El Día en que me faltes / Te arrancaste la vida

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

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EL DÍA EN QUE ME FALTES

Para mi amada Rosa

¨El día en que me faltes, me arrancaré la vida¨, de un solo tajo, de un solo corte, así, sin más, indoloro, parco, osco. Y dormiré eternamente a causa de tu amor, a la sombra de tu nombre. Te apreciaré etérea desde las llamas sofocantes, desde el destierro ponzoñoso, desde el exilio premeditado. La camisa me rasgaré, así que contemples mi pecho desnudo y sientas el rimbombante latido que maquina a razón de tu existencia y que desfallece en tu ausencia. De tus arrullos póstumos, pues ya estoy muerto, y de tus caricias es que me queda un sucinto hálito de pusilánime vida; vida que ha de cortarse ¨cuando de nuestro amor, la llama apasionada, dentro tu pecho amante, contemples extinguida¨. Este sentimiento inclaudicable de no poder arrastrar más este amor, me conduce a revolotear y considerar siniestros pensamientos. Compungido yazco en la falta de tus labios, que me susurran, que me reviven, que me llevan al edén; aunque cuando de ti me alejes, caiga a la tierra de Hades, desterrado, desdichado e infeliz. Luego, luego buscarte cual Orfeo, eterno enamorado, en las profundidades de los abismos espantosos. Un revólver sin ruleta, teatral movida por excelencia. Ha de ser mi última hazaña perfecta -como tú, Rosa Amada-, en honor a tu diáfana hermosura y a las letras ensangrentadas que te dedico y te marcarán el corazón y la vida en esta noche de auto-flagelo.

M.A.S.
En la noche del 10 de junio de 1919, horas antes de ¨lo fatal¨.

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TE ARRANCASTE LA VIDA

¿Cuál fue tu motivo, Medardo, querido mío? ¿Celos? Razones no tenías. ¡Ah, mi buen poeta! No puedo quitarme tu delirante imagen desplomada, ensangrentada, tendida en la sala de mi estancia, lejos rodaron tus redondos anteojos, tu morfina, tu imaginación y finalmente vi arrugada tu negra corbata de moño. ¿Te son duros tus años, que apenas si son veinte? Imagina, enamorado mío, a mis cortas quince primaveras presenciar, en mi nombre, por mi culpa, tu muerte. No bastó, Medardo, un manuscrito a manera de aviso, mucho menos un poema que hubiste de darme en tu efeméride veinte y uno; versos con los que siento te recordarán por siempre, mientras yo pasaré a la ridícula historia como la joven obsesión del gran poeta, como la niña causante de tu deceso, como la metafórica asesina de un alma perturbada. ¿Con un revólver, Medardo, y sin ruleta? ¡Teatral! Tan teatral como siempre, querido mío. Acaso si decapitarte hubieses podido, seguro lo habrías hecho. ¿Por qué en mi hogar y en mi delante, Medardo? Si pretendías quedarte por siempre en estas paredes y vigilarme sempiterno, lo lograste. ¿¨Ya que solo por ti la vida me es amada¨?Oh, Medardo, tú no sabes lo que es amar. Te mataste, me dejaste. Adiós, Medardo, enseñaste que de amor sí que se puede morir, mientras, aquí, yo: ¨lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero y, besando tus cartas, ingenuamente lloro¨.

Rosa Amada Villegas
En la madrugada del 11 de junio de 1919, horas después de¨ lo fatal¨.

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