Sueños, visiones y vida real los aspectos femeninos de la cultura
Por: Mgs. María Eugenia Torres Sarmiento
Comunicadora Social y Gestora Cultural del Cañar (Ecuador)

«Estoy convencida de que la especie “humana” se desarrolla como especie doble “varón” y “mujer”, que la esencia del ser humano, a la que no debe faltar ningún rasgo, tanto en el uno como en la otra se manifiesta de manera doble y que toda la estructura de la esencia pone en evidencia esta impronta específica» (Edith Stein, La donna).
Caminar en medio de la selva ecuatoriana, convivir con culturales con vida propia, costumbres conformes, en las amplias selvas vírgenes de la provincia Oriental de la República Ecuatoriana, habitadas por varias tribus indígenas, algunas de las cuales están actualmente medio civilizadas y son cristianas de nombre, existiendo algunas completamente salvajes e independientes de los blancos, constituye una experiencia que muy pocos lo han podido vivir, como es el caso de Rafael Karsten, el llamado Etnógrafo de los “jíbaros”, término que se usa todavía actualmente como un término despectivo en la comunicación entre mestizos y shuaras, sin embargo Karsten, la usó para referirse al grupo lingüístico jíbaro.
Entre estas últimas, los indígenas del Napo, que habitan en el curso medio del río Napo, los indios Canelos, que viven a lo largo de los bancos del pequeño río Bobonaza, un afluente del Pastaza, así como los indios Cocama en el Marañón, son los más importantes, mientras que entre las tribus que aún viven en un estado de naturaleza existen los poco conocidos Avishiris en la región del río Curaray, los Záparos en el río Tigre y las diferentes tribus de la gran nación Jívara. Los últimos en mención, que se autodeterminan Shuara, -del cual el nombre Jívaro parece una distorsión del español- constituyen probablemente una de las más numerosas tribus en Sud América al este de los Andes. Habitan en un área bastante extensa limitada aproximadamente por los Andes ecuatorianos al oeste, el río Tigre al este, y el Marañón al sur. Creo que antiguamente el Pastaza era aproximadamente el límite este del territorio Jívaro; pero en la actualidad existe por lo menos una tribu entre este río y el río Tigre.
Cientos de viajes fueron los testigos de inolvidables encuentros y descubrimientos entre 1916-1919 y 1928-1929, que los realizó Rafael Karsten, mismos que nutrieron una enaltecedora experiencia qué solo un amante a la vida, pudo haberlo hecho en la región occidental del Amazonas. Absorber del pueblo jíbaro: los shuar, los achuar, y los aguaruna, caracterizados como inteligentes, prudentes y conscientes, toda una cultura en medio de las profusas aguas del Río Upano, realmente constituye un aprendizaje que pocos pudieron haberlo tenido.
Estos pueblos: Arapicos, los Chirapas, los Upanos, los Pautes, los Santiagos, los Gualaquizas, los Cusulimas, los Huambiza, los Copatazas, los Achuaras, los Antipas y otros más, que resistieron a todos los intentos de conversión de la iglesia, según conceptos cosmológicos que subyacen a los ritos y tabúes son relevantes. De ahí que, el mencionado etnógrafo, muestra la lógica que había detrás de diferentes formas de tabúes dietéticos y el significado ritual de varias plantas. Sus análisis de la magia simpática contagiosa, de la transmisión de características de los objetos a las personas, han sido confirmados por otros etnógrafos como es el caso de su estudio sobre la magia aguaruna.
Me he maravillado de todas las anécdotas vividas por Karsten, una de ellas aquella que inicia en 1450, cuando el imperio inca empezó sus intentos de colonización, cuando los jíbaros casi no habían sido tocados por la cultura mestiza, mantenían aún sus simbolismos y su pensamiento era propio de su cultura.
