.
José Manuel Castellano, un intelectual de dos mundos. Su trabajo, este libro, una clara contribución al desarrollo del sistema educativo y una mejor comprensión entre culturas y pueblos (Canarias y Cuenca), para favorecer la integración latinoamericana y afianzar la identidad social y cultural del continente.