Seis simples microrrelatos
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Lcdo. en Educación y Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Delirio nihilista
Ya estoy muerto o al menos eso es lo que aquel galeno de manos regordetas, botellas en los ojos y escaso cabello se niega a afirmar; contradictorio, ¿no? Hace tiempo que mi corazón dejó de latir, que mi cerebro colapsó y que mis neuronas sinapsis no hacen. Estoy muerto, niego mi existencia, refuto el hecho de tener este mismísimo pensamiento. Esta pseuda realidad es una broma de hórrido gusto de algún Dios del sueño eterno, despiértame ya al mundo de los muertos, bárbara divinidad burlona, aprendí la lección, no debo hacer mofa de los malditos vivos. Muerto yazco, aunque sea consciente de que tengo alguna enfermedad post mortem que me hace creer que estoy vivo cuando recuerdo perfectamente que morí, bello perenne sentimiento al cortarse la respiración y deshilarse mi buen espíritu humano. Ya estoy muerto, lo he estado desde hace tiempo. Estas paredes blancas y la camisa que sostiene mis brazos solamente conmemoran la preciosa nada y la inmovilidad de mí, un muerto por excelencia.
El muerto que grita
Cadáver en la morgue. Frío cuerpo desnudo sobre la fría lata desgastada. Blanco overol, blanca luz; negra noche. Diestra firme, escalpelo entre dedos. Corte preciso, un solo inciso, de tirón, hasta abajo. Sangre desparramada. Estruendoso grito, maullido feroz, lamentable quejido, algo así como un ¨ ¡Ah! ¨ con múltiples mudas más, como un sollozo que proviene del alma, irónico resulta pues se trata de un cadáver. Boca abierta, hálito putrefacto. Grito eterno, grito sincero, grito de vivos. Desesperación, desazón. Dosis de difunta demencia. Algunos hombres -y mujeres también, por supuesto- atribuyen a la ciencia la explicación de los muertos parlantes; otros, y otras, sencillamente, se dejan a la mistificación del momento.
Libido
…Cisne: estirado, regio y elegante, acerco mis colmillos, excito a mi presa…
…Amoratadas, casi ennegrecidas esferas que son cima de colinas, en la punta una protuberancia exquisita. Soy montañista: escalo y a veces desciendo tu cuerpo…
…Besos sabor a mar que tus labios me dejan; mi lengua inquieta saborea el instante en que tu entrepierna y mi boca se confabulan al unísono de ósculos oscuros, penetrantes, salados…
…Profundo, muy profundo. Descubro la cueva, conquisto sus pasadizos, descifro el laberinto…
…He de tatuarte el vientre, permanente tinta brotará en tu ombligo y resbalará, pegajosa, por tu V. Blanquecina gena que a tu moreno lienzo se ha de fusionar…
…Y soplaré tu calor, sofocaré tu sudor y dormiremos ensimismados, empalagados, desnudos en cuerpo y alma…
Sueño
La joven madre recurre en el mismo ensueño repetidas veces. Por razones desconocidas carga en brazos, de pronto, a su bebé y abandona su casa, un piso inconcluso con grietas, endeble suelo y quebradas ventanas. Salta a la calle, ahora sabe lo que es, se aproxima el fin de los tiempos, siente la Tierra crujir bajo la planta de sus pies, su rededor se ha tornado en espesa niebla, puede apercibir el polvo, la destrucción, la miseria. Huye despavorida hacia unas escaleras a escasas zancadas de su hogar: las sube de dos en dos. Llega. Mira, desde arriba, desbaratarse la ciudad entera. Una iglesia en llamas llama su atención, sobretodo la cúpula partirse en mil pedazos. Sostiene, no lo suelta, entre lágrimas, a su bebé, a su varón. Despierta, su amoratado ojo derecho, producto de una rencilla conyugal, no le deja ver el reloj de pared. En la cuna, el niño; a su lado, nadie. Una noche más de absoluto abandono. Recuerda, de repente, la voz de su madre advertirle las consecuencias de faltar a uno de los santos sacramentos.
La concubina de Dios
Dícese que Freud omitió a posta, para el corpus de su libro ¨Paranoia y neurosis obsesiva¨, varias páginas de los delirios psicóticos del doctor Daniel Paul Schreber, dado que incluso para él mismo eran causa de infernales arcadas; sin embargo, se ha logrado recuperar un brevísimo fragmento de lo que Schreber anotó en su delirante registro y que Freud se ha empecinado en esconder. Previo a presentar tales líneas, es menester poner en contexto a nuestros lectores. El doctor Schreber, enfermo que padecía, entre otras cosas, paranoia religiosa, además de asegurar que platicaba con Dios y que su misión era verse converso en mujer con un fin redentorista, escribía lo siguiente: ¨Más de una noche en la que estuve al cuidado del doctor Flechsig, Dios bajaba de su trono, sobornaba al celador de turno, entraba a mi habitación, me convertía en una voluptuosa mujer, encandilaba mis sentidos y me hacía suyo-suya una y otra vez, repetidas ocasiones durante toda la noche; yo no presentaba oposición, pues quería sentir en mis adentros al Todopoderoso. Todavía puedo percibir el aroma a barro en sus manos, a tierra en sus pies, a bosque en su pecho, a mar en sus genitales, a diluvio en su espalda y a ceniza volcánica en su larga y blanca barba. Con la aurora Dios partía, yo me levantaba adolorido-adolorida del lecho y en el siniestro espejo veía que era hombre otra vez¨.
Ángeles
Aquellos seres de supuesta luz, que no son más que humanoides fatigados de la burda cotidianidad, presos de sus alas y de todo lo divino, envidian nuestra locura, nuestra gula, nuestra lascivia, nuestro desenfreno, nuestras orgías, nuestra rebeldía, en determinada, nuestro placer per se; es por ello que, conscientes de su impotencia, incapacidad y cegados de enfermizos celos, corren, o mejor dicho vuelan, donde su padre a acusarnos de pervertidos, sodomitas e inicuos, quedando, así, de ignominiosos ante el Supremo. De hecho, fueron ellos quienes sugirieron las zarzas ardientes para las ovejas que alborotasen el rebaño. El Barbudo, ante esto, llevado por un razonable cariño paternal, acogió el capricho de sus mimados y nos volteó, por siempre, la espalda, la faz, la vida. He ahí que se dice que este no es un Dios de vivos, sino de muertos.