Primera sangre

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

Para vos:
de quien, atento, te escucha.

Sobre el lomo del infeliz caballo tiñose la carmesí sangre. Galopaba alocadamente cuesta arriba ya sin la pequeña sobre sí. Quizá fue el soplar del indómito viento en sintonía con su salvaje crin lo que producía el efecto de ver aquella sangre como a borbotones, como si el líquido le perteneciese al animal y no a la dulce e inocente niña.

Ella: desprotegida, confundida, absorta y con los vaqueros empapados entre su entrepierna, sollozaba en silencio, a la par que caminaba montaña abajo en búsqueda de abrigo, consuelo. Tuvieron que transcurrir apenas cuatro años para que la flor de su infértil jardín sea arrancada por la bestia de carga. Agudo dolor de la tierna infante quien dejó su primera sangre en el pelaje del animal, maldita criatura que se llevó al monte la gracia y el pueril velo.   

Habiendo el astro rey rodeado a la Tierra once veces, la ahora muchacha encontrose entre ajenas sábanas. No llevaba vaqueros y sus tierras eran, ya, campo listo para la siembra. Se dejó, la bonita manceba, a las fuerzas, a los brazos, a las piernas, al sexo de un ser que, después del acto, furibundo reclamaba para sí la primera sangre; este, encolerizado, exigía para su miembro, para su tálamo, para su hombría el rojo fluido que jamás hubo de llegar.

Ella: mujer de largas y enredadas cascadas color noche; de redondos y abiertos astros que tintinean, dejando reminiscencia estelar, entre la oscuridad y la belleza del café; de delicado perfil; de grácil silueta; de marcada naturalidad. Ella nunca más montó. Ella, a causa del paso del caballo, hubo de ser acusada, por la bestia que desencajó sus caderas, de infiel y condenada a la infausta soledad.

Aún camina montaña abajo en búsqueda de abrigo, consuelo…

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