La misteriosa microhistoria del astuto caballero y el dólar perdido

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

A puerta cerrada y ventanas abiertas, en el séptimo año, no se tiene a bien saber si en el ¨X¨, ¨Y¨ o ¨Z¨, la joven maestra, previo al receso, regañaba a sus subordinados a causa de un dólar extraviado mágicamente, moneda que reposaba tranquila sobre su fuerte y pesado escritorio hace apenas un par de minutos. Estaba ahí antes que todos se alboroten a su alrededor a fin de conseguir un glorioso ¨revisado¨ acompañado de una suerte de carita feliz de negra tinta.

¨Aquí no se va a perder nada¨, decía sulfurada. ¨Llamaré a la policía¨, proseguía ya en un tono molesto. ¨Está bien, salgan al patio, pero vayan a reflexionar y quiero que ese dólar aparezca. Aparece porque aparece¨. Cuando la última palabra del sermón se evaporó en los aires de infantil aroma, a Rubén, terrible pequeñín, se le esbozó una sonrisa burlona en la comisura de sus finos labios. ¨ ¿Y cómo sabrá la policía quién se cogió la plata? ¨, pensaba el niño a la vez que agarraba el balón, se amarraba con doble nudo los cordones y salía a las canchas. Este ventrudo infante, de amplia sonrisa, morena tez, largas piernas y pésima puntería con los aviones de papel, llevaba en su pantalón del diario, además de la moneda que su taita le daba día a día, otra forma circular de níquel del mismo valor de la que ya era poseedor. 

A mitad del partido, Rubén consideró que era oportuno llevar a cabo su cometido. Abandonó el encuentro a muerte que se disputaba, no sin que sus amigos le gritasen: ¨Vuelve, mariquita. Ya vas a jalártela, vos, como siempre¨. Pero los planes de Rubén eran otros. Camino al bar se topó, por esas bonitas casualidades de la vida, con la Chabela, delgada niña que se sentaba diagonal a su puesto y que por más de una semana lo traía despistado, ilusionado, enamorado y eso que no tenía una mochila azul, menos unos ojitos dormilones.

Resulta que el otro día, mientras Rubén deambulaba por los pasillos, escuchó que las amigas de la Chabela decían que ella, últimamente, ¨anda con un dolor fuertísimo de la barriga¨, que ¨tanto le estruja la panza, en la zona del vientre, que incluso ha terminado sangrando a chorros¨. Rubén no podía creer, ni imaginarse que su niña, la que le tenía atolondrado, estuviese padeciendo semejante desgracia; peor fue su reacción cuando se enteró que ese período doloroso iba apretujando a la Chabela como tres días y que las amigas, expertas en el tema, aseguraban que el desangre podía extenderse hasta una semana completa.  

Rubén se sintió consternado ante tal novedad; encogido de hombros, pensó, inmediatamente, que su Chabela pasaba por algún tipo de necesidad, ¨como cuando mi taita se quedó sin camello y tuvimos que dejar de llevar fiambre y de merendar una semanita¨. Así, el noble y picaresco caballero no dudó en tomar prestado aquel dólar que reposaba tranquilo sobre el escritorio de la maestra. La verdad es que la Chabela le gustaba y le gustaba un montón; incluso más que ese chocolate envuelto de aluminio dorado con letras negras; incluso más que un gol de ¨cabecita¨ al más alto del salón; incluso más que los días de frío en los que la maestra llegaba agripada y no tenía más remedio que proyectar un filme. 

Cuando Ruñen se topó con la Chabela, camino al bar, sonrió galante y tomándola, casi a la fuerza, del brazo la llevó a rastras hasta el filo del quiosco, donde varias golosinas posaban arrogantes. El chico, convencido del hambre de su futura amada, pidió dos ¨arroces de dólar¨; amablemente, le ofreció uno a Chabela y el otro se lo cogió él. ¨Yo cogí el dólar de la clase, ninguno de esos giles se dio en cuenta¨. La niña, que ya se había convertido en señorita, se mostró impávida por unos instantes, pero la reacción no se hizo esperar. Chabela se soltó bruscamente de Rubén y corrió, sentimental, emocional, hacia su maestra, quien la recibió en brazos. La niña se lo contó todo.

Rubén, camino a la Dirección, acentuando cada vez más sus pisotones, iba cabizbajo, cabreado, pensando en que había hecho un buen acto y a pesar de ello salió mal parado. ¨La Chabela esa que sale con domingo siete¨, refunfuñaba el pequeño rufián.

¿Y es que quién de nosotros no ha hecho algo parecido por amor?

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