La inteligencia es incompatible con el sistema educativo
Por: Inés Rodríguez
Estudiante de 2° de Bachillerato (Islas Canarias-España)
Acabo de terminar los exámenes para el ingreso a la universidad. En España, cada vez que llegan estas señaladas fechas de junio para los estudiantes, la selectividad es fuente de toda clase de polémicas. Recuerdo que yo supe de este examen a muy corta edad, pues veía en la tele cómo los periodistas siempre se encargaban de buscar a la persona con mejor calificación y entrevistarla. Por ello, podemos afirmar que es un tema de interés general y, además, siempre ha sido muy mediático. Pero, ¿por qué polémico? Es sencillo: muchas personas tienen quejas sobre si el sistema de evaluación es ético. Hay personas que creen que reducir las capacidades de un estudiante a una cifra no es la forma más correcta de admisión en una institución de tal importancia como lo es la universidad.
Bajo mi propia experiencia, he llegado a sentirme agobiada por sacar buenas calificaciones en algunos momentos. Y pese a que lo he conseguido sin mayores problemas, no dejo de pensar en que podría haber evitado los instantes vividos a raíz del estrés de no ser por el control que ejerce sobre los estudiantes el sistema educativo. Otros compañeros que he conocido personalmente lo han pasado peor, pues, por diversos motivos, no hablo de la pereza; muchas veces sus notas no llegaban al aprobado. He escuchado a tantas personas de mi entorno lamentar no ser habilidosos con las matemáticas, cosa que me entristece grandemente.
Vengo a deciros algo que quizá os sorprende: todos somos inteligentes. Existen muchos más tipos de inteligencia, pero en el colegio se suelen evaluar dos: la Lógica-Matemática y la Lingüística. Si a alguien no se le da bien alguna asignatura, quizá es porque posee otro tipo de inteligencia distinta a estas dos. Y adivinad qué: no pasa nada, a pesar de que nos han hecho creer lo contrario. Un suspenso en matemáticas dice más del profesor o, del Ministerio de Educación incluso, que del alumno.
Considero que nuestro sistema educativo, por lo general, administra buenos conocimientos básicos, fomenta el trabajo en equipo y el aprender jugando; y por supuesto trata de inculcar valores como la autodeterminación o el respeto al otro. Por otro lado, no creo que la selectividad sea un método de admisión a la universidad inútil, pues se espera que el estudiante que entra a la universidad tenga unos conocimientos fundamentales para avanzar en su formación, precisamente porque podría crearle problemas para sacar la licenciatura el no tener una buena expresión escrita, por mencionar un ejemplo de muchos. Sin embargo, la educación falla en el constante empeño de transformar a los estudiantes en un número, un número que ni siquiera es del todo objetivo, porque no evalúa las 12 inteligencias existentes.
En otros países, como Finlandia, el sistema tiene mejores condiciones para los alumnos, cosa que otras naciones, como la mía, han intentado imitar, aunque sin mucho éxito.
Por ahora, es difícil cambiar algo, dados muchos factores dependiendo del país. En España es la inestabilidad de la Ley de Educación, que en lo que llevamos de siglo, ya ha sido modificada tres veces. No obstante, espero que este artículo anime a futuros políticos o educadores de distintas partes del globo a mejorar la situación. Que la educación no sólo mejore en mi país, calificado primermundista desde el periodo del Segundo Franquismo (1959-1975), sino también en otros con mayores dificultades. La educación es un derecho para todos sin distinción de raza, sexo o nivel adquisitivo; y si existe, que sea para no sentirnos infravalorados o estresados por un número.