A 55 años de aquel día
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Del puño y letra de alguien que,
por cariño a su abuela,
respetuosamente,
garabatea estos trazos.
MSSB
Hace algunas semanas, ni muchas, ni pocas, la madre de nuestra madre: abuela que pasa las siete décadas, mujer que quintuplica nuestra edad, señora de infinita paciencia y abrumadora aura; en determinada, ella, nos encargó un texto. Nos hizo saber que se cumplían cincuenta y cinco años desde que se graduó de lo que a día de hoy se conoce como bachillerato y que por este motivo su promoción se reuniría y harían un programa en el que se incluirían estas palabras. En un principio concebimos esta idea como remota y difícil de lograr; sin embargo, solicitamos ayuda a uno de ¨nosotros¨, quien, tras una serie de largas y amenas conversas con la dama en cuestión, consiguió plasmar lo que a continuación leerá.
¨Y la lluvia caerá, luego vendrá el sereno¨
Entiéndanse estas breves pinceladas como una sencilla, pero diáfana aproximación a lo que fue una de nuestras mejores etapas de la vida, sí, la escuela, el colegio. Y es que el tiempo, ratero por excelencia, ha pasado por alado, llevándose consigo, además de un cúmulo de sentimientos y emociones, varias décadas y recuerdos que deberían reposar perenes en nuestra memoria colectiva. Es en este sentido que me permito plantar variopintas ideas plus anécdotas que emergen, cual embate rampante de olas, entre risas y lloros, de esta época dorada.
Parece ayer que, presurosa, mamá nos peinaba, papá nos echaba una bendición, los hermanos nos importunaban con sus desacatos mañaneros e íbamos, sin temor a ningún peligro, rumbo a esos cuartos, llámense aulas, donde dejamos gran trecho de este invalorable regalo intitulado ¨vida¨. Van por la mitad los 50´s, se asoma a nuestra conservadora ciudad la moda de pantalones acampanados, camisas abiertas y entalladas, grandes cabelleras, cadenas de oro, maletines de mano, botines de plataforma alta y gafas redondas, implementos estos bien acentuados en cada cuadra sobre más de un muchacho que, figuretti, pisa con prosa los centenarios adoquines. Nosotras, pueriles ilusas, los vemos altos, inalcanzables, con aires de suntuoso respeto. Mismo respeto que infundía la Hermana con nombre de alguna Santa que nos recibía a la entrada de las Salesianas, de las ¨Shalicas¨, como nos llamaban, nadie sabe si con saña o buena fe.
¿Recuerdan que en el aula reinaba, además de la bonita consentida, el silencio? Sobre mi cabello bien recogido y mojado sentía, cada mañana, a la hora del receso, el tibio vahó de la niña a mis espaldas, bostezos que salían del alma y terminaban en mi nuca. Dejando de lado el fiambre -manjares que aún siento en el paladar-, las practicantes se llevaban gran parte de la atención de treinta y pico de niñas. Bonitas ellas con sus lacias enredaderas y otras, las más osadas, con la permanente fresca, templada, moderna. Tiza en mano nos enseñaban. Verlas era como un espejismo, pues vestían nuestro propio uniforme, pero bastante más crecido. En mis adentros hube de cuestionarme en esos momentos: ¨ ¿Y para cuándo estaré yo en su posición? ¨. Anhelaba crecer en esas diminutas prendas y ser como ellas.
Finalmente, tras aprender a leer, a escribir, unas cuantas propiedades de la suma, otras de la resta, luego de entender la regla de tres, algunas simples, otras compuestas; finalmente, llegué a la vida de colegio. ¡Oh deliciosos y perfumados recuerdos, como dice el poema de no recuerdo quien! Descubrimos en este período, me atrevo a usar el plural de modestia, un sinnúmero de situaciones que acompañan a la vida misma, descubrimos que fuera de la burbuja paternal existe un mundo y que no es como lo pintan los libros de la escuela.
De lado quedaron los cuadernos de una línea, reemplazados fueros estos por folios de cualquier textura, tamaño y color. A la par, nos machucamos las manos a punta de fina aguja y blanco hilo sobre aquella tela incluso más blanquecina. Las manos de la Hermana superiora se presentaban llenas de callosidades, nos preguntábamos cuántos cortes, confecciones y costuras aguantarían semejantes palmas tan maltratadas y maltrechas, pero siempre dispuestas a sostener la verdad o un rosario durante eternos y sentidos rezos. Volaron como gorrión espantado por un siroco extraño los primeros años de colegio; llegó, así, el nivel superior, el ser señorita.
