Estallido: la protesta social en América Latina del 2018 al 2022

Por: Pepe Mejía
Periodista, Corresponsal de Lucha Indígena en Europa y miembro del Colectivo de Peruanxs en Madrid

Las movilizaciones desarrolladas en América latina -entre 2018 y 2022- han sido superiores a las realizadas en los años 90 e inicios del 2000. Sin embargo, estas movilizaciones no han logrado cristalizar transformaciones más radicales. Los países que atravesaron el ciclo progresista fueron desarrollando la derechización de sectores medios. Se constata el auge de una nueva derecha neoliberal e incluso una extrema derecha autoritaria. Los principales protagonistas de estas movilizaciones son los llamados “nuevos movimientos sociales” integrado por estudiantes, mujeres, LGTBIQ, pueblos indígenas y originarios, entre otros.

Estas son los vectores principales del informe Jacobin “Estallido: la protesta social en América latina del 2018 al 2022” cuyos autores son: Martín Mosquera, Pedro Perucca, Fiorencia Oroz y Agustín Nava.

Las consecuencias sociales y políticas de las movilizaciones recientes son bastante más ambiguas y contradictorias que las del ciclo de luchas precedente, especialmente por el desarrollo de un marco más polarizado y ante una relación de fuerzas más inestable y disputada.

El informe, que se presentó de la mano de The Left -el Grupo de la Izquierda Europea- a finales de mayo en la sede del Parlamento Europeo destaca “La emergencia de una nueva derecha de masas en algunos países de la región, movilizando una parte de la clase media, e incluso a sectores de la clase obrera, en reacción al ciclo populista precedente”.

El exhaustivo informe de 84 páginas en su versión pdf y 83 en su versión impresa consta de los siguientes apartados:

  1. Una breve introducción a las transformaciones producidas en el campo de la relación entre política, economía y sociedad a partir del proceso de internacionalización productiva y desregulación económica de las últimas cuatro décadas.
  2. Un análisis del ciclo de luchas previo a principio de los años 2000 y dl ciclo progresista que fue su consecuencia.
  3. Un análisis de la naturaleza y los orígenes de la nuva derecha de masas en la región.
  4. Un estudio comparativo y cuantitativo del ciclo de luchas durante el periodo 2018-2021.
  5. Un análisis independiente de las dos mayores explosiones sociales de 2022: Ecuador y Perú.
  6. Algunas conclusiones generales que podemos extraer del análisis de este ciclo de protestas.

El estudio parte de la premisa que “Durante el periodo 2018 y 2022 una secuencia impresionante de movilizaciones sociales recorrió América Latina”.

Este periodo supera en algunos aspectos a las movilizaciones de fines de los años 1990 e inicios de 2000 que pusieron en crisis al neoliberalismo regional y alumbraron posteriormente lo que se denominó “ciclo progresista”.

El informe describe que en los años noventa se implementa una política que se caracterizó por aplicar disciplina en la política fiscal para reducir los gastos del déficit, redireccionamiento del gasto público, reforma tributaria, privatización de empresas estatales, apertura de los mercados nacionales para eliminar cualquier traba a la circulación del capital y una fuerte desregulación del mercado laboral, entre otras.

“En los primeros años del siglo XXI, América latina fue testigo de una serie de rebeliones populares que se opusieron al modelo económico neoliberal” (Pág. 16).

Por otro lado, se señala que muchos análisis del “ciclo progresista” homogenizan las características de los distintos gobiernos que integraron ese “progresismo”. Sin embargo, hubo diferencias y algunas bastante profundas. Por ejemplo. Entre el Frente Amplio de Uruguay, el kichnerismo argentino y la Venezuela de Hugo Chávez hubo distancias significativas en tres aspectos clave: el grado de ruptura con las políticas neoliberales precedentes, el nivel de confrontación con las clases dominantes y el impulso (o no) a la movilización social.

El desencanto del “ciclo populista”

En el siglo XXI las insurrecciones populares no revertieron las derrotas de los años 70 ni el proceso de reestructuración capitalista que le siguió.

“Las clases populares latinoamericanas desembocaron en el neopopulismo, una forma de política que expresaba tanto sus fortalezas como sus debilidades, ya que, si por una parte fue capaz de frenar la ofensiva capitalista, por otra se mostró incapaz de impulsar transformaciones sociales más radicales” (Pág. 19).

Gracias a la “institucionalización de la movilización social” y la puesta en vigencia de nuevos mecanismos para la incorporación de demandas, los movimientos sociales se fueron retirando de la movilización callejera para integrarse institucionalmente o pasar a depender de la gestión estatal.