Sus investigaciones fueron muy profundas, y no fue la excepción en cuanto a ser curioso en prácticas que se volvieron cotidianas en esta cultura como: las vendetas bélicas, la reducción de cabezas, los ritos de iniciación; la magia en gran parte todavía está viva, aunque en formas diferentes. Casi todos los que estudian a los jíbaros se han interesado en la caza y la reducción de cabezas, y Kartsen no fue la excepción, pues el, no solo describe ambas prácticas, sino también las coloca en un contexto socio-político y de género: “las ceremonias de la tsantsa”, estimulan el poder del espíritu, decía, y otorgaba un alto prestigio personal. Pero los personajes principales de estas ceremonias no son los guerreros que participan en la caza de cabezas, a excepción del que toma la tsantsa, sino las mujeres (esposas e hijas adultas) que tienen un parentesco cercano con el que toma la tsantsa.
A pesar de que la guerra y la caza de cabezas son actividades estrictamente masculinas, Karsten nos cuenta que el resultado afecta en gran medida a las mujeres; a través de ellas, la tsantsa da fertilidad e incrementa la producción hortícola. Así también, el interés de Karsten por las actividades femeninas fue muy fructífero; se percató de la existencia de los anent femeninos (“cantos mágicos”). La fascinación de Karsten con los rituales y las actividades femeninas le llevó a describir un conjunto de rituales femeninos, entre otros, los ritos de iniciación. Fue, el único de sus contemporáneos que reconoció la existencia de estos rituales, dándole la importancia que tienen estos aspectos femeninos de la cultura.
Lo especial e importante de Karsten, se centraba en la prevalencia a la participación de la mujer en los rituales, pues siempre rechazaba el ideal cultural, cuya máxima se expresa en el dicho: “el hombre sigue a la mujer”, aunque Karsen en toda su perspicacia también tuvo errores cuando expresó que “los jíbaros eran patrilineales”, que la identidad social se transmitía sólo a través del padre, quedando las mujeres fuera del cálculo. Como podemos ver, Karsten se adelantó a su tiempo en lo que tiene que ver con la antropología sobre las mujeres.
Por vez primera en la década de los setenta, la antropología empezó a centrar su atención en las relaciones de género. Por aquel entonces el paradigma de la subordinación universal de las mujeres estaba en boga. No fue antes de mediados de los ochenta que la antropología empezó a percatarse de la influencia de las mujeres y a escribir al respecto, algo que Karsten enfatizó setenta años antes. Karsten consideraba que las mujeres jíbaras ocupaban una alta posición religiosa en su sociedad: “la verdad es que la esposa jíbara, no es completamente independiente dentro de su esfera de actividad, pero ejerce una considerable influencia social y autoridad aun en materias de interés principalmente masculino.
Siempre hablamos de qué cuán civilizados estamos en el siglo XXI, la razón no quita fuerza, cuando observamos que tanto en nuestras sociedades mestizas, como en la cultura jíbara hay un las mujeres siguen siendo objetos de intercambio en las alianzas matrimoniales formadas por hombres. Existen pocas sociedades civilizadas donde el hombre, de manera tan infalible pide un consejo a su mujer, incluso en asuntos sin importancia, como entre los mismos salvajes”. Recuerden en series, leyendas y documentales, se ha observado como los bárbaros asesinan y violan a las mujeres, indefensas frente a ellos. Al menos en aquellas épocas la mujer se defendía de la forma que sea del ultraje masculino, el maltrato era vengado por los familiares.
Las características son las mismas en las sociedades mestizas que en la cultura jíbara, sólo difieren disfrazadamente de las llamadas prácticas, pruebas del dominio masculino. Precisamente fue, la poliginia en los diferentes enfoques sobre el matrimonio en relación con el género: de acuerdo a Karsten, el principio poligínico provocó una escasez de mujeres disponibles, lo cual condujo a un desinterés en el matrimonio por parte de las mujeres; nunca tuvieron que preocuparse por conseguir marido puesto que había un número relativamente menor de mujeres solteras en comparación con los varones. Para los varones, por otra parte, la situación era diferente, tenían que trabajar duro para conseguir una mujer. Karsten proporciona un ejemplo muy pertinente de la importancia que los hombres dan al matrimonio.
