La bella donna

Por: Luis Curay Correa, Msc.
Vicerrector UETS Cuenca (Ecuador)

Las historias contadas por nuestros padres nos remiten al año 1970, fecha aproximada en la que un joven de Gualaceo rondaba el centro de Cuenca para enamorar a una muchacha de galante hermosura. Él, bohemio y cantor, paseaba por las riberas del sentimiento, ella, aún niña e inquieta, más prudente y soñadora. Fue poco el tiempo en el que estos dos desconocidos formarían, sin siquiera imaginarlo, un maravilloso hogar. Las épocas de colegio de la joven eran compartidas con amigas que, sin demasiados tapujos, aplaudían el cortejo de un muchacho bien vestido, de traje y corbata, de palabra desenvuelta y de destrezas inmejorables en la interpretación con guitarra. Algunas, como suele pasar normalmente, apoyaban la situación, y otras, un tanto díscolas, no. La pobreza, siendo el marco general de los hogares que dejaban la majestuosidad y la benevolencia del campo, acompañaba a los de la Cuenca de aquellos años.

Todo podía pasar, menos las indicaciones y voluntad de los padres; la mamá de la joven, una emprendedora a carta cabal, no dejaría que su historia, por más triste y dura que fuere, aleje a sus dos hijas de la posibilidad de vivir con las limitaciones del caso, pero con las mínimas solvencias en alimento, techo, comida y estudio. María, así se llama esa valiente, como la Virgen, de quien se fiaría para otorgarle el cuidado total de sus pequeñas. El templo de María Auxiliadora fue su casa, lugar de sosiego en el que las lágrimas en búsqueda de consuelo y fuerzas, encontraba feliz respuesta; allí, bajo el manto de la Santa Madre, ponía todo su ser al servicio de la evangelización, cosa que, sin saberlo, hacía a la perfección. ¿Qué muestra más hermosa el de pasar la fe a su familia, como actividad evangelizadora?

Aquellos enamorados a los que nos referimos terminaron siendo esposos, él de veintiocho años y ella de dieciséis iniciaron su aventura familiar. Los frutos se vieron muy pronto: cuatro hijos que alegrarían su vida. Sin embargo, en los inicios de la pareja se presentaron inconvenientes que solo una madre podría entender. Enfermedades muy severas, falta de dinero, una niña jugando con su instinto maternal, todo, absolutamente todo, fue superado por María con el empuje que una luchadora imprime en todas sus empresas. La segunda hija de María, niña de pocos años aún cuando la primera hubo de casarse, siempre compartió con su progenitora lo que la vida buenamente les brindaba, terminó siendo, sin que se lo propusiera la tía cómplice, la niña pequeñita de su mamá, la más aguerrida cuando los inconvenientes se presentaron, y la eterna compañía de la abuelita María. Hasta este punto vamos descubriendo a nuestra festejada, a Esther y Soledad, su dos hijas, a Vicente, su yerno; pero hay cuatro diablillos que de manera espaciada disfrutaron del inmenso cariño de estos personajes, y sobre todo, del amor incondicional de su querida abuelita: Lucho, Carmen, Juan Pablo y Patricia saben que siempre había un plato de comida en la pequeña mesa, las caricias tiernas y las palabras más bellas que se depositaban en los oídos de cada uno eran su refugio cuando unas pequeñas tormentas asolaban su tranquilidad de niños. Fueron heredando algunas reliquias como la cuchara de fierro enlozado con la que se endulzaba el café, también la otra, la de palo, que tenía ese saborcito especial; pero no solamente cosas materiales, también recibieron el embeleso y la responsabilidad que significa tener una mascota, cuántas veces nos congregábamos para juguetear con los cachorros de la Cuca, una perrita hermosa, que cada vez que traía al mundo a sus pequeñuelos, se aseguraba una verdadera fiesta en la que todos éramos actores principales. Los remedios caseros conocidos por su eficacia eran sabia respuesta si algún síntoma raro nos atacaba. Aún me parece verla frotando Vick Vaporub en el pecho, las palmas de la mano y la planta de los pies de sus hijas o sus nietos cuando una dolencia nos restaba las ganas, el agua de frescos en novenario cuando estábamos en semana de exámenes, las papas en la cabeza para combatir el dolor y para que chupe la fiebre; siempre estaba ahí, diligente, presta, donada, con el verdadero amor por delante.

La familia ha ido creciendo, los nietos poco a poco hacían sus vidas y nuevos retoños llegaron a disfrutar del amor de la abuelita: Juan Fernando, Josué, Adrián, David, Camila, Ángeles y Paz son los bisnietos que, a pesar de las distancias generacionales, experimentan día a día de las muestras maravillosas del arte de ser madre, abuela, bisabuela. Miryam, Orlando, Carmita y Juan Carlos, los esposas y esposos de los nietos que llegaron también a experimentar, conjuntamente con sus parejas, una broma, una tacita de café, un plato de fanesca, dulces de higo, de durazno, el pan de carnaval, el canelazo que calienta el cuerpo, la alegría en la pachanga, un cuy asado cuya crianza era tan cuidada por la abuelita, pues a cada mordisco le sucedía una sonrisa, un comentario, y eso le empujaba a reunirnos en la gran mesa. Querida familia, sé con total certeza que, si todos deberíamos contar alguna experiencia con la abuelita María, recordaríamos con nostalgia y felicidad su presencia en nuestros días.

El tiempo, implacable caminante, no ha cedido en su continua marcha, y hoy, aquella guerrera de mil batallas está cumpliendo años, son noventa los que la generosidad del Altísimo ha permitido que esté en este mundo, de muchos de ellos somos silentes y gratos testigos. ¿Cómo no sentirse feliz por esta vida compartida?, ¿cómo no agradecer la bendición divina de ubicarla entre nosotros? ¡Gracias Señor, por enviarla para que conozcamos a través de ella tu inmenso amor!

Gracias abuelita querida por permitirnos festejar con usted el don de la vida, la alegría de estos noventa años, la ternura de su huella en todos nosotros, y la felicidad de decirle que vamos a estar siempre con usted hasta cuando el buen Dios lo permita. Que vengan muchos años más para que sigamos disfrutando de sus bendiciones, de sus caricias y de su incondicionalidad en nuestras vidas. La amamos con toda la fuerza de estos corazones que recibieron lo mejor de usted y que seguirán recibiéndolo. La abrazamos con el respeto infinito que reconoce en usted a una las mejores personas que hemos visto. Y gritamos a todo pulmón por la alegría de estar con usted aquí y ahora, hoy y siempre…. VIVA LA CUMPLEAÑERA.

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