Ahora, al salir de casa, ya no dejábamos que mamá nos peine, ni que nuestros hermanos nos incomoden con sus sandeces, solamente la bendición se mantuvo, en buena causa a las enseñanzas de Don Bosco y María Auxiliadora. Mediaban los 60´s. De a poco se popularizaba aquella emisora que, a escondidas y en bajo volumen, la sintonizábamos desde la radio de papá, mientras nos arreglábamos para ponernos en marcha hacia el bonito colegio. Atrevidas las de media pantalón color carne, las del dobladillado no permitido de la falda o las de discreto labios rojos. Y tarareábamos ¨el mundo está cambiando¨, a la vez que salíamos de casa, continuábamos con el coro ¨el cielo se está nublando¨ cuando notábamos que grises nubes cubrían nuestro cielo. Nos sentíamos como en una pasarela con los cuadernos pegados al pecho, sostenidos por nuestras finas manos, mientras el viento ondeaba nuestras emperifolladas cabezas. Ahora ya no veíamos altos señores de gafas redondas, pantalones campana y maletines, nos fijábamos, pues, en los uniformes masculinos que, desde el frente de la acera, nos guiñaban caballerosamente sus ojos, sonrojadas mejillas causaban, se sintonizaba el ¨acholarse¨ con el rubor. Al llegar al colegio, la misma Hermana, un poco más encorvada, nos recibía igual de bien que hace años. Nuestro paralelo había ascendido hasta el último de los pisos, nos sentíamos las embajadoras del colegio en la ciudad.
Cuantas misas, eventos, programas, quermeses, desfiles acuden a la mentis. Cuando en el penúltimo año heredamos la virgen y en el último año se la encomendamos a nuestras sucesoras. ¡Ah, la familia salesiana! Enero el mes de Bosco, mayo el de nuestra Madre Celestial ¡Ah, las imperecederas y eternamente juveniles chicas del curso! ¡Ah, la mezcla de sentimientos cuando nos vestimos de birrete y toga! ¡Ah, las olas del mar de nuestra gira, las noches de eterna conversa! ¡El ver la vida pasar y no volver!
A pesar de todas las actividades citadas con antelo, considero que la más fructífera y que marcó tanto nuestra vida colegial como la de profesoras fue la de alfabetizar, en último año, a varias personas de fábricas, de cuyo nombre no quiero acordarme, como enfatizaba Cervantes a través de la voz del famoso hidalgo de la Mancha: Don Quijote. ¡Cuán grandioso el ver a una persona adulta tomar un lápiz y escribir su nombre por vez primera!, luego un profundo ¨Gracias, señorita¨ prominente de su hueca sonrisa y apagados, sombríos ojos.
Aquel día, del que ya son 55 años, aquella tarde de alegres sollozos, aquella, como decía la balada ¨Mi gran noche¨; en determinada, ese día en el que llenas de expectativas dejamos el nido y nos auguramos un venturoso futuro. Aquel día, aquella noche en la que nuestra voz iracunda sentenció, como la canción, ¨Y la ciudad duerme¨. Y nos marchamos contentas hacia un indómito e ignoto devenir.
Todas conocemos estos versos…
De prisa como el viento van pasando…
Después llegan los años juveniles, los juegos, los amigos, el colegio…
Y brotan como manantial, las mieles del primer amor…
Y así la vida de cada una se fue forjando, siempre acompañadas de las grandes enseñanzas recibidas en las Salesianas.
Ahora bien, usando el recurso afectivo por excelencia: la palabra, tómense estas líneas como un merecido homenaje y recordatorio a quienes entre nosotras ya no se encuentran, sempiternas hemos de llevarlas presentes y queridas en todo instante. Al estilo de Rubén Darío: ¨Y la carne que tienta con sus frescos racimos y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos¨.
Amigas, hermanas de uniforme, permítome cerrar esta corta intervención con dos estrofas de un himno que todas conocemos.
“¡Salve, salve, Colegio bendito
santa casa de paz y esperanza,
cuyo asilo benéfico alcanza
la caricia infinita de Dios!
¡Salve, augusto bajel salesiano
cuya antorcha se anima y enciende
con la luz de la blanca sonrisa,
que en la faz de Don Bosco es un sol!“.
Y, como la creatividad es virtud auxiliadora, modestamente proceso a leer unos versos extra que, espero, bien nos identifique.
¡Salve y viva esta promoción de antaño
que hoy a ti homenaje te rinde!
¡Infinitas memorias merecen,
regalo de Dios, el tiempo que fue!
¡Vivan las exalumnas salesianas que en María Auxiliadora y Don Bosco nos encomendamos!