Cobardía

Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador

*

Cuando ya reposa el corazón,
en los límites de su breve
territorio sísmico apagado,
en una llanura de tranquilidad,
ajeno al vibrato de un eco trémulo
que viene del futuro;
cuando el rostro no puede
ocultar sus grietas,
sus ojos agotados,
y sólo el espíritu se niega
a la sumisión de los años;
en el tiempo que la memoria
revive con más intensidad;
entonces, me dijiste
que me hubieses amado,
que habría despertado sus
emociones, al confesarte mi secreto
después de haber callado
en tantos años de una
latencia que buscaba salida.

El espíritu cristalino
nunca deja de amar,
alimenta pájaros visitantes
y da de beber a las flores;
crece en las afueras del tiempo,
se adueña de la luna
y busca las galaxias.
Las nebulosas podrían
crear estrellas con la
fuerza de todo el amor
que se eleva en la tierra.
La inmensidad nace del infinito,
un pequeño nido;
donde el amor
aprende a volar
y más allá, abriéndose paso
en la nada, sembrará
nuevas razas de colibríes,
echará las semillas que
vienen del comienzo.

Terminó la era del silencio,
las calles comenzaron a
revelar secretos,
el viento se hizo mensajero;
todo se llenó de contenidos,
cualquier lugar quedaba cubierto de
improntas, marcas que hablaran
saltando del anonimato.
Transcurrieron muchos años
para que un invisible sentimiento
peregrino perdiera el rubor
y se dibujara en las marquesinas
que alimentan el imaginario.

Así se lo dijo a ella.
En un intenso tiempo la amo;
de esos latidos sigue cultivando
flores en el desierto,
esperando la lluvia,
quizás condenado al fuego,
un juego que se hizo vicio.
El futuro era predecible,
de sequías, semillas agonizando.
Y ella le respondió que
también lo hubiese amado,
de la misma forma loca,
si hubiese desafiado su temor
en las estaciones
que la suerte anda recorriendo.
Hubiese valido la pena
hacer una historia
para la historia.
Las flores, multiplicando sus capullos
estarían poblando las arenas,
los colibríes levantando sus nidos.
Una hojarasca perfumada,
un mundo nuevo
de una pasión longeva.
El tiempo de la siembra
no espera.

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