MADRE

Por: Rubén Darío Buitrón
Poeta, periodista, docente, Ecuador

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MADRE I

El aire envuelve el dolor. Parecería estar indeciso. Parecería no saber qué hace allí, no comprender  por qué han llegado a habitarlo ciertas lágrimas, ciertas caricias, cierto luto silencioso.

Parecería no entender la dimensión de la culpa, del remordimiento, de las palabras arrepentidas, de las miradas impasibles, de las batallas inútiles.

El aire pesa en la habitación del desasosiego. En el color inaccesible de la tristeza, en los límites de las  paciencias, en la bruma de las esperas.

Una finísima telaraña se cierne sobre las cabezas de los seres lagrimales e inofensivos. Nadie finge ahora. Ni sus odios ni sus revanchas ni sus penas. Nadie intenta decir lo que tanto ha dicho antes, la insistente gota de agua sobre la roca ha quedado suspendida en el vacío.

Nada tiene sentido ahora. Ya es muy tarde para confesiones o secretos revelados o suspicacias.

El aire pesa en la habitación de los rezos o las maldiciones. De las plegarias contradictorias.

Dicen que Dios tiene la última palabra. Pero eso no  es lo que quiere ese cuerpo frágil y derrotado cuyo último combate inventa respiraciones artificiales.

Dicen que la muerte vendrá encima los designios divinos. Dicen que hay que tener calma porque “los tiempos de Dios son perfectos”.

Eso dicen. Pero el aire invade, inunda, asfixia. El aire vuelve irrespirables los sentimientos.

Hay que salir de allí: la muerte ordena cubrir para siempre el cuerpo frágil y derrotado. El aire ayuda a las labores definitivas.

Pero los tiempos humanos son imperfectos, así como las intenciones.

El problema es que acá Dios no ha llegado todavía.

Rubén Darío Buitrón
11 de marzo de 2023

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MADRE II

Quién sabe si Madre ha fugado ya a su felicidad secreta.

Quizás, en su silencio clandestino, ya decidió olvidar sus tantas lágrimas y quedarse con todo lo que en su pasado fueron las chispas más intensas de la felicidad y del gozo.

Quizás estacionó su memoria en los momentos donde fue luz inmensa a pesar de las sombras.

Quizás entendió que seguir en el presente sería una ansiedad inútil, una vana decrepitud de su paisaje.

Madre no está enferma: en sus sueños saborea la historia de sus instantes decisivos.

Hay recuerdos, muchos recuerdos, que cuelgan de sus ojitos arrugados como ropa recién lavada, como macetas recién regadas con el agua fresca de su amor.

Están las alegrías, están los placeres, están las vertiginosas experiencias de su día a día.

Están los sonidos, las palabras, las voces nuestras, los encuentros que quedaron repicando para siempre en su reloj.

Quizás su respirar agitado es su manera de evitar que las horas que vienen arranquen de raíz nuestras nostalgias frutales.

Madre se estremece con la lejanía de un bolero nocturno, de un yaraví profundo, del olor de sus geranios o de la vieja algarabía de la fiesta familiar.

Talvez no pretenda más que aliviarnos la pesada carga de soledades que nos agobiará a los demás.

Los hijos y los nietos solemos compadecernos como si entendiéramos lo que se mueve allá adentro, los jilgueros que dan vueltas alrededor de su corazón inquieto.

Madre ya no escuchará de epidemias, plagas, guerras, ninguno de nuestros miedos del ahora.

Madre ya no sufrirá el dolor de la incertidumbre y las pesadillas contemporáneas.

Madre advierte que ya fue suficiente lo que atesoró en el sabor de sus afectos, sus  bondades, sus solidaridades.

Madre sabe que ha llegado el día de flotar, eterna, sobre quienes la amaremos para siempre.

Sobre quienes deberemos amarnos para siempre en lo más bello de lo mucho o poco que nos faltará transcurrir en busca de sus pasos.

Rubén Darío Buitrón
12 de marzo de 2023

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MADRE III

Ya somos huérfanos. Desde esta noche habitamos la orfandad.

Entramos despacio y temerosos a esta bóveda oscura luego de las bendiciones invisibles.

Madre se ha ido en silencio, diciéndonos tanto sin decirnos nada.

Se ha ido caminando de puntillas, sin hacer ruido, se ha ido sabiendo que cumplió su último deseo: el de volver a juntarnos en fraternidad.

Y aquí estamos. Mirándonos perplejos, asustados, mojándonos los unos con las lágrimas de los otros. Y viceversa.

Cómo será necesitar a Madre y buscarla a tientas entre los recuerdos.

Cómo será extrañar a Madre e intentar abrazarla en el viento sin rumbo que aviva sus cenizas.

Cómo será preguntar a Madre y no encontrar más respuesta que la urgencia de reandar sus huellas.

Cómo será no pensar en Madre como un domingo de manjares y abrazos.

Ya somos huérfanos. Desde esta noche, y para  siempre, quedamos instalados en este extraño sentimiento que mezcla el amor con la más eterna melancolía.

Rubén Darío Buitrón
13 de marzo de 2023

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