Dos besos
Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala (El Oro-Ecuador)
*
¡Resistir la fuerza del amor
cuando se ha vuelto
materia del corazón!
Abstrusa forma de negación,
en el límite del absurdo.
Perder un encuentro con
lo desconocido del interior,
una aproximación al absoluto;
renegar de los sentidos,
de las fragancias y los colores;
cerrar los ojos y entumecer las manos
a la aparición de un arte inmaculado,
sus armonías, sus movimientos;
es el destierro de la poesía
en los dominios del silencio;
ahogar la música en los remotos abismos del mar;
es el silencio cuando los coros
enmudecen su invocación
a la distancia.
Mirar la agonía de una flor,
la caída de una hoja que dejó de respirar,
el árbol que muere de vejez,
cuánto río secándose de impiedad,
el éxodo subterráneo de las cigarras,
un cerro acribillado de trincheras.
¡Tanta pérdida sin derecho a devolución!
Una imagen entra por los ojos
se queda en algún lugar de la mente
y desciende al corazón convertida en sentimiento.
La imaginación no adivina apariciones
al otro lado de la calle,
en los recodos de la edad.
Ocurrió un imposible.
Y no estaba prohibido,
habría sido una locura;
un adolescente
atormentado en su frenesí,
por una belleza de aparición
milagrosa o espejismo en horas
de ansiedad;
por unos ojos
que rompieron resistencias
en la vanguardia de una fortaleza
que terminó derribada
por los poros de un cuerpo
emanando fragancias huracanadas
en la espesura de un vórtice arrollador.
En su imaginación el joven
revivía episodios de
lecturas trágicas;
del pájaro espino y su trágico canto,
de un Cisne que muere de tristeza.
Pensaría en protagonizar
un heroico y cruel final,
al filo de una sepultura;
una telaraña en el fondo
tejida con hilos de plata
y raíces de un árbol petrificado;
holocausto anónimo,
un solo mártir;
pétalos secos volarán
en busca del eco
que enmudeció en su primer acto.
No hay razones para el amor,
la sangre conduce un alma
navegante, solitaria,
libre, despreocupada,
radiante y alegre.
Sobreviene un congelamiento,
el corazón deja de latir,
el sudor se cristaliza en la frente,
la garganta pierde su poder;
los ojos han captado una mirada
y una sonrisa que parecen dirigir un mensaje, una orden al futuro.
Ya es tarde o de oportunidad exacta.
Un rayo de emoción
doblegó a un espíritu indómito,
porque no sabía del abrazo
de cadenas doradas.
La hiel endulzado una garganta moribunda.
Vivir esperando un milagro,
una iluminación de la misericordia,
una sola palabra que se fugara
de la voluntad aprisionada entre paredes y espadas,
el retorno de la razón al pecho,
acaso un resplandor de la sinrazón;
desconcierto de emociones
en una fractura del pensamiento.
Pedir amor no es pedir piedad,
es flotar sobre furiosos oleajes
que riegan profusa desesperanza
y una gota de ilusión
El no necesitaba expresarlo
en palabras;
su locura era elocuente,
su mirada lo decía todo,
ausentada en la inmensidad
gris del infortunio;
porque no quería
ni necesitaba callar,
porque no había secreto;
dejaba que el viento llevara
sus pensamientos,
que eran densos y su aliento
convertía las palabras en materia,
en melodías, en lágrimas.
Ella lo adivinó al comienzo,
y desde ese mismo instante
dejó que la razón, dominada por el temor, primara sobre un
inusitado llamado del corazón.
Miedo del rumor que
levantaría la calzada entre
sus vapores invernales,
no daría su paso al advenimiento incierto de la emoción.
Sensibilidad no alteres tu calma
por el crujido delator de la palabra furtiva.
El trueno rodante de las piedras
en el invierno de un río
es el rugido de una fuerza imparable.
El no entendía y ella lo
sabía demasiado.
Diez años de distancia
no es mucho tiempo,
no para que una mujer
amase a un joven,
por bello, tierno
frágil y atento que fuese.
Un abismo estaba abierto
y allí enterraría ella
cualquier circunstancia
que le hubiese parecido
de una locura sin igual.
Antes de la penumbra
de un idilio que no tuvo
comienzo ni epílogo,
la narración inconclusa
de un desenlace anticipado,
ella le regaló,
en circunstancias de prodigio,
dos besos, dos pasos en el infinito;
dejando unos latidos,
huellas que todavía vibran
en la memoria de un perdedor,
que a pesar de todo salió ganando.