Por medio de sus retratos de la vida doméstica de los jíbaros y de sus relaciones afectuosas, Karsten oblitera el mito de los hombres jíbaros como salvajes brutales e insensibles. Un ejemplo lo constituye el término “captura de mujeres” que usan otros autores para designar lo que de hecho son dos cosas completamente diferentes: el rapto intragrupal de mujeres durante la guerra y el “rapto” intergrupal. Karsten usa el término “rapto” para referirse a la captura intergrupal, lo cual es una designación menos engañosa. De lo que se trata en verdad es que una mujer y un hombre se enamoran pero no pueden casarse por varias razones, y entonces huyen juntos.
Y es así que el libro “The Head-hunters”, de Karsten de 1935, es citado por muchos antropólogos jóvenes para explicar la importancia cultural de las mujeres en estas culturas, y éste, conlleva a poner atención en un aspecto importante de la literatura de Karsten, que en primera instancia fue el fruto de estudios intensivos en áreas limitadas, alago inusual para su tiempo. Además, este contenido, fue muy criticado porque su investigación era libre y con justicia, por su falta de referencias: se dice, que no presenta las fuentes de la información recopilada en base a la cual establece sus conclusiones. No se puede saber a partir de la lectura de sus obras si quien le dio los datos, fue un mestizo o un jíbaro, un hombre o una mujer, o si se basó simplemente en observaciones.
Según él mismo, y su testigo confiable “Michael Brown”, uno de los investigadores más renombrados de la cultura jíbara, -los sueños y las visiones, constituyen para los jíbaros la “verdadera realidad” y la vigilia se considera una sombra de dicha realidad-. Con ello quiere decir que, para los jíbaros, la esfera de los sueños y las visiones se considera más sustancial que la vigilia, los sueños no son únicamente un canal que conduce a otra realidad, sino también una herramienta para influir en el futuro y darle forma. Los mismos jíbaros también dicen que los sueños constituyen la realidad cuando se les pregunta al respecto. Sólo si examinamos cómo se utilizan los sueños en la vida diaria, tal como lo hizo Brown, el entrañable amigo de Karsten, podemos entender la compleja interacción entre los sueños, las visiones y la “vida real”. El enfoque de Karsten con respecto a los sueños y las visiones se origina en parte, claro está, en el tiempo que vivió y en su enfoque (no) teórico, y en parte en su desinterés por el análisis onírico.
Los relatos de Karsten sobre estas experiencias entre los jíbaros están cargadas de amor a un pueblo que él describe inteligente, bello, valiente, orgulloso e independiente. Esto a pesar de que escapó de morir varias veces y, según Flornoy (1954: 13, en Karsten, 2000), esté gran amante de la vida, “perdió un ojo durante sus viajes”. ¡Un hombre verdaderamente notable! Pero aun así, Karsten era un “adelantado” en sus ideas, todavía era hijo de su época, y como tal debemos evaluar su persona y sus contribuciones a la etnografía de los jíbaros. Por ejemplo, la perspectiva evolucionista que compartió con muchos de sus contemporáneos.
De ahí que, al comienzo del tercer milenio, la subjetividad femenina tendencialmente se expresa entre estos dos puntos. En el mundo hay muchas culturas femeninas; cada una de ellas, con modos, formas y tiempos propios, se esfuerza por encontrar un equilibrio que evite los dos extremos peligrosos de este proceso: la uniformidad, por una parte, y la marginación por otra. La diferencia y la igualdad de las mujeres no es contra sino con. La experiencia histórica de la condición femenina ha enseñado a las mujeres que la neutralidad es, en realidad, una forma de despotismo, y nos hace salir de lo humano.
Y vuelvo al mismo tema…, fue el etnólogo centrado en el mismo interés a las razas humanas, a los indígenas poco desarrollados. Escrupuloso que registraba cuidadosamente lo que oía y veía. Fue muy empírico en su enfoque y, por lo tanto, no se cuenta entre los que hicieron desarrollos teóricos a la antropología. Sin embargo, sus trabajos son invalorables en cuanto al retrato que ofrecen de un modo de vida ahora desaparecido. Definitivamente, Karsten nos dio una contribución importante a la etnografía de los jíbaros, tal vez la más significativa: la consideración de los aspectos femeninos de la cultura.