La poesía y los poetas en Canarias
Por: Cecilia Domínguez Luis
Academia Canaria de la Lengua y Premio Canarias de Literatura
Cuando hablamos de poesía actual ¿ a qué nos referimos exactamente?
Si acudimos al diccionario, encontramos, al menos, tres acepciones de la palabra “actual”:
1ª-Presente, que existe en el mismo momento.
2ª-Que existe, sucede o se usa en el tiempo de que se habla.
3ª-Se aplica a lo que está de moda.
Está claro que la poesía nunca ha estado de moda, con lo que ya podemos prescindir de la tercera acepción.
Pero si aceptamos las otras dos, resulta que la poesía actual es la que se está escribiendo ahora, sin que tenga que ver la edad ni la experiencia de quien la escribe. Así, un poeta que ha empezado a escribir en los años 90, es tan actual como otro que empezó a hacerlo en los 70 y que, al día de hoy, sigue escribiendo.
Porque podríamos preguntarnos: ¿Es que la poesía de Eugenio Padorno, Ángel Sánchez o Elsa López no es actual? ¿Quién decide lo que es actual o no? ¿los lectores, los críticos? ¿Con qué criterios?
El poeta Auden, aparte de afirmar que «mis contemporáneos son aquellos que habitan la tierra mientras yo estoy vivo, sean recién nacidos o ancianos centenarios», decía que «cualquier poeta que quiera mejorar, debe tener buenas compañías».
Con esto quiere decir que, tanto el poeta que empieza como el que lleva tiempo en esta aventura, debe acercarse a otros y elegir. Y elegir significa también dejarse influir por aquellos que hemos elegido.
He aquí tal vez, el territorio donde podemos encontrar alguna diferencia entre los poetas nacidos en los 40 y 50, y los nacidos a partir de los años 60. Me refiero a los referentes.
Como bien dice Daniel Bernal ,«los referentes de los nacidos a partir de los años 60 prodcede de una lectura y asimilación como tales de escritores insulares, así como «de valoraciones acerca de periodos y movimientos literarios insulares de especial relevancia, cuyos máximos exponentes sean el surrealismo o los escritores fetasianos», a lo que yo añadiría, aparte de los poetas hispanoamericanos y europeos, la gran influencia, en alguno de ellos, de la poesía norteamericana.
Escritores todos estos que, los que nacimos, vivimos, estudiamos y leímos en la dictadura, tuvimos que incorporar más tardíamente.
Téngase en cuenta que en, en los libros de Historia de la Literatura de la época nacional católica, aparte de la casi nula presencia de mujeres, los poetas masculinos, sobre todo los de la generación del 27 en adelante, eran absurdamente censurados (a algunos, como León Felipe, ni se les mencionaba), cuando no se manipulaban burdamente sus biografías, como en el caso de García Lorca que, por aquel entonces, había muerto de “muerte natural”.
No digamos nada de los textos, suprimidos, cercenados, prohibidos, tachados.
Y si hablamos de otras literaturas en lengua española como la hispanoamericana, solo Rubén Darío parecía merecer un puesto digno, por no hablar de la inexistente literatura canaria: unas alusiones, como de pasada a Viera y Clavijo o a Iriarte, y una mayor atención a Tomás Morales y, sobre todo a Pérez Galdós. Claro que, de este último, solo se leían fragmentos de los Episodios Nacionales, Marianela y, si teníamos suerte, algunos fragmentos (no toda) de Misericordia.
Es cierto que, algunos afortunados conseguíamos lecturas “clandestinas” de libros que venía de editoriales sudamericanas, como Losada o el Fondo de Cultura Económica, y otros, gracias a sus conocimientos de inglés o francés, podían acceder a escritores europeos, y poco más.
Pero ¿es este un condicionante que nos distingue?
Si en un principio, es cierto que nuestros referentes condicionaron, y aún condicionan nuestra manera de enfrentarnos a la escritura, lo cierto es que, con el paso del tiempo, hemos procurado “ponernos al día” de nuestras carencias. Por eso no pienso que actualmente existan más diferencias entre la poesía de uno y de otros, que las que los distinguen individualmente. Y, desde luego, esto no nos hace ni mejores ni peores poetas.
Quiero pensar que a todos, nuevos y viejos, nos mueve el deseo de honestidad y autenticidad en nuestro trabajo creativo, aunque nuestro caminos sean totalmente diferentes: ya sea a través de la transgresión o la depuración del lenguaje, del acercamiento al mito o a la narratividad de lo cotidiano, de la síntesis reflexiva o la explosión verbal.
Porque como bien dice Jorge Rodríguez Padrón: « escribir es hallar respuesta para los problemas que surgen a cada paso de la existencia y el pensamiento, y en el lenguaje que se apresta a decirlo: una verdadera aventura y no un dictado ni una satisfecha demostración de sabiduría.»
