Obscenidades
Por: Juan Almagro Lominchar, PhD
Universidad de Almería (España)
Que Quino era un maestro es una obviedad. En una de sus viñetas, Susanita, amiga de Mafalda, proponía recaudar fondos celebrando un banquete a base de pavo asado y otras viandas de suculento interés culinario. La finalidad de aquel altruismo era comprar otros alimentos, como harina, fideos y sémola: “esas porquerías que comen los pobres”, apostillaba Susanita. Ante tal obscenidad, Mafalda abría enormemente sus ojos y miraba al infinito, como buscando la respuesta al despropósito que acababa de escuchar.
Hoy en día, las obscenidades y los despropósitos forman parte de nuestras vidas, conviven con nosotras en nuestros barrios y nos acompañan mientras cenamos frente al televisor.
Una mañana cualquiera, bajas a desayunar y compras la prensa. En la sección de noticias internacionales lees que EEUU. considera una maniobra ofensiva y poco respetuosa por parte del gobierno chino haber permitido que un globo espía permanezca sobre el cielo estadounidense. Imagino a un chileno o a una chilena leer como EEUU. acusa de falta de escrúpulos a otro país; también, a un/a habitante de Iraq o Sudáfrica. Veo en sus rostros dibujada la contrariedad, recordando las incívicas y obscenas maniobras de la CIA, priorizando los intereses económicos de la oligarquía neoliberal a la democratización de sus pueblos y a la injusticia sufrida por sus antepasados.
De vuelta a casa, puedes pasear por algunos barrios de la ciudad y descubrir casas y coches empapelados con octavillas que anuncian una compra rápida y eficaz de las viviendas, con el fin -esto no lo explicitan- de que estas pasen a formar parte de una de esas empresas tenedoras que, en un abrir y cerrar de ojos, convertirán el edificio en un bloque de pisos turísticos. ¿Se puede imaginar una ciudad sin vecinas, sin vecinos, sin barrios? Si esas viviendas pasan a ser apartamentos turísticos, ¿dónde irán a parar quienes residían en ellas? Quizá, la respuesta sea similar a la que, los inversores de la Condor Oil, dan a don Jacinto en la novela Rosa Blanca, de B. Traven, cuando éste pregunta por el destino de quienes ya ocupan los pozos petrolíferos a los que las personas de su hacienda han de ir a trabajar si vende sus tierras a aquella compañía petrolera norteamericana: “Sencillísimo, don Jacinto, nada más sencillo que eso. Aquellos hombres tendrán que ir en busca de otro sitio cuando nuestros hombres de acá lleguen”.
Finalmente, puede que te sientes frente al televisor mientras comes, o que escuches en cualquier emisora de radio que las entidades financieras han batido récords de beneficios en el último año. Sin embargo, pocos o ninguno de esos medios de comunicación abordarán con rigor la relación entre ese desproporcionado incremento económico y la guerra en Ucrania, mientras que quienes depositan sus ahorros en esos multimillonarios bancos no llegan a final de mes.
Y así, cuando te vayas a la cama, quizá pienses en todas estas obscenidades y despropósitos. Entonces, puede que abras mucho los ojos, como lo hacía Mafalda, pero que la oscuridad te impida ver con claridad y los vuelvas a cerrar para dormirte, hasta el día siguiente.