El movimiento estudiantil en La Laguna (Canarias): de las postrimerías del franquismo a la constitución de 1978

Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias

En la época acotada para esta intervención —años 1973-1978—, yo me encontraba ya fuera de la Universidad, pues había terminado Periodismo, la tercera de las carreras en que me había embarcado los años anteriores (las otras fueron Derecho y Filosofía), y formaba parte de la plantilla de redactores del periódico El Día y de la revista Sansofé. Sin embargo, seguía vinculado al movimiento estudiantil de La Laguna a través de la Organización Universitaria del Partido Comunista de España (PCE), de la que había sido responsable de 1965 a 1969, en que abandoné transitoriamente la militancia.

RUPTURA DEFINITIVA. El año 1973 fue precisamente el de mi ruptura definitiva con el PCE, por discrepancias con las políticas acordadas en su VIII Congreso, que inauguraron el llamado eurocomunismo. No me fui solo. Conmigo se escindió casi la totalidad de la Organización Universitaria, que pasó a engrosar el primer núcleo de la Oposición de Izquierdas del PCE (OPI), en cuya fundación a escala estatal habíamos participado, como representantes de los comunistas disidentes canarios el abogado de Las Palmas, Fernando Sagaseta, y yo.

La OPI jugó un papel decisivo en la radicalización del movimiento universitario lagunero, tanto ideológicamente, por su oposición frontal a las estrategias pactistas del eurocomunismo, como organizativamente con la creación de los Comités de Curso, una vez comprobado el agotamiento de proyectos como el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad (SDEU), imposible de llevar a la práctica en el contexto del régimen franquista. Fue uno de los ejemplos fallidos de la política de “salida a la superficie” y creación de “espacios de libertad” que propugnaba el PCE.

MAYO DEL ’68 Y OTRAS INFLUENCIAS. Aunque aparentemente el Mayo Francés de 1968 había pasado por el movimiento universitario lagunero sin alterar sus objetivos, lo cierto es que la experiencia del 68, con su modelo asambleario y antiautoritario, unida a otros acontecimientos

del momento, como la vía insurreccional de la revolución cubana, la revolución cultural china y la derrota del imperialismo en Vietnam, condicionaron la postura de los nuevos militantes revolucionarios.

Anteriormente, en años de mayor penuria política e ideológica, nos habíamos limitado a trasladar al movimiento estudiantil lagunero los esquemas de agitación, trabajo y organización que se daban en

otras universidades españolas, especialmente en Madrid y Barcelona, de donde nos venía la mayor parte de la información. El PCE había sido el puente principal por el que transitaba esa información y a través de él se empezó a articular aquí el movimiento universitario, que debió su éxito inicial a la carencia de sectarismo político, pues se trataba simplemente de luchar contra la dictadura y por la democracia.

En un principio, la democracia en la Universidad y entre los y las estudiantes, lo que se concretó en la oposición al Sindicato Español Universitario, el SEU falangista, y después a las Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE) y a las Asociaciones de Estudiantes (AE), que fueron dos agrupaciones “técnicas” y aparentemente desideologizadas, que se inventó el régimen para sustituir al desgatado SEU.

La alternativa a todo esto era el ya citado Sindicato Democrático de Estudiantes, cuyo proceso de construcción se organizaba a través de las Reuniones Coordinadoras y Preparatorias (RCP), que habrían de desembocar en el Congreso Democrático de Estudiantes. A dos de estas RCPs, la IV, celebrada en 1967 en Madrid, y la VI, que tuvo lugar en Sevilla dos años después, asistimos delegados de La Laguna. A la primera fui yo en representación de lo que entonces llamábamos la Comisión Sindical Democrática, y a la segunda Luis Fajardo, que todavía no estaba en el PSOE ni soñaba con ser diputado en el Congreso, Julio Pérez Hernández y Paco Nóbrega, que en esos momentos militaban en el PCE, aunque posteriormente el primero se afiliaría también al PSOE y el segundo sería un destacado activista del Movimiento por la Autonomía y la Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), que dirigía el abogado tinerfeño, exiliado en Argel, Antonio Cubillo.

[El MPAIAC protagonizaría años más tarde un breve periodo de “lucha armada” (fundamentalmente, atentados con explosivos), que dio lugar a la represión feroz del régimen: El movimiento fue totalmente aniquilado en el interior, con la prisión o el exilio de sus integrantes, mientras en Argelia el líder del mismo fue víctima de un atentado de los servicios secretos españoles, que le dejó paralítico para el resto de su vida. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otro lugar].

