Descuartizaron a Túpac Amaru y Micaela Bastidas bajo el reinado de los borbones
Por: Pepe Mejía
Periodista, Corresponsal de Lucha Indígena en Europa y miembro del Colectivo de Peruanxs en Madrid
La orden de ejecución se dio con Carlos IV (1748-1819) quinto monarca de la Casa de los Borbón. El 18 de mayo de 1781 –hace 242 años- Túpac Amaru fue vilmente ejecutado, junto con Micaela Bastidas, familiares y amigxs que participaron en una de las más importantes rebeliones contra la monarquía, el poder virreinal, la explotación de la población indígena y los abusos que cometían los funcionarios de la corona.
El pasado 18 de mayo, en la iglesia de San Sebastián situada en el corazón del viejo Madrid, se congregó un grupo de personas para recordar la ejecución y reivindicar la figura de los y las que se levantaron contra el yugo borbónico.
Primero, cuatro caballos tiraron de las extremidades de Túpac Amaru. Al no conseguir desgarrarlo, las tropas españolas descuartizaron el cuerpo. Cada uno de sus miembros fueron repartidos a los pueblos que apoyaron la sublevación como escarnio.
Jackeline Sosa Briceño, Ichmawarmi, gestora cultural, arti-vista decolonial y antirracista, fue una de las organizadoras del recordatorio de la vil ejecución ocurrida en la plaza de Cusco. “Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto” dijo Jackeline, repitiendo una frase de Micaela Bastidas y que tiene especial actualidad.
En la Purucaya (ceremonia) se recordó a Fernando Condorcanqui Túpac Amaru Bastidas, último hijo de Túpac Amaru y Micaela Bastidas que, según algunos estudiosos, sus restos reposan en la iglesia de San Sebastián.
Con trece años Fernando Condorcanqui Bastidas fue obligado por las tropas españolas, a órdenes del borbón Carlos IV, a presenciar el odioso cumplimiento de ese feroz Protocolo Borbónico, establecido para crímenes considerados de Lesa Majestad, que estableció descuartizar con cuatro caballos a José Gabriel, ajusticiar a Micaela en el garrote, y a su hermano mayor en la horca.
Posteriormente Fernando fue encarcelado en el castillo Real Felipe en el Callao. Durante su cautiverio fue castrado, porque los borbones no querían que tuviera descendencia. Desterrado a España, en su viaje hacia la península ibérica el barco en el que iba naufragó y recaló en costas portuguesas. Allí se entregó a las autoridades españolas que lo enviaron a Cádiz.
En la capital gaditana estuvo en las mazmorras del castillo de San Sebastián y Santa Catalina.
Tiempo después Fernando, el hijo menor de Túpac Amaru, es trasladado para estudiar en las escuelas Pías de Getafe y de Lavapiés en Madrid.
Fernando Túpac Amaru murió en agosto de 1799 a los treinta y un años, 19 años después de la rebelión tupacamarista y a una década posterior a la Revolución Francesa.
Durante el purucaya celebrado en Madrid se mencionó las distintas rebeliones protagonizadas por los pueblos originarios. Los motivos siguen siendo los mismos. Contra la opresión, la explotación y el derecho a decidir nuestro futuro como pueblos.
También se recordó que hoy, en la actualidad, hay miles de “Fernanditos” pululando por las calles de Madrid sufriendo el acoso de la policía, sufriendo ataques racistas y en la mayoría de los casos recalan en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Aluche, verdadera cárcel de exterminio que tiene como referencia histórica las mazmorras por las que pasó Fernando Túpac Amaru Bastidas.
Como dice el poema de Alejandro Romualdo, que los presentes en la ceremonia de Madrid leyeron en voz alta:
“Lo harán volar con dinamita. En masa, lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes le llenarán de pólvora la boca, lo volarán: ¡Y no podrán matarlo!”
“Le pondrán de cabeza. Arrancarán sus deseos, sus dientes y sus gritos. Lo patearán a toda furia. Luego lo sangrarán. ¡Y no podrán matarlo!”
“Coronarán con sangre su cabeza; sus pómulos, con golpes. Y con clavos, sus costillas. Le harán morder el polvo. Lo golpearán: ¡Y no podrán matarlo!”
“Le sacarán los sueños y los ojos. Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza lo clavarán: ¡y no podrán matarlo!”
“Lo pondrán en el centro de la plaza, boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala tirarán: ¡Y no podrán matarlo!”
“Querrán volarlo y no podrán volarlo. Querrán romperlo y no podrán romperlo. Querrán matarlo y no podrán matarlo. Querrán descuartizarlo, triturarlo, mancharlo, pisotearlo, desalmarlo”.
“Querrán volarlo y no podrán volarlo. Querrán romperlo y no podrán romperlo. Querrán matarlo y no podrán matarlo. Al tercer día de los sufrimientos cuando se crea todo consumado, gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra, ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!”.