Amanecer en Santiago

Por: Manuel Felipe Álvarez-Galeano, PhD
Colombia

La noche santiagueña desparrama sus ácidas frescuras sobre la claraboya; parece una rebelde respuesta al insidioso calor del día. Nos juntamos en Mandrake, casi por casualidad —¿o causalidad?— en tiempos de soledad, cualquier cosa vinculada con el destino parece sorprender. Nos vimos en Córdoba hace unos meses, cuando yo estaba todavía con mi exesposa; mejor dicho, cuando el papel de la Notaría cuarta todavía nos obligaba a «amarnos»: jamás me perdonó que yo dejara la tapa del sanitario abierta (como si se fuera a meter algún monstruo por el desagüe y le mordiera el alma). ¡Ah!, tampoco perdonó lo de la empleada, aunque solo fue una vez: eso no me parecía tan grave.

Ayelén es diferente: comprende, como nadie, mis fetiches en la cama, y sus ojos de ternerita me fascinan; resguardan una ternura que incita al pesar y al pecado: ¡vaya problema el que tengo con los contrastes! Es una excelente periodista, de esas que no teme publicar lo que es apenas justo, sin estimar cuántas aspirinas tengan que tomarse los políticos. Sin embargo, lo que me enamoró fue su manera de redactar las notas de vanidades: me parecía más auténtica su poética forma de abordar lo banal; así es también en nuestros encuentros cuando viene en los feriados a Santiago.

El Fernet con poca Coca Cola nos dejó cierto espasmo. Siempre me pongo pendejo cuando tomo los viernes; debe ser porque es cuando más me acostumbro a necesitar ternura. Siempre me insiste que nos vayamos a Córdoba, que este calor es insoportable y allá me daría laburo de nuevo en el Diario. Yo le respondo, en cada llamada, que alejarnos nos conviene, que nuestros revolcones son mejores que un futuro juntos, que no merece estar con un pibe frustrado que ni siquiera acostumbra cerrar la tapa del baño y no tiene más compañeras que las cristalinas de cuello largo. Pero esta noche es distinta, una mezcla entre sadomasoquismo y sesión de psicoanálisis:

—¿Qué pasará después? —me consulta ella, después de la primera faena.

—¿Te importa?

—¿Por qué no? —me mira con esas lámparas negras, mientras se sube la frazada hasta el pecho.

—Porque nuestros cuerpos no serán los mismos, Leandro —respondo, con el Vicerol a medio fumar.

—¿Y eso sí te importa?

—Tal vez… el cuerpo es una unión de despojos.

—Y de libertades.

—No, porque esta noche nos pertenecemos. Es este el instante ideal en que es mejor no esperar nada —contesto con una especie de triste quemeimportismo.

Cambio la canción de Pink Floyd: «Us and them» es mejor que «Another brick on the wall» para esta ocasión. La chacarera alborota el calor y la humedad; además, ya nos deleitamos ayer con la fiesta de los bombos… Fandermole no estaría mal.

—Sí, pero mañana podremos odiarnos.

—Sí, pero hoy no.

—¿Y cómo sabés que no te odio ahora? —prosigue Ayelén, sentándose y colocando la almohada entre sus piernas, con una sonrisa que sabe combinar armónicamente su cabello arrebolado con los hoyuelos en las mejillas.

—Bueno… odiás muy bien, entonces.

—Mucho menos de lo que podría amarte.

—Y yo, mucho más de lo que podría esperarte.

—¿Ves que sí te interesa el después?

—Solo si me enseñás a odiarte…

Definitivamente, es la ocasión para una chacarera.


Mención de honor en el XX Concurso Internacional «Puente de Palabras» del Mercosur

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