Revelación en la iglesia
Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador
*
Era una niña del catecismo,
delgada, muy frágil,
de negro cabello suelto
que el viento alborotaba;
navegante del aire,
sobre las calles de una historia
grabada en piedra;
apuraba el paso antes de la última campanada,
totalmente ajena a las emociones
que despertaba en el interior
de un sacrosanto recinto.
A su entrada la iglesia entera se iluminaba,
unos rayos de colores le hacían de velo cuando atravesaba la puerta;
sus ojos penetrantes destellaban encima
de unos pómulos desafiantes.
Estaría a mucho o poco tiempo
de ser la sacerdotisa que llegó a empalidecer la belleza de otras mujeres;
pero ya tenía talladas las formas
y la sonrisa de una escultura ideal.
Para el que la esperaba con impaciencia,
con el corazón acelerado y las manos
inquietas, era una revelación
que se repetía en cada bendecida tarde;
sería el premio a una fe sincera,
aunque azotara sus entrañas.
Si el rubor se revelaba a la hora del advenimiento,
los remordimientos y culpas
no encontrarían espacio en los
apuntes del aprendizaje.
Otros pensamientos, sobre diversas
desobediencias veniales, serían sus motivos de confesión, los que venía a purgar en esa iglesia que unió en una sola
dimensión al cielo y la tierra.
El pecado de amor no podía existir
en una mente en ciernes,
apenas provista del sentido de la admiración,
aún inexperta en el arte de soñar.
El pobre, ingenuo y solitario,
no distinguía ni se preguntaba
lo que era el amor y la ilusión;
no reconocía si era felicidad o desdicha.
Sólamente habría deseado
transformar el templo en prisión,
porque no quedaba nada en el
mundo de afuera que urgiera su regreso,
ni siquiera el apetito feroz de un niño.
Tampoco padecía de sufrimientos o arrebatos, complicaciones ni desvelos;
eran palpitaciones redobladas,
voces que clamaban liberación
en un instante de valentía.
Le quedaba la soledad como refugio,
después vendría el secreto.
¿Cómo definir las emociones de un
espíritu limpio que descubre el mundo?
¿Era una emoción pasajera,
acaso irreverente y sin memoria,
o se estaba moldeando un sentimiento,
de los que se hacen perdurables?
La historia del futuro temprano,
galopando con irregulares pasos,
se impulsa sobre las huellas
que dejan los recuerdos
Al correr de algunos años,
habiendo aprendido las normas
del respeto, del compromiso y del honor;
luciendo una fragante lozanía
y unos rasgos de gracia definitiva,
en nuevos escenarios volverían a
encontrarse; renovados templos y vestuarios para el resto de la historia.
No fue casualidad,
sería un desencuentro con la suerte.
Volvió a enamorarse de ella,
o hubo un renacimiento,
bajo el mismo pusilánime silencio.
Pero esta vez hubo melancolía, tristeza,
canciones de letras alentadoras,
noches desoladas buscando
una estrella de esperanza.
Lo demás fue de miradas con disimulo,
insuficientes y mudas.
Nunca supo si ella le pudo haber
correspondido porque tampoco
se lo preguntó, ni hubo propuesta.
Tendría miedo de quebrar el encanto.
Mucho tiempo después, demasiado tarde,
le revelaría el secreto.