OTRAS FACETAS. El movimiento estudiantil no se ocupaba solamente de aspectos directamente políticos. Uno de sus objetivos en aquellos años fue también recuperar la cultura democrática republicana anterior a la dictadura. Esto fue plasmado en actividades como las “Jornadas de Renovación Universitaria”, o en actos culturales alternativos, con  artistas como los cantautores Ovidi Montllor, Raimon, Luis Llach o Chicho Sánchez Ferlosio; la reivindicación de escritores considerados “malditos” por el régimen, como Antonio Machado, Miguel Hernández, César Val lejo y toda la corriente de la llamada “poesía social”, con Blas de Otero y Gabriel Celaya a la cabeza, así como con poetas canarios “comprometidos”, como se decía entonces, entre ellos  Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano, Félix Casanova de Ayala o Carlos Pinto Grote, que participaron en recitales y homenajes en el paraninfo universitario.

En aquellos tiempos la oposición política era mucho más fácil de ejercer que ahora, pues en un marco tan estrecho como el del franquismo cualquier apetencia de libertad o expresión crítica susceptible de ser natural y legítimamente sentida por un sector social, desbordaba los límites tolerados. Así, reivindicar la formación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de La Laguna, que ahora puede parecer algo pintoresco, tenía el efecto de una puñalada en la espalda del régimen y a nadie le gusta que le apuñalen, lo que explica la reacción de la dictadura, aunque no lo justifique.

‘ACCIÓN + REPRESIÓN = MÁS ACCIÓN’. Porque la respuesta de las autoridades del momento fue fundamentalmente  la represión de la disidencia estudiantil, desde sanciones más o menos leves, como las multas o el despojo de las prórrogas de Milicias a los estudiantes en edad militar (eso me pasó a mi) hasta las más graves, como la expulsión de la Universidad y de la enseñanza, las palizas y torturas en comisaría o las penas de cárcel, bajo cualquier acusación de la amplia gama de lo que entonces se consideraba subversivo: propaganda ilegal, insulto a la autoridad, alteración del orden público, manifestación, reunión ilegal, asociación ilícita, etcétera, etcétera.

Aunque esté feo decirlo, esta represión nos venía como anillo al dedo a los “agitadores profesionales” —así nos consideraba el franquismo—, pues era indiscriminada y lo mismo afectaba a justos que a pecadores, ocasionando una verdadera siembra de rebeldía que al final se volvía como un boomerang sobre quien la había iniciado. Se trataba de la famosa ecuación “acción + represión = más acción”, sostenible hasta el infinito y cada vez con efectos más virulentos, incluso asesinatos a manos de las llamadas fuerzas del orden.  Y quiero recordar expresamente a Antonio González Ramos, nuestro camarada del Partido de Unificación Comunista de Canarias (PUCC), asesinado por el inspector José Matute Fernández en octubre de 1975, un mes antes del descenso del general Franco a los infiernos, o los asesinatos de los estudiantes Bartolomé García Lorenzo —dicen que confundido con “El Rubio”, un fugitivo de la Justicia—, en septiembre de 1976, y Javier Fernández Quesada, muerto a tiros por la Guardia Civil en las escaleras del viejo edificio universitario, en diciembre de 1977. Pero estos casos, que si ustedes quieren podemos ampliar en el coloquio, fueron ocasionales y nunca al nivel del salvajismo genocida planificado de la guerra y la inmediata postguerra civil, lo que hacían imposible las circunstancias del momento.

DESPEGUE, AUGE Y DIVISIÓN DEL MOVIMIENTO. Aunque ya desde  mediados de los 60’ estudiantes y profesores vinculados al PCE habían iniciado la resistencia organizada contra la dictadura, el despegue del movimiento universitario en La Laguna tuvo  lugar en el curso 1967-1968, cuando después de los enfrentamientos frontales que produjeron la desaparición del caduco SEU, el régimen intentó sustituir esta organización estudiantil típicamente fascista por las asociaciones falsamente profesionales y asépticas a las que nos hemos referido más  arriba. En principio las boicoteamos, como habíamos hecho con el SEU, y aunque no pudieron implantarse, la carencia de fuerza y organización suficientes para articular una alternativa a las mismas, produjo un vacío organizativo en el movimiento estudiantil.

