Un mundo de apariencias

Por: Manuel Ferrer Muñoz, PhD
España

A Fernando Orellana Ramos, oftalmólogo

Transcurren los años, y el sentido de la vista se empeña en recordarnos que han pasado ya muchas hojas del calendario, demasiadas. No es sólo la inevitable presbicia. Hay que convivir con la pérdida de agudeza visual, cuando no con las cataratas o el glaucoma. Pero, aunque acecha también el progresivo deterioro de la memoria, la mente adquiere especial lucidez para valorar situaciones y calar en el fondo de las personas a través de la mirada comprensiva que proporciona la experiencia de la vida: y es un tiempo que hay que aprovechar, porque también esta capacidad, reforzada de momento, se debilita poco a poco.

Lo cierto, tristemente, es que esa clarividencia proporciona muy escasas satisfacciones, pues se descubre con tristeza que mucho de lo que nos rodea es oropel, fuegos fatuos, apariencias… Y correremos con suerte si, como nos sucede a algunos afortunados, excluimos de ese panorama deprimente a las personas que de verdad nos importan: familia y amigos.

No es ya sólo el lamentable espectáculo de la deriva de los líderes políticos de casi todo el mundo, empeñados en perseguir una ilusoria Agenda 2030, que ha dado espacio a que lobbies radicales pretendan imponer unos valores y un estilo de vida reñidos con los fundamentos cristianos en que se asentó la civilización occidental. ¿Cómo no lamentar que personajes como Biden, Macron o Trudeau vayan por la vida anatematizando como idiotas a los que objetamos la práctica del aborto como una aberración moral, que comporta el asesinato de millones de fetos a los que se arranca la vida para que no nos molesten?

También en la vida cotidiana nos toca lidiar con personajillos del tres al cuarto con ínfulas de grandeza, casquivanos, engreídos, que concitan la boba admiración de la gente crédula e inocente.

Basta que nos detengamos unos instantes en el ámbito de la enseñanza –y no exclusivamente la que se imparte en los centros educativos-, para que descubramos a petulantes y engreídos autócratas incapaces de motivar a sus estudiantes con otros argumentos que no sean viles amenazas: ¡resulta desesperante que, avanzada la tercera década del siglo XXI, haya profesores cretinos que actúen de ese modo!: pero los hay, y a cientos. Y, sin embargo, la aureola de la adulación y de la notoriedad que rodea algunas de esas presuntuosas cabezas deslumbra a muchos padres de esos pobres chicos, ciegos para descubrir la fatuidad y la prepotencia que subyace en las mentes retorcidas y orgullosas de unos docentes que sólo anhelan el aplauso y se olvidan de la vocación de servicio y de entrega que implican las tareas vinculadas a la enseñanza. ¡Es tan fácil imputar a los niños la pereza o la falta de interés y así ocultar la propia incompetencia para estimular sus mentes y para acompañarlos en el esfuerzo que comporta todo proceso de aprendizaje!

¿Y qué decir de los responsables de recursos humanos de muchas empresas y universidades o de supuestos expertos que prestan servicios en compañías como Adecco, en España, dedicadas a la búsqueda de personal para diversas contrataciones, que avisan de improviso al candidato que ha sido seleccionado para un determinado puesto de trabajo, sin darle respiro para que acomode su horario en las coordenadas del entorno familiar y sin facilitarle información sobre los honorarios que conlleva el puesto de trabajo ni sobre el tipo de actividad que debe realizar? ¡Lo gracioso de tan absurdas situaciones, reñidas con la más elemental noción de cómo gestionar los recursos humanos, es que quienes manejan los hilos de esas contrataciones y se atreven a requerir una respuesta inmediata son los mismos que van dando lecciones sobre la visión humanista de las empresas! Sé de algún caso que clama al cielo: se exige al candidato que haga un curso de formación que ocupa unas cuantas horas y, cuando ese requisito ha sido satisfecho… ¡cesa cualquier tipo de comunicación con el estupefacto interesado!

En un país como España, donde el turismo constituye la más importante fuente de ingresos, ¿cómo puede tolerarse la desvergüenza de las infames condiciones de trabajo de tantos camareros, y los sueldos bajísimos de los trabajadores del sector? Pude leer en la prensa, apenas hace unos días, el caso de un camarero que, harto de la explotación a que se veía sometido en España, donde cobraba 2,5 euros la hora, se fue a Irlanda a trabajar en la hostelería, como barman en un hotel: al cabo de dos meses y medio, percibe 547 euros a la semana, unos 2.200 euros al mes.

No he revelado secretos a los que sólo Pegasus logre acceder, ni he descubierto verdades reservadas a iniciados y ocultas al común de los mortales. Sólo llamo pan al pan y vino al vino. Quizá, de modo inconsciente, remedo en la vejez al  niño de corta edad del cuento de Andersen que, en su inocencia, gritó desgañitándose lo que todos veían sin atreverse a reconocerlo: “el rey va desnudo”.

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