El techo de cristal asaltado por semilleros de investigadoras

Por: Pedro C. Martínez Suárez, PhD
Vicerrector de Investigación Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)

Fue el encuentro con una mujer, Lucy, de 20 años de edad y apenas un metro diez de estatura, el mejor de los encuentros. Australophitecus afarensis, africana, de 3,2 millones de años, Lucy me llevó a reflexionar más profundamente sobre nuestros orígenes. Asimismo, me quedé deslumbrado con los trabajos de Mary Leakey sobre las huellas de Laetoli que datan de 3,7 millones de años y que nos colocan en un rango de hasta 5 millones de años de bipedismo, carácter erguido y manejo de instrumentos, tres de los cuatro criterios de hominización. Es sin duda, el último criterio, referido al uso de instrumentos el que explícitamente, representa Stanley Kubrick en el inicio de la película ‘2001 una odisea del espacio’. Junto con este hallazgo debemos considerar el mencionado por la antropóloga feminista Margaret Mead, quien en una audiencia con sus alumnos señaló que el primer signo de civilización fue ‘un fémur fracturado’ que posteriormente fue sanado y que en aquel momento no podría haber sido así sin la ayuda de otro ser humano.  Encontramos aquí dos circunstancias fundamentales para la ciencia: los inicios de la tecnología, que datan probablemente de entre dos y tres millones de años y los orígenes de la civilización con la tecnología artesanal suficiente para recuperar un fémur, algo posterior, pero con mucha certeza, unido indisolublemente a la hominización. Justamente lo que nos hace humanos, es decir, la ciencia y la solidaridad. Así el político Errejón destaca:

“El primer fémur cicatrizado indicaba que por primera vez en la humanidad no éramos desconocidos el uno para el otro, sino que teníamos instituciones de solidaridad que cuidaban, también de los que habían tenido mala suerte o de los más débiles. Ese es el desafío que hoy tenemos por delante”

Cuando hablamos de ciencia y solidaridad, hablamos también de recuperación de derechos y por eso estamos hoy aquí. De acuerdo con Cárdenas-Tapia (2015) del Instituto Politécnico Nacional-ESCA Tepepan (México), la participación de las mujeres en la ciencia no sólo es una cuestión de justicia social, sino también económica, por la pérdida de competitividad que supone para los países el no contar con el talento femenino.

A nivel mundial las mujeres investigadoras representan un promedio que oscila entre el 25 y el 35% dependiendo de los estudios y predomina su inclusión en las ciencias sociales, en las áreas STIM es mucho menor. Según la UNESCO, en un estudio reciente solo un país de cada cinco ha conseguido la equidad de género en este tiempo y los salarios, a igual trabajo, siguen siendo menores. Para reivindicar la lucha que pretende eliminar la brecha de género es por lo que nos hemos reunido hoy aquí para que el programa “Red de mentorías y semillero de investigadoras” de la Universidad Católica de Cuenca cambie la historia y sea una herramienta afilada en contra de la inequidad de género existente en el mundo y en nuestro país. Lo haremos asaltando el cielo y rompiendo el “techo de cristal”, metáfora usada corrientemente por los grupos feministas para referirse a los límites que las mujeres encuentran para acceder a su inclusión en los sistemas de ciencia y tecnología. Queremos también evitar el efecto goteo que tampoco acaba con la brecha de género. Nos proponemos algo que no es inalcanzable, en algunos países bálticos ya se ha conseguido superar el 50% de doctorandas y en gran parte de la UE los porcentajes de investigadoras rozan el 45%. Por suerte, o porque en un momento existieron políticas públicas que lo hicieron posible, según la UNESCO (2020), en Ecuador, aproximadamente un 41% de mujeres son científicas, pero aún queda por trabajar. Reitero, es por eso que estamos aquí, este es nuestro principal leiv motiv. Soñemos como lo hizo Lucy… in the sky with diamonds, que por eso es por lo que los investigadores denominaron Lucy a nuestro Australophitecus.

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