Y estas palabras me llevan a un asunto que me preocupa.
Se está escribiendo mucha, por no decir muchísima poesía, y esto es, hasta cierto punto, gratificante. Digo, hasta cierto punto, porque muchos de los que escriben poesía, al parecer, no siguen los consejos de Auden, acerca de «elegir buenas compañías», es decir, no leen.
Y esta falta de lecturas corre pareja a la falta de autocrítica a la hora de hacer una revisión de su trabajo creativo. Claro que, desafortunadamente, esto no ocurre solo entre los que no leen.
Y aún peor que esa falta de autocrítica es la existencia de lo que yo llamo «la retroalimentación de lo mediocre», en el que los colectivos, sean cuales sean, juegan un papel, no por lo gregario menos peligroso.
En este sentido, la pertenencia a un grupo, lejos de propiciar un enriquecimiento del mismo, a través de sus diferentes individualidades, con una mirada crítica seria y constructiva, y un acercamiento a otras formas de entender la poesía, se convierte en algo no ya homogeneizante- en el sentido negativo del término- sino anodino y excluyente. Un fenómeno que, desgraciadamente, se está produciendo y que convierte, lo que podría ser aglutinante y enriquecedor, dentro de las diferencias, en una fagocitación empobrecedora y mezquina que, desde luego, perjudica a todos.
Todo esto ocasiona que muchos poetas (pero también pintores, músicos, etc…)no hagan otra cosa que repetirse. Y no me refiero a unas constantes temáticas, sino a un tratamiento de esas constantes sin evolución alguna, lo que produce una disminución cuando no una carencia de calidad que demuestra una despreocupación total- cuando no el desprecio- por conocer otros caminos, por aprender del otro, de los otros.
Y esto no tiene que ver con su colectivo-si lo hubiera- sino con la necesidad de alimentarse de la tradición (la clásica y/o la vanguardista), de lo que otros han ido dejando, de todos los que han marcado una impronta de calidad en el mundo de la creación.
Porque, incluso para rechazarla, es necesario conocer esa tradición, igual que para optar por otros caminos es necesario conocer aquellos que han elegido los que nos precedieron.
Por otro lado, el creador, el poeta, en este caso, tiene como uno de sus principales objetivos (cuando no el único) el “complacer”, el ser aceptado y/o celebrado sobre todo por la crítica y los medios de comunicación. De ahí que acuda a lo inmediato, a la negación de la tradición como síntoma de su supuesta “modernidad”, a las argucias de lo anecdótico, de la sentimentalidad, a los golpes de efecto de un lirismo ramplón, sin asumir riesgo alguno, sin adentrarse en el único territorio cierto para el creador: el de las preguntas acerca de la existencia.
Para terminar, les dejo con una reflexión que, después de haber escuchado a esos poetas que se dicen “modernos”, no tuve más remedio que hacerme.
Visto lo visto, creo que estoy fuera de tiempo, o que todo parece venirme de vuelta.
No me emociona escuchar lo bello o terrible que es el mundo, en esas delicadas o enérgicas voces que creen haber descubierto lo sublime del verbo- Nada más lejos, lo sublime, de ellos, de nosotros-
Todo es búsqueda. Búsqueda infructuosa para darle a cada cosa su nombre, pero búsqueda que, al fin y al cabo, nos mantiene despiertos.
Hay quien duerme, poseedor de algún engaño que le hace sentirse creador, inventor de un mundo a su medida. Pero todo está hecho hace tiempo, inventado hace tiempo, y lo único que nos queda es perseguir nuestra propia incertidumbre; esa que nos hace despertar cada día, porque todo, afortunadamente, siempre está más allá,
A veces, logramos rozar con la punta de los dedos una luz, un pequeño vislumbre del tiempo, y eso basta. Es nuestra fortuna. No la de pensarnos creadores, adanes obedientes o insumisos, sino la de sabernos entre aquellos que buscan un hilo de luz por debajo de las puertas, una hoja o un ala en el extremo íntimo de un sueño, el dedo, acusador, a veces, que señala, a pesar de los miedos.
Nada más, nada menos. Sin mágicas palabras, sin mundos ideales, sin bondades que pendan de un hilo.
Habría que mirar más detenidamente las hogueras. Ver cómo ondula todo, con las llamas, y esperar a las brasas y a las cenizas.
Ahí puede estar el misterio. En ese silencio ceniciento que una vez fue llamarada voraz.
Luego vendrá la esperanza, la voluntad, el deseo de resurgir de las cenizas y tal vez, tal vez entonces, encontremos, así, las primeras palabras.