Por eso, el curso siguiente cambiamos de táctica y decidimos presentarnos a los cargos de las asociaciones oficiales, que fueron tomadas en gran parte por estudiantes contrarios al régimen y empezó el auge del movimiento, que al mismo tiempo fue también el inicio de su división. Ésta se manifestó, en primer lugar, entre los militantes y afines al PCE y los  estudiantes procedentes de otras familias ideológicas, como los núcleos cristianos de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) vinculados al cura palmero Elías Yanes, profesor de Religión en la Universidad y, pasado el tiempo, arzobispo de Zaragoza y presidente de la Conferencia Episcopal Española, y en segundo lugar –ya muy avanzado el curso– en el seno del mismo PCE, entre los sectores que veían la utilización de la legalidad como un simple medio para nuevos avances, tanto en los objetivos como en la organización, y los que estimaban que todavía no había “condiciones objetivas” para ese “salto cualitativo”, lo que significaba caer en el “izquierdismo”, que, como teníamos bien aprendido, era la “enfermedad infantil del comunismo”.

Yo siempre he sido muy propenso a las insanias infecciosas, así que me cogí un fuerte sarampión ideológico –cuyas secuelas, atemperadas por la edad y los tiempos, me duran todavía, pero convertidas ya en una soportable enfermedad crónica– y, como he dicho anteriormente, me marché del Partido. Fue la época (la primera época, pues luego hubo otra, aunque ya no intervine en ella) de la revista Universidad Crítica y fue también la época del periódico clandestino Frente Democrático (mal visto por algunos sectores del PCE, pues le hacía la competencia) y de la organización –también clandestina– Unión Democrática de Estudiantes Canarios (UDEC), impulsora de actividades al margen del PCE, como la huelga estudiantil de enero de 1972, en protesta por la subida de las guaguas de Transportes de Tenerife, que en esos tiempos eran casi un leitmotiv referencial en las luchas del movimiento universitario.

Aquella primera ruptura del PCE en la Universidad fue más por discrepancias de tipo táctico que por contradicciones políticas profundas, aunque no deja de ser significativo que los que entonces disentimos fuimos los que, en etapas posteriores, después de haber regresado transitoriamente al redil, volvimos a discrepar (entonces en cuestiones de fondo), a raíz del ya citado VIII Congreso del PCE, hasta coincidir en la creación de la OPI y más tarde del PUCC.

VIDA MÁS ALLÁ DE LA UNIVERSIDAD. Hay que decir también que el movimiento estudiantil, aunque reducido a los muros de la Universidad, no era impermeable a las luchas sociales externas. El año 1970 fue la campaña por la amnistía a los presos políticos y contra el proceso de Burgos, como el 1969 había sido el de las protestas contra los sucesos ocurridos el 15 de septiembre del año anterior en La Caleta de Martorell de Sardina del Norte, en Gran Canaria.

Unas cien personas, pertenecientes al PCE y al sindicato clandestino Comisiones Obreras (CC.OO.), celebraban un asadero para organizar la protesta contra una empresa de asfaltado de carreteras que hacía meses que no pagaba a sus trabajadores, cuando fueron rodeados por la Guardia Civil y conminados a entregarse. En el tiroteo que siguió dos de ellos resultaron gravemente heridos y la mayoría, menos dos tres que escaparon nadando, pues la huida por tierra estaba cortada, fueron detenidos, entre ellos el secretario general del PCE en la isla, Toni Gallardo.

               Alrededor de medio centenar fueron condenados a penas de entre 2 y 8 años de cárcel, el PCE y CC.OO. quedaron descabezados y las esposas hermanas e hijas de muchos de ellos que se encerraron en la catedral de Las Palmas como protesta fueron duramente reprimidas por la fuerza pública.

En la Universidad la protesta contra estos hechos nos enfrentó a los comunistas con otros sectores activos entre los estudiantes (los cristianos antes citados) , que luchaban por la hegemonía en el movimiento con un punto de vista cerradamente sectario de oposición al “peligro comunista”.

Fue entonces cuando tuvo lugar una asamblea en el Paraninfo en la que, a propuesta de Juan José Rodríguez (J. J.), que años después sería diputado regional del PSOE, fue declarado persona non grata en la Universidad el entonces capitán general de Canarias Héctor Vázquez, a quien se consideraba máximo responsable de la represión.

Esto se unió a la difusión masiva en las ciudades de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife de un panfleto firmado por la Organización Universitaria del PCE contra el capitán general (al que se llamaba “virrey de Canarias”). El escrito fue confeccionado en la multicopista de la Delegación de Estudiantes, lo que no hubiera tenido mayor significación si no fuera porque un desperfecto del aparato hacía que en todas las hojas apareciera una raya oblicua, igual a la tenían las declaraciones y comunicados de las asociaciones estudiantiles. A este panfleto, cuya autoría se me atribuyó, no sin razón, se refirió en una clase el catedrático de Derecho Administrativo, Alejandro Nieto García, diciendo que sus autores, como incursos en un presunto delito de rebelión militar, podrían incluso ser condenados a muerte.

