Poemas sueltos (XII). Noche
Por: Eugenio Crespo
Poeta, Cuenca (Ecuador)
*
Los minutos, donde volver es un proceso, iban galopando a lo largo de su círculo universal, viciado de sonidos. Son las dos y quince y no logro conciliar el sueño. Bastarda noche que me embiste y muerde con su azufrado silencio, dejándome indefenso y en un catatónico estado.
Ni tampoco me era difícil imaginar que vendrían por diferentes flancos gigantes y diestros cazadores con su jauría de fantasmas a rodearme ,como presa ideal, hasta oír un aullido primitivo de dolor prolongado, como una petición de indulto, y haciendo que mis temores se dilataran.
La noche se expandía mostrándose desértica y su cómplice silencio, como un desnudo polvo, iba cubriéndome el costillaje y subyugándome al agotamiento. Este es mi territorio, mi universo, donde la borrasca de la altura es del tamaño de mi inutilidad; y en los campos que me asignaron, ninguna huella ,ave o estrella pude dibujar.
Las cosas están aquí, las de diario, son un testimonio vivo, inequívoco, de mi estadía, pero igual han perdido el movimiento de sus formas y caerán también al suelo, acompañadas de un convulsionado sonido y con la expresión dura del interrogante; las olfateo, tienen ese olor envejecido y tardío igual que yo.
Ayer, con el sueño aún vigente, allá, en el lugar más distante, e ése hilo elíptico del poniente, donde la furia de las aguas con su vómito de espuma arrastraba a todas las naves, pude ver por unos instantes el único vuelo libre con su luminosa estela, la de la imaginación humana.
Ahí hasta este camastro dócil, abnegado, lugar de múltiples cavilaciones, donde permanezco conminado con mis húmedas y mohosas interrogaciones y secretos que angustiadas van enredándose en el cuerpo y apretándome la razón, donde el sonido vago, entrecortado, el de mi respiración, se extingue en el silencio de algún rincón, llegase a tiempo por esas escaleras imaginarias que cuelgan de la noche, un rostro con nombre de mujer, acompañada por un coro de ángeles y arcángeles y que poco a poco, de puntillas, sobre una sutil melodía se acercase a mi mundo de urgencias, con una ración de ternura, y con el secreto de hablarme al oído lo soñado, llenándome de fábulas que advinieron en su inocencia. Era evidente que la noche terminaría de escribir su diario y que se mantendría inmutable. Tal vez yo era una especie de repelente por compararle con la ceguedad del hombre o por esta mi soledad que le hace bulla, pensaba; y de pronto hay un llamado de la memoria hacia la memoria: es un ir angustioso, en caída libre, hacia adentro, muy adentro del retorno, donde al intervenir en el fluir de la sangre ,se puede ver, con una serie de espasmos, rostros de antiguos espejos, de anteriores representaciones, que se bifurcan y se pierden en su propio laberinto con profundas cicatrices de libradas e inútiles batallas en mi inventada y larga y absurda guerra.
Y heme aquí, solo y anónimo, sin identidad alguna, acosado por las bestias de mis preguntas y respuestas, y con mi ángel de la guarda fatigado y ya distante, intentando levantarme en equilibrio, con la pesada carga del aprendizaje, y avanzar escondiéndome de mis miedos, en busca de un refugio que me libere de la noche.
Y antes de dar pie con estas voces sin registro alguno a los campos deslumbrantes de la locura, más extensos que los bosques y jardines de los sueños, vuelvo a preguntarme con temor, y mis pueriles esperanzas, una y otra vez más: si pudiera a la noche que no da tregua ni señales de gastarse, morderle las horas, con la fuerza de un animal malherido, o disponer de una llave maestra, para abrir el día.