Los ratones pintados
Por: Pedro C. Martínez Suárez, PhD.
Cuenca (Ecuador)
“Zenón decía que nada hay más ajeno a las ciencias que la propia satisfacción”. Diógenes Laercio (s. III d.C.).
“El grado de saber positivo, es de hecho, indiferente o marginal”. F. Nietzsche (1887).
No hay una sola idea de ciencia, la demarcación entre lo científico y lo no científico es una línea difusa. Los mundos entre científicos no son mundos excluyentes entre cada uno de ellos, están interconectados, esto no es una historia western de buenos y malos, los que tienen buenas prácticas y los que no las tienen están en el mismo barco. En la hoguera del Aquelarre se preparan los comités de ética y las oficinas de integridad académica, frotando sus manos como incubo sobre los yacientes científicos inmersos en un sueño eterno de fama y perennidad. En este sentido, tal vez solo podemos aferrarnos a esa idea que comparten el filósofo Gustavo Bueno y el psicólogo B.F. Skinner: “la ciencia es lo que hacen los científicos”, aunque a veces, no podamos fiarnos de lo que dicen y hacen los científicos. Y después de todo, la ciencia no es algo que haya existido siempre y hasta es posible que se confunda indefectiblemente con la tecnología.
Empezaremos por el final. Una hipótesis plausible de por qué ocurren los fraudes en la ciencia y por qué se dan tantos casos de falta de ética en los procedimientos científicos, lo cual juega en contra del progreso, sin duda, tiene que ver con las falencias del sistema universitario y su falta de sincronía a la hora de asimilar y acomodar los cambios tecnológicos acaecidos en los últimos 50 años y las exigencias de la ciencia de diseño que diría Niniluoto, o lo que la gente común entiende por buenas prácticas, algo que junto con la práctica basada en la evidencia se ha convertido en una obsesión. Frente a esto se propone la ralentización o slow science, que diría mi colega, el neurocientífico Parra-Bolaños. La importancia de la lentitud (Milan Kundera) frente al desenfreno de descubrimientos y avances supersónicos.
Seguramente, un psicoanalista (estoy pensando en Winnicott) lo achacaría a la herida narcisista que se ha generado por la discrepancia entre lo que los científicos y la sociedad necesitan y unas políticas científicas deficientes que dejan a todos insatisfechos, incluida la madre tierra que sufre del desorganizado crecimiento a paso firme que dictan el mercado y el mercantilismo.
Dicho sea de paso, el primer caso de fraude en la ciencia lo protagonizó Paul Kammerer en 1920 intentando probar las ideas de Lamarck sobre la heredabilidad de las características adaptativas, algo que le escuché decir al ilustre Mariano Yela en unas jornadas sobre Inteligencia en mi alma mater. El caso es que Kammerer utilizó una especie de ranas que se aparean en tierra y desarrollan unos chichones en las piernas que según el investigador eran utilizados para agarrar a las hembras y se transmitían a la descendencia. El avezado doctor realizó varios experimentos y toda la comunidad científica lo celebró. Años más tarde el médico Noble descubrió que los chichones heredados eran en realidad manchas de pintura.
Cyril Burt, eminente psicólogo británico, director de tesis del no menos eminente Hans Eysenck, ambos estudiosos de la inteligencia, falsearon datos para demostrar sus tesis clasistas y racistas. Los desmanes de Burt fueron descubiertos en 1978, seis años después de su muerte. Eysenck, sin embargo, tuvo algo más de suerte y no fue rebatido en la mayor parte de sus experimentos, como falsamente indica Wikipedia, pero sí un número considerable de sus trabajos (unos 85, aproximadamente un 1% de su prolífica obra) han sido recientemente desmentidos.
En 1970, William T. Summerlin supuestamente consiguió trasplantar piel humana de una persona de tez blanca a una de tez morena, incluso Summerlin acudió al instituto Sloan Kettering, uno de los más prestigiosos en cáncer para continuar con sus investigaciones. Al ver que el experimento no fue replicable y llevaba mal camino, al intentar injertar piel morena en piel blanca, falseó los resultados con un marcador (rotulador).
Recientemente en España una asociación gestáltica llevó a juicio a un grupo de psicólogos por considerarlos pseudociencia, el juicio prosperó en favor de la pseudoterapia, aun sabiéndose que Richard Bandler, uno de los creadores de la PNL (manifiesta pseudociencia) trabajó con Virginia Satir (terapia sistémica) en la editorial Science and Behavior Books mientras editaba transcripciones de Fritz Perls (terapia Gestalt). El problema de las pseudoterapias en Psicología no viene sólo por parte del Psicoanálisis como vemos, también por el intrusismo profesional con la complicidad por inacción de los grupos profesionales de psicólogos que no lo denuncian. Unido esto a la crisis de la replicación en Psicología y Psiquiatría, bien fundamentada en Science, Nature y Frontiers y que coloca la ética y la cientificidad de la Psicología por los suelos.
Recientemente, a todos ha convulsionado el caso de Rafael Luque, el prolífico químico que publicaba un estudio cada 37 horas y que según sus propias palabras la sanción recibida (suspendido de empleo y sueldo por 13 años) le costará a su institución el descenso de 300 puestos en los rankings internacionales, siendo esto rigurosamente cierto.
En los últimos años, se han puesto de manifiesto algunas malas prácticas por parte de investigadores que anhelan escalar puestos en su institución y en la comunidad científica, el mal uso de la autocita, la potenciación de los negocios editoriales, el frenesí de las herramientas para el investigador para producir más y por ende, consumir más, el mal uso del chat GPT, el salto en líneas y áreas de conocimiento afín con tal de publicar todo orientado al publish not perish, son algunas de estas malas praxis.
Para evitar los malos vicios recientemente Harvard se ha plantado y va a cambiar sus políticas de investigación, otros autores en España y Latinoamérica se esfuerzan por poner en valor el español y contextualizar sus investigaciones. En 2015 la revista Mente y Ciencia de Scientific American hablaba de la necesidad de revisar el sistema de peer review.
Algo se mueve, que diría Arquímedes, en la ciencia. El giro de políticas está siendo una realidad, por ejemplo, en España, con la reciente LOSU. Esperemos que la huida del “paperismo” suponga también la superación de contradicciones, como primar tanto la investigación aplicada que no se hace investigación básica, sería como poner el carro por delante de los bueyes y sobre todo, lo más preocupante es la claudicación al mercado, o mejor dicho al mercantilismo por parte de las universidades, tal y como señalaba gráficamente un humorista gráfico de un periódico español, de cuyo nombre no consigo acordarme, en ella se representaba a un estudiante egresado, fruto directo del proceso de Bolonia, cuya cabeza había sido sustituida por una tuerca.