Coincidieron estos acontecimientos con el asesinato en Madrid por la policía política

del estudiante de Derecho Enrique Ruano, que ocasionó violentas reacciones de protesta en todas las universidades del país e incluso entre amplios sectores de trabajadores. El Gobierno declaró el estado de excepción y las pocas garantías de defensa de los derechos ciudadanos que permitía el régimen fueron abolidas. En La Laguna se intensificaron los registros de domicilio y las detenciones de estudiantes y a nadie extrañó que J. J. y yo, a petición de la dirección del Partido, nos trasladáramos a Madrid, con intención de cruzar después la frontera francesa. Por fortuna, no pasamos de Barcelona, donde tuve el honor de compartir refugio en el piso-biblioteca del historiador Josep Fontana con el entonces secretario general del Partido Socialista Unificado de Cataluña (comunista) Gregorio López Raimundo, y en Navidades, aplacados los ánimos, regresamos a Canarias.

EL ESTATUTO DEL IUDE Y OTROS ACONTECIMIENTOS. En esta época hubo algunos aspectos no directamente relacionados con las movilizaciones estudiantiles, que  me parece necesario destacar, como fue la elaboración del primer Estatuto de Autonomía De Canarias –el llamado Estatuto del IUDE–, realizado por una comisión de juristas y economistas de tendencia socialista y comunista, bajo el paraguas del Instituto Universitario de la Empresa (IUDE), que dirigía el profesor de Derecho del Trabajo y, ya avanzada la transición democrática, primer presidente de la  Comunidad Autónoma de Canarias, el socialista Jerónimo Saavedra.

Ocurrió también, en el año 1976, la primera gran manifestación universitaria legal que recorrió las calles de Santa Cruz. Reivindicaba la implantación del segundo ciclo de la Facultad de Psicología –“¡Queremos 4º y 5º!” fue la consigna repetidamente coreada– y constituyó un acontecimiento al que se unieron muchísimas personas de dentro y fuera de la Universidad.

Hubo, además, en estos años una renovación en el campo de la enseñanza con la llegada a La Laguna de profesores como Emilio Lledó, Javier Muguerza, José Luis Escohotado o el citado Alejandro Nieto, que crearon escuela e influyeron de manera importante en las generaciones posteriores de alumnos y docentes.

Y hablando de los docentes más jóvenes no quiero pasar por alto un episodio que marcó también las luchas de entonces, y fue la expulsión de la Universidad de los profesores no numerarios Lorenzo Arozena (que había sido mi sucesor al frente de la organización universitaria del PCE), Miguel Martinón, miembro también del Partido, y Vicente Rodríguez Lozano.

NO SE TRATA DE NOSTALGIA. En fin, no quiero aburrirles más de lo estrictamente necesario. Para mí y para muchos jóvenes rebeldes de entonces, las postrimerías del franquismo y los primeros años de la transición fueron una época abierta a muchas esperanzas. La revolución no sólo era necesaria —lo sigue siendo ahora, aunque con otros matices—, sino que incluso parecía posible. Muchos creímos entonces que el movimiento estudiantil, con su cuestionamiento radical del sistema era, junto con el movimiento obrero, uno de los “sujetos históricos de cambio”.

Pero a pesar de la existencia de esos “sujetos históricos”, los acontecimientos fueron  por otros derroteros y muchos hemos sacado la conclusión, no necesariamente descaminada, de que en realidad lo que hubo fue un espejismo producido por el hundimiento de un sistema político que desde hacía tiempo se encontraba desahuciado por la historia y que después de la muerte de Franco, con la llamada Transición Democrática y la Constitución de 1978 y la monarquía impuesta de manera torticera, dio lugar a un nuevo ciclo de dominación oligárquica, que ahora se encuentra también en crisis, lo que abre otra vez posibles puertas a un cambio mejor y más profundo.

No se trata —o no es solamente eso— de un canto nostálgico al pasado, que indudablemente fue peor, pero tampoco de caer en la trampa de los gurúes neoliberales que hace unos años decretaron erróneamente el “fin de la historia”. La debilidad de la izquierda tradicional está siendo sustituida por nuevas formas de disenso que apuntan al desarrollo de las contradicciones del capitalismo en la fase de la mundialización y de las contradicciones entre globalizadores y globalizados. Ascender de lo particular a lo general no es fácil, pero sigue siendo necesario.

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*Intervención en la segunda tertulia organizada por el Museo de Antropología e Historia de Tenerife sobre “Transición(es)políticas y movimientos estudiantiles en Canarias”. “De lo que (no) se sabe, se debe hablar”.

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