Pensar espacialmente, pensar críticamente
Por: Juan Almagro Lominchar, PhD
Universidad de Almería (España)
A lo largo de estas semanas, durante las clases, he lanzado una serie de preguntas, reiteradamente, a mi alumnado universitario: ¿Para quién o quiénes están pensados y diseñados los espacios públicos? ¿Tienen cabida en ellos las niñas y niños? ¿Y las personas mayores? ¿Son los espacios públicos un lugar seguro durante la noche para las mujeres?
Trataba, de esta forma, de deconstruir y, paralelamente, acercar –desde una perspectiva más inclusiva y real- un concepto que ha sido enfocado desde el sistema educativo como una mera memorización y repetición de contenidos vinculados con los mapas, países, capitales, ríos, cordilleras… Me estoy refiriendo al espacio geográfico.
De las preguntas planteadas inicialmente, emergían otras como: ¿De qué sirve aprenderse de memoria dónde está Ecuador y cuál es su capital, si después desconocemos que, en nuestro barrio, convive una comunidad de ecuatorianas y ecuatorianos, que cada mes celebran un encuentro con las y los vecinos para charlar, intercambiar impresiones acerca de la vida en dicho barrio y festejar dicho encuentro con una jornada gastronómica en la que se cocinan platos típicos del país andino? ¿Cómo podemos involucrar, como futuras y futuros maestros a nuestro alumnado de educación infantil o primaria en este tipo de encuentros? ¿Cómo integrar, social, cultural, emocional y políticamente a esas niñas y niños en la vida de su barrio, en su entorno más cercano?
Es evidente que, el primer paso que debemos trabajar quienes nos dedicamos a la formación de formadoras/es, es la de romper esa inercia anquilosada que reduce el aprendizaje de contenidos geográficos a rellenar un papel con un mapa en blanco; porque, al igual que sucede con la Historia, la Geografía ha sido maltratada, ultrajada y defenestrada desde lo educativo: si la primera se ha reducido a memorizar fechas de grandes batallas y hazañas –siempre protagonizadas por hombres-, la segunda no ha pasado de incitar a responder, mecánicamente, cuál es el pico más alto de la Península y en qué provincia está.
Por el contrario, desde el ámbito universitario, tratamos de mostrar otras perspectivas y opciones didáctico-pedagógicas, que contribuyan a que las futuras y futuros maestros aprecien el valor educativo de las Ciencias Sociales, en concreto de la Geografía, con el fin de capacitarlas/os para ayudar a las niñas y niños a ubicarse en el espacio, a representarlo y verbalizarlo, y, por consiguiente, a hacerles ver que ese espacio público también es suyo, y que, como sujetos activos del mismo, tienen derecho a expresar lo que sienten cuando pasean por su barrio, a detectar las carencias que existen y que impiden que puedan desarrollarse e integrarse en el mismo, y a hacerles llegar a las instituciones sus propuestas para que los espacios públicos sean más inclusivos y estén más adaptados a sus necesidades.
La Convención de los Derechos del niño y de la niña de 1989 explicita que una democracia es más justa, equitativa y de mejor calidad, en tanto en cuanto implica a las niñas y niños en su entorno, con el fin de mejorarlo y disfrutar de él. De la misma forma, proyectos como La ciudad de los niños, del pedagogo Francesco Tonucci y el de Ciudades amigas de la infancia, ya expresan la necesidad de preguntarse si tales requisitos se cumplen dentro de los espacios públicos que todas y todos habitamos. Desde la universidad, debemos contribuir a que las y los futuros formadores desarrollen mecanismos para generar situaciones de aprendizaje en sus aulas, con el fin de hacer del espacio geográfico un concepto esencial en el proceso de formación integral de las niñas y niños.