«Al partir» y «Una buena mariposa»

Por: Luis Curay Correa, Msc.
Vicerrector UETS Cuenca (Ecuador)

Al partir

Dejo que te vayas,

porque sé que volverás.

Dejo que partas,

aun sabiendo que jamás te fuiste.

Sé que buscarás respuestas

para romper la soledad:

ahogarás tu pena en la estridencia

de música, compañía y algo más.

Entonces pensarás que lo has logrado:

matando mi recuerdo

en otros labios, en otro cuerpo,

en otros tiempos que sentirás sinceros.

Pero, en algún momento,

cuando el telón haya caído,

entenderás que alejarte

fue equivocada decisión.

No lo digo yo.

Lo dicen tus manos en las mías,

lo gritan tus ojos llenos de lágrimas contenidas,

y un temblor que te advierte

sola, febril y rapaz.

Y yo, tan tranquilo como siempre:

el llanto y el dolor han cesado,

se alejan dibujándote envuelta

en bendiciones y gracias.

En tanto me guardo en tu fragancia,

en tu cabello de alboroto y malicia.

Vivo en el recuerdo de tus pies de ángel,

de tu risa mezquina y tus caricias.

Me quedo esperando,

no importa si una vida o más.

Me quedo musitando tu nombre

sin verte,

sin saber quién eres

o si algún día serás.

*

Una buena mariposa

Una buena mariposa,

con alas de cielo,

se sentó sin prisas

sobre la crin de tu ausencia.

¡Grandes sus alas!,

paseó coqueta,

la hermosura

de la que dueña se sabía.

En leves abanicos

limpió el llanto de mis mejillas,

y en esta boca seca

depositó el dulzor de sus besos.

En majestuoso desfile

me robó una sonrisa,

que, sin querer, a la cuenta,

fue lo que me devolvió el aliento.

Lejos quedó la ruin espera,

la misma que dejó en harapos,

al hombre que un día fui

sin tus pies, sin tu cuerpo.

¡Ven, vuela conmigo!,

dijo la hermosa mariposa.

Y empecé a sentir el aire

en mis ojos, en mis manos, en el alma.

Ya en el cielo inasible,

me quedé de aire privado,

hasta que sentí sus tiernos dedos

en caricias convertidos.

¡No te apures mariposa!,

grité ya sin fuerzas.

Fuiste tú, criatura buena,

propietaria de una felicidad postrera.

Y en mi último suspiro,

entre el cielo y las caricias,

lamentó la tierna palomilla:

¡no te vayas!, quiero ser eterna.

Se apagaron las últimas luces

donde dos, uno fueron:

la mariposa millón dividida,

y yo entero, pero otra vez sin existencia.

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