Mi casa vieja se llama libertad

Por: Shirley Ruiz
FSMET Col-Lat, Costa Rica


Vivo en una casa alquilada, es pequeña con una construcción vieja, la casa no tiene lujos ni acabados finos, pero es una casa donde se respira LIBERTAD.

Todas las ventanas de mi casa por donde quiera que se mire está rodeada de árboles, eso hace que en las mañanas pueda ver las ardillas robarse las guayabas o los pájaros cantar en las copas de los árboles y ni pensar en las hermosas tardes lluviosas o en las noches de luna llena donde la luz de las luciérnagas es más intensa y se unen con el cantar de las chicharras.

El estado deteriorado de la casa no hace que a mi alrededor deje de contemplar toda la belleza y riqueza que me rodea y pueda respirar en paz.

Y es que desde que nací hasta mis 39 años viví en la capital o fuera del país y hace cinco años me trasladé a vivir a una zonal rural en un pueblo de mi país, un pueblo de agricultores, campesinos y ganaderos.

Y menciono la palabra «Libertad» y recuerdo al poeta cuando dijo:
«Yo te nombro Libertad,
Por las tierras invadidas,
Por los pueblos conquistados
Por la gente sometida
Por los hombres explotados
Por los muertos en la hoguera
Por el justo ajusticiado
Por el héroe asesinado
Por los fuegos apagados
Yo te nombro Libertad»

Entonces pienso:
¿Qué es la libertad para la gente?
Cuando la nombramos, exactamente
¿Qué estamos nombrando al decir: Yo te nombro libertad?

Y sé muy bien que todo es subjetivo, porque hay personas que para ellos la libertad es que no llegue a casa el padre de familia borracho, con gritos y mala crianzas donde los demás tengan que dormir con miedo, quizás para otros libertad es tener mucho dinero en su cuenta bancaria para viajar por todo el mundo, o libertad es para aquella persona poder recibir la noticia de que su enfermedad desapareció de su cuerpo y ya no tendrá que ir más a dolorosas citas médicas.

Y me detengo cada día a mirar la gente caminar por las calles, la mayoría se dirigen a sus trabajos y como dijo Piedad Bonett: “Los hombres tristes no bailan en pareja”, “ahuyentan a los pájaros” y “sus precipicios tientan a la muerte”.

Algunos días sé que yo también he sido una persona con rostro triste a pesar de haber visto las ardillas por mi ventana y salgo a la calle y me encuentro con mucha gente y no sé sus nombres, ni sé si ellos o ellas recuerdan como se llaman, porque a veces parece que hemos olvidado que existimos porque la libertad nos la han robado.

Tal vez cuando usábamos mascarillas podíamos disimular los problemas o la expresión triste, pero yo quiero acostarme y despertar con otro mundo y recordar el grito del chancero, el saludo de la panadera que alegre vende su pan calientico, quiero recordar a los niños jugando en el parque o al taxista que se detuvo para que la anciana cruzara la calle.

De mi parte deseo, asomarme por la ventana vieja de mi casa y afinar mi mirada para escribir una historia más del transitar por las tierras de un pueblo donde los caminantes sin clase social ni estatus puedan escuchar el cantar de los pájaros con la emoción fascinada de decir: «Yo te nombro libertad».

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