La soledad, tan sola

Por: Rubén Darío Buitrón
Poeta, periodista, docente, Ecuador

Cae sobre ti de pronto, como un peso infame. Como una sombra gigantesca que te envuelve.
Y aquí estás, hablándole a la sombra, hablándote a ti mismo, tratando de entender por qué la soledad es un vil ataque por la espalda a tu cotidianidad o a tus hábitos o a tus costumbres.
Estás solo y apenas si escuchas sonidos rutinarios. El susurro interminable de la refrigeradora. Una y otra gota de agua que se niegan a dejar de caer en el lavabo de la cocina. El motor de una motocicleta que sube la calle y que hace un estruendo arrogante.
No hay música. No hay nadie. Solo tú.
¿Extraviado en tus propias contradicciones? ¿Víctima de una maldición de la que no puedes escapar? ¿Recordando a tu tío abuelo rosacruz que adivinaba las cartas y un día te dijo que pese a cualquier intento que hagas no podrás huir del mismo destino que le tocó vivir a tu padre?
Solo tú. Huérfano de las hijas que tanto amaste, que tanto amas, y que no ves hace años. Huérfano de tu familia que si te dio amor y tú no fuiste capaz de darle, simplemente no existe. Huérfano de tu compañera que decidió no soportar más tus repentinos e impensados comportamientos de insensato adolescente o de macho alfa.
Y empiezas a entender (¿entender?) ese peso enorme que cayó sobre ti y que, quizás, no fue de pronto. Que lo fuiste construyendo con tu incapacidad de consagrarte a tus propias promesas de amor, de lealtad, de compromiso, de un querer responsable y maduro y apacible.
¿Apacible es igual a previsible? ¿Previsible es igual a deducible? ¿Deducible es igual a inasible? ¿Inasible es igual a imposible?
La existencia camina así, en medio de los rumores del motor de la refrigeradora y de las gotas de agua y de uno que otro vehículo con gente que quizás no salió de la ciudad o está volviendo de su paseo o va de visita a su madre o busca un restaurante para comer fanesca.
La soledad, en semana santa, también es no comer fanesca. Es gracioso. Real pero gracioso. Fanesca empieza con la sílaba “fa”, de familia. Familia que no la tienes, aunque esté allí en una actitud tan parecida a la tuya, caprichosa, incapaz de proponer un perdón histórico por tanto desamor acumulado.
La soledad es sentarte a ver pasar tu soledad e intentar comprenderla. O sentarte frente a ella. O dejarte envolver por ella porque alguna razón debe tener para haber caído sobre ti.
Saber si te la mereces. Si la buscaste. Si la provocaste. Si cometiste un error tan grave como para que estés aquí, solo, hurgando en ti mismo los motivos que te condujeron y que te trajeron a esta suave pero inclemente vorágine.
No vayas a decirme que no te la mereces. Que eres una víctima. Que te compadeces de ti.
Mira cómo llegaste a este punto, a esta vastedad de frustración y excesivo silencio.
Trata de hacerlo. Intenta aprender cómo sobrellevarla cuando ya no se la puede revertir.
Podrías salir a caminar. Ir al cine. Comer algo. Observar a las personas en sus aparentes felicidaes individuales, en sus programaciones dominicales cumplidas de forma cronológica y sin mayor reflexión. Un restaurante. Una sala de cine. Un centro comercial.
Pero quieres estar aquí, mirándote al espejo, con la barba de tres días sin afeitar, con el hambre y la sed que no sientes, con el pensamiento en aquellas que amas y que nunca volviste a ver o que acaban de decirte que ya, basta, nunca más.
La soledad es imprevisible,no imaginas cuando se te atraviesa la idea de ser solo tú y tomar las decisiones por ti mismo y disfrutar de cualquier capricho y ponerte a trabajar en tu estudio a la hora que se te apetezca.
Una “soledad solidaria” habías dicho alguna vez que era lo que necesitabas. No es eso, ¿ves?
Una “soledad de dos” también habías dicho que era lo que Ella y tú requerían para olvidar al mundo unos días.
Pero la soledad es, a veces, tan solitaria, que te llega a doler profundo en alguna parte.
Tan solitaria que no sabes cómo enfrentarla. Y talvez, en lugar de que haga sentirme incómodo, decidas acompañarla.
No te queda más. No sentirla como un peso. Ni como un vacío. Ni como parte de una maldición o un presagio.
Solo te resta ser tan solitario como ella. Y acompañarla. Y compartirla.
Porque, como decía Sun Tzu, “pelea solo las guerras que puedes ganar”.
Y esta la has perdido.

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