Canciones de guerra, amor y muerte

Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias

En las guerras, mientras se matan, los hombres componen canciones. Bellas canciones de amor y de muerte en las que a menudo añoran la paz. La brisa murmurando entre las hojas del árbol de su patio, el farol de la esquina, que les vio reunirse de niños y cuando adolescentes alumbró su primer idilio con la vecinita hecha mayor de pronto, los paseos vespertinos por el parque, las luces de neón reflejándose en el suelo mojado por la lluvia, las conversaciones en el porche las noches de verano, la fragilidad dorada del trigo en los campos hogaño destrozados por la metralla. Alguien que sufrió una guerra cruel y despiadada como todas lo dejó escrito: “En los tiempos sombríos / ¿se cantará también? / También se cantará / sobre los tiempos sombríos”.

Pasados los años, atemperadas las pasiones y olvidados los motivos que la ocasionaron, podría incluso llegar a pensarse –los estetas lo harían– que si algo hay que pudiera justificar una guerra son las hermosas canciones que se compusieron en ella. La ambición de los poderosos, el orgullo de los generales y hasta las medallas de los héroes no valen lo que esas canciones. Si se perdieran todos los documentos y sólo quedaran ellas, los historiadores del futuro podrían rememorar con su único auxilio el alma esencial de aquellos hombres que vivieron en medio de la angustia y para huir de ella pusieron música a sus sueños. Y por el contenido de esos sueños se podría quizá medir la magnitud de la hoguera en la que quemaron sus ilusiones y sus vidas los jóvenes de unas generaciones ya olvidadas.

“Tengo miedo del adiós, / del olvido y de la nada. / Viviré mientras no me olvidéis.” Esta estrofa de tiempos sombríos se canta todavía en círculos de antiguos milicianos izquierdistas de la guerra del Líbano. Quien la inspiró cayó en aquel conflicto, pero seguirá vivo mientras sus compañeros lo evoquen en su canción. Luego, si ésta echa anclas en la sensibilidad social y se universaliza, será cantada por gentes de otros tiempos y otros países, ya sin la carga emotiva que le dio origen. Quién sabe qué amargas canciones acabarán evocando a las gentes de mañana las guerras que hoy golpean a Ucrania, Yemen, Sudán o Siria.
De la guerra de Troya sólo nos ha llegado la letra de una canción terrible y bellísima. Leyéndola podemos revivir el entrechocar infausto de las armas, la funesta cólera de Aquiles, el valor sin esperanza de Héctor, el amor de Andrómaca, la belleza de Helena, las lágrimas de Príamo.

Las obras en las que los hombres han puesto parte de su alma pretenden llamar al corazón de los hombres futuros. Sólo algunas lo consiguen, logran entrar al lugar misterioso donde moran perennemente los aedos de antaño. El lugar recóndito del alma colectiva de los pueblos, que tiene dos puertas: la que conduce al olvido y la que abre la senda de la inmortalidad. La vida y las acciones de los hombres se consumen en la búsqueda constante de esa segunda puerta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *