Textos de Rubén Darío Buitrón
Por: Rubén Darío Buitrón
Poeta, periodista, docente, Ecuador
*
A veces la existencia
A veces la existencia es compartir el paraíso con alguna sombra impura,
izar banderas con la nieve imaginada en todos los desiertos infantiles,
regalarse a la derrota irreversible de los amores bajo tierra,
desentender los argumentos de Dios cuando decide el instante del abandono,
caminar en círculos sobre el dolor de los retratos y las líneas fronterizas,
sostener el alma en la cornisa cuando desmonta la tragedia,
vibrar desde adentro con el pulso tembloroso de las cuerdas desafinadas,
tender hilos entre dos rocas equidistantes e inasibles,
desenchufar las quietudes y los encuentros de los espejos cóncavos,
asumir que no todos los días se invade las horas con posibilidades,
nostalgiar la piel y la risa y el sabor y la certeza de alguien que mastica chicle al otro lado,
comprender que no se requiere otra persona si uno mismo inventa los vacíos,
dejarse devastar por tristezas de muchedumbre
en rincones inofensivos.
*
Es la tarde innumerable
Es la tarde innumerable del imposible regreso.
Es la tarde de volver a las horas, aquellas horas cuando dolía menos.
Hay muchos cabellos sueltos desperdigados a lo largo de toda la memoria.
Hay sabores donde una pizca de amor sazona la necesidad, la urgencia, la compasión.
Hay guitarras con el don de crear una fiesta en cada una de las sonrisas.
Pero ya no hay. Hubo. ¿Cómo llenar la incapacidad de encariñarnos de nuevo con los vacíos?
Ya no queda huella de los domingos cuando la lluvia, tan cercana, parecía caer en otra parte.
¿De qué estaban hechas las palabras en aquel tiempo acariciante?
Apenas llegábamos a golpear las puertas ya era posible contagiarse del olor de la alegría.
Y nos quedábamos allí, instalados para siempre en la ausencia del dolor de la calles y de las hambres.
Para siempre. Eso sentíamos. Aún no había bajado del cielo la orden de acabar con las costumbres.
El principio del fin. El fin del principio. Quizás fue un imperceptible visitante quien trajo la sombra.
O talvez fue uno de nosotros. Nunca se sabe en qué corazón anidan los pájaros del desconsuelo.
Así fue cómo el mundo de ayer quedó colgado en el álbum familiar del desapego.
Así fue cómo la redondez del círculo no volvió jamás a desplazarse como las agujas del reloj.
Es la tarde impasible y lenta donde duele el rumor de las sangres deshabitadas.