Durante el ciclo populista se desarrolló gradualmente una derecha social con base de masas, que se fortaleció en el ciclo de movilizaciones “antipopulistas” lo que motivó el nacimiento de un polo reaccionario que no existía en los años noventa. En torno a la derechización de las clases medias, se formó una base popular para una derecha de masas que fortaleció el “bloque neoliberal”. Así, las insurrecciones sociales hoy no logran dominar plenamente la escena política como para garantizar un corrimiento político “hacia la izquierda” y se ven obligadas a actuar en un escenario de creciente polarización social y política.

En los últimos años, en la región se ha fortalecido una nueva derecha neoliberal e incluso una extrema derecha autoritaria.

Además se señala que las movilizaciones y conflictos lo protagonizan sujetos tradicionalmente englobados en los llamados “nuevos movimientos sociales” (estudiantes, mujeres, LGTBIQ, pueblos indígenas y originarios, etc.).

Se analiza el caso de Chile y su estallido social. Su conflicto tuvo que ver más con luchas contra gobiernos neoliberales que finalmente abrieron las puertas a administraciones progresistas, sin cuestionar el tema de fondo.

En el caso de Ecuador se resalta el papel del movimiento indígena que planteó una plataforma de diez puntos: reducción del precio de los combustibles, regulación y disminución de las prácticas extractivistas en territorios indígenas y zonas sensibles, derechos laborales, mejor acceso a la salud y a la educación, control de precios, entre otros puntos. En conjunto el programa constituía un plan global de oposición al gobierno de Lasso. El paro duró 18 días, movilizó a sectores muy amplios del movimiento indígena y fue acompañado por manifestaciones en barrios populares de la capital y de distintas ciudades del país.

En el caso de Perú se destaca la inestabilidad permanente y la nefasta herencia de Fujimori a través de la Constitución de 1993 que sigue vigente.

En cuanto a la destitución de Pedro Castillo y la posterior explosión social el informe Jacobin dice:

“Expresión de un malestar popular duradero, un candidato del interior rural del país, representante de un partido de izquierda y con un programa de reformas sociales y reforma de la Constitución, logró acceder a la presidencia de la República. Pero su gobierno fue errático, torpe e incumplió la mayor parte de sus promesas de campaña” (Pág. 65).

Con Dina Boluarte la represión se mantuvo y acentuó. Los asesinatos de manifestantes continuaron en Junín, Arequipa y La Libertad. En enero y principios de febrero se produjo la masacre de Juliaca y la intervención brutal en la universidad San Marcos.

Según informe de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), “la policía ha hecho un uso arbitrario de la fuerza, que incluye detenciones arbitrarias, torturas, violencia sexual, allanamientos sin fiscales, infiltraciones, sembrado de pruebas, etc.” (Pág. 67).

Elementos para una conclusión.

Asistimos a un escenario de una creciente polarización social y política.

Una de las características de este nuevo ciclo es la mayor resistencia que han demostrado las clases dominantes y los regímenes políticos ante las explosiones sociales. Por otro lado, constatamos que en los países que atravesaron el ciclo progresista se ha desarrollado la derechización de sectores medios.

“Entonces, una primera conclusión general que proponemos, es que los estallidos o las movilizaciones sociales de los últimos cinco años no tienen enfrente a regímenes neoliberales a la defensiva sino a fuerzas conservadoras más resistentes y con una base de masas más amplia, lo que da lugar a una situación de polarización social y política y no un ‘giro a la izquierda’ general. Esto hay que situarlo, a su vez, en un marco de desilusión rápida, en varios países, con las nuevas administraciones progresistas. Los sectores sociales con una sensibilidad progresista atraviesan un importante momento de desencanto respecto de administraciones que luego de alcanzar el poder con un discurso antineoliberal se limitaron a una gestión posibilista dentro de los reducidos márgenes de acción habilitados por una nueva coyuntura política y económica internacional, cuando no a aplicar programas de ajuste y estabilización económica casi indiferenciables de los agitados por el conservadurismo. Los dos casos paradigmáticos de esto son los gobiernos de Alberto Fernández y de Gabriel Boric, en Argentina y Chile respectivamente” (Pág. 73-74).

Según el informe Jacobin, la situación latinoamericana actual es de “empate hegemónico”. Una situación en donde los bloques en disputa tienen la fuerza para bloquear el proyecto del otro, pero no lo suficiente para imponer el propio. Por lo tanto, estamos ante procesos abiertos.

Lo que se hace evidente, y dramático, en estos momentos de crisis capitalista de escala histórica es la ausencia de una alternativa anticapitalista arraigada en las clases populares.

El informe, que también se presentó en Madrid en un acto público, tiene un índice que consta de nueve apartados.

Ecuador ocupa sólo una página. Perú dos. El grueso del informe es para el estudio comparativo de los casos de Brasil, Argentina, Colombia y Chile que ocupa 21 páginas. La llamada “marea rosa” latinoamericana ocupa cinco páginas.

Más información: [email protected] y www.jacobinlat.com

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