Aprendiendo de Píndaro
Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias
Esta mañana en mi casa, mientras me encaminaba a la cocina por un pasillo perfumado por el aroma del café recién hecho, se cruzó conmigo un pequeño insecto
doméstico, un blatodeo al que, quizá por una competencia de espacio, nos hemos habituado a considerar repugnante. Refrené el impulso de aplastarlo y lo dejé huir. No quise empezar el día matando a un ser que tenía tanto derecho a la vida como yo mismo. Por un momento me pareció ocupar el lugar de Dios, cuando pudiendo hacer el mal, según su costumbre, renuncia a ello y permite que sus criaturas sean ocasionalmente dichosas. Aquella cucachara sigue viva, libando desperdicios y reproduciéndose. Es feliz, aunque ni ella tenga conciencia de serlo ni yo sea Dios, algo que nunca agradeceré bastante a la naturaleza.
Para celebrarlo, este atardecer he ido al parque cercano con los Epinicios de Píndaro, el antiguo cantor de los juegos olímpicos, que al pasar cogí de la biblioteca. Brillaba el sol allá arriba y una suave brisa acariciaba las copas de los laureles de Indias. Allí he buscado acomodo a la sombra del tecoma amarillo, una especie de roble originario de Las Antillas, que se ha aclimatado aquí con la espontánea naturalidad de las plantas, ofreciendo a los transeúntes sus humildes campánulas sin olor, y he dejado a mi perro libre de corretear por las cercanías, donde murmuraba el agua de una fuente, zureaban las palomas y jugaban unos niños ante la mirada atenta de sus madres. Amortiguado por la fronda se oía, lejano, el rugido de la avenida, por donde fluía incesante el río monótono del tráfico.
Decía Píndaro: “Sólo hay dos cosas que maduran el fruto de la vida hacia su más pura dulzura entre las bellas flores de la abundancia: tener éxito y ganar buen nombre. No quieras ser un dios. Si te ha correspondido parte de esos honores, lo tienes todo. Las cosas de los mortales son las más convenientes a lo mortal.” Sabias palabras: no busques fuera de ti las satisfacciones que sólo puedes encontrar en ti mismo. Maticemos: tener un relativo éxito en la vida es necesario para ser feliz, pero
no hay que sacrificarlo todo a ese logro. A veces el “buen nombre” depende de ello.
Sigamos: “Por cada bien los dioses reparten a los hombres dos males, algo que los necios no saben soportar con paciencia”. En fin, si no con paciencia, los males
que inexorablemente nos vendrán, no de la mano de ningún dios sino de la propia vida que vivimos, menester es que los acojamos con la naturalidad —ya que no con la complacencia— con que en su momento acogimos los bienes. No se trata de resignarse mansamente con una suerte aciaga, las cosas no están hechas de una vez para siempre, no hay un sitio asignado para cada uno desde toda la eternidad y la voluntad y el esfuerzo pueden cambiar parcialmente el destino de las personas, que no han venido a este mundo a sufrir, sino a intentare disfrutar placenteramente de la vida, aunque por desgracia la mayoría no pueda hacerlo.
Los que sí podrían, a menudo lo malogran por su excesivo apego a los bienes externos. Hay que darles la importancia sólo relativa que esos bienes tienen. Si podemos usar de ellos honestamente y sin perjudicar a otros, bienvenidos sean. Si no, mejor es renunciar, pues entonces no serían ellos algo nuestro sino nosotros algo de ellos. Si te obsesiona lo que no tienes no podrás disfrutar de lo que tienes. Por ejemplo: la ternura antigua de la tarde, la sombra amable del tecoma amarillo, el rumor fresco de una fuente, la risa de los niños, la alegría humilde de tu perro y, sobre todo, la posibilidad de llevar a la práctica otros versos esplendorosos de Píndaro: “Alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el límite de lo posible”.
Un texto muy profundo en cada una de sus palabras, al final me quedo con la frase “Si te obsesiona lo que no tienes no podrás disfrutar de lo que tienes”, es una frase para reflexionar una y otra vez, ya que, hay días que dejamos a un lado lo que realmente es la esencia de la vida…
Muchas gracias por su comentario, tiene usted razón, Diana Isabel, mucha gente suele dejar a un lado lo esencial de la vida. Para ella escribo también.
Un saludo afectuoso.
J.A.