No me siento sola, ESTOY sola

Por: Johanna Bernal
Estudiante universitaria, Cuenca (Ecuador)

La cosa más amable que puedes hacer por ti mismo es mantenerte solo ¿A que asusta verdad? Las personas somos seres sociales por naturaleza y por necesidad, ya que, formamos parte de algo más grande; somos una fracción de la totalidad del mundo, con el que tenemos relación incluso de forma involuntaria. Sin embargo, es necesario alejarse cada cierto tiempo del cúmulo de conexiones que ciñen la vida, para hacernos con el silencio interno y con la temible oscuridad total.

Consecuentemente, la sociedad moderna exige el olvido del “ser” como una presencia individual y le apremia para convertirse en una pieza útil en el gran engranaje colectivo. Esto explica el afán de las masas por estudiar carreras universitarias sin vocación; casarse precipitadamente; mantener contacto con personas de nexos volubles; intentar encajar en agrupaciones que no comparten las mismas ideologías ni los mismos valores; recibir invitados molestos en casa; o simplemente por cumplir con la norma de estar bien con los “otros”, evitando conflictos y cuchicheos insufribles.

Aun así, es preciso tomar la valiente decisión de encontrarse a uno mismo. Pero, superando lo romántico de tal afirmación, debes hacerte un tiempo para entender genuinamente quién eres, qué haces, qué quieres de la vida y qué necesitas. Son cuestiones que provocan una metamorfosis en la concepción de la existencia de cada uno. Es un hecho que marca un antes y un después en la visión del individuo sobre el mundo. Se puede lograr en medio de la soledad total, sin distracción alguna y sin las prisas del mundanal ruido. Curiosamente, cada vez que preguntas a alguien ¿quién eres?, te dan su nombre y su apellido -apuesto a que también lo has hecho-. No obstante, eres más que una denominación. Este es un ejercicio en el que se debe ser vergonzosamente franco y reconocer qué facetas te conforman como ser humano.

Tal vez suene poco lógico, pero el hecho de definirse como alguien específico es un desatino. Porque si el “ser” es definido, se limita. Es más, mientras existas tienes posibilidades, y siempre que haya posibilidades, puedes ser lo que quieras, trabajar donde te plazca, amar a quien quieras amar, tener hobbies idiotas y también cultos, todo mientras poseas la esencia de la vida. Evidentemente, también es una obligación inexcusable escudriñar en los adentros de la consciencia para reconocer los errores, los vicios, los defectos, las cosas que escondes y que solo conocen las cuatro paredes de tu habitación.

Es por esto, que llevar a cabo dicha evaluación requiere mucho temple y empeño. Sin embargo, no toda la gente está dispuesta a realizarla. En su lugar, buscan paliativos para ese dolor existencial. Algunos ejemplos concretos de dichas medicinas fugaces son la búsqueda del supuesto amor verdadero; el deseo efímero de sentirse querido o codiciado por los demás; la necesidad de comer sin parar; las compras impulsivas; episodios de manías; adicciones; entre muchos otros. Y a pesar de que lucen como el remedio fácil e ideal, ninguno dura lo suficiente como para que desaparezca la sensación de vacío y penumbra interna. En este punto, es extremadamente fácil empezar las comparaciones con gente que rodea al individuo en cuestión y que teóricamente es más exitosa.

En realidad, es innegable que siempre habrá alguien más guapo/a, más rico, inteligente, esbelto o exitoso. Pero la diferencia radica en ser conscientes del crecimiento personal de cada uno, que aún con altibajos, es mejor de lo que fue hasta hace un momento. De manera que, es elemental la oportunidad de experimentar la soledad total, para reflexionar y para crecer. Asimismo, resulta imprescindible aprender sobre uno mismo, para poder actuar como tal, sin influencias externas y sin autocríticas negativas.

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