Viajando Contigo

Por: Luis Curay Correa, Msc.
Vicerrector UETS Cuenca (Ecuador)

El frío calaba los huesos. Mientras las risas de los pasajeros ahogaban en mi garganta el quejido de la tristeza, te extrañaba en el aire, en el profundo suspiro del cansado sendero recorrido, estabas presente en las carcajadas de mis compañeros, te veía en ellas, en los momentos gratos de una veloz visita al Oriente ecuatoriano.

Las beodas miradas, luego de cuatro horas de viaje, se golpeaban unas a otras diluyéndose entre historias, anécdotas obscenas, retazos de memoria o inventos del momento. Yo, sentado como un bulto, inerte como la materia inexistente, te veía en todo lado. Adivinaba tu sonrisa escondida bajo un tapiz de ingenuidad, disimulada a veces por poses de niña buena; tu voz retozando tibiamente en mis oídos, mordiéndome la oreja, viajando sin espacios ni tiempos hasta el angustiado corazón que llevo escondido bajo la coraza de un hombre feliz; tus manos, tiernas mariposas, que volando atesoraban las mías como si en ellas encontrases vida, yo las besaba con reverente amor, escudriñando el origen de la gloria, tibias, perfumadas; tus labios, torrentes generosos, me invitaban con disimulo a robarle al cielo una estadía instantánea, que, contrariamente, duraría por siempre; tu blonda cabellera, juguete de mis manos, hurgaba en mi pecho hasta encontrar aquel espacio en el que solías acurrucar los sueños. ¡Te necesito tanto!, necesito tu figura que me salva del hastío, necesito tu verde mirar que me transporta hasta la estación de la paz, tu voz, tu sonrisa, tu cabello…¡Te necesito a ti! Pensando de esta manera pasaron las otras cuatro horas y pude observar por la ventana de mi asiento la pelea maravillosa de los rayos solares contra la negrura agonizante, un astro rey, disco dorado, asomaba, cruel, misterioso, sin piedad me devolvía a la realidad: no estabas junto a mí.

Más pesado que ansioso, dirigí mis pasos hasta el umbral del hotel, una fragancia húmeda activó mi cerebro, la fronda abundante de rato en rato me asustaba, una fugaz sonrisa acompañaba un ¡buenos días! desganado, la mano estrechando la bienvenida del encargado deseaba poderte acariciar sin límites, una llave depositada en el mostrador me asignó el 601 como número de habitación. Dos compañeros siguieron igual camino que el mío.

La piscina ocupaba el centro de la estancia, en ella, más tarde, ahogaría mi añoranza. Al fondo canchas de ecuavoley y de tenis esperaban el turno de la algarabía, junto al comedor se encontraba un salón de juegos, lugar en el que escondería mi abandono entre cigarrillos y licor, los corredores cubiertos con un techo sencillo que nos protegía de la lluvia eran los silenciosos testigos de una que otra lágrima rodando por las mejillas, el parqueadero era muy amplio, hubiese deseado verte corriendo por él hasta fundirte en mis brazos.

Es increíble como los días pasan, el tiempo se convierte en el más infiel de los enemigos luego de acuchillar la mente del enamorado, lo trae a la realidad de un jalón, sin esperanzas de retorno; se pierde en el recuerdo, se ahoga en una lágrima y se pierde en el deseo de un grito cortado. Hoy nuevamente, sentado frente al teclado, voy dibujando jirones de esperanza, armando historias invivibles, atesorando la última de tus tiernas caricias, sinceras y puras; sentado frente al teclado te imagino real, hasta te pongo un nombre, converso con tus pasos, les digo que retomen este camino hasta mí, que no me vuelvan a dejar sin ti; sentado frente al teclado, veo tus ojos en la pantalla y le doy un beso a tus mejillas, converso en voz alta con tus sonidos guturales, y tus manos limpian el agualuz de mis ojos, mujer de sueños, mujer irreal.

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