Juan Montalvo. Vida afectiva
Por: Ruth Cobo Caicedo, Dra. en Psicología Clínica
Ambato (Ecuador)

Niza. 1870.
Se llamaba Lida, y tenía por amor lo bello, lo libre. Amaba como el sol a las flores primaverales, a la piel en el idilio de las rosas, al canto de la luz con su espíritu de artista idealizada.
CARTA DE LIDA A MONTALVO
“El amor constituye el fondo del carácter de una mujer, el amor puede llenar toda su existencia: su vida es amor. Comprendo un amor dulce, bien inspirado, bien sentido… el amor perfecciona a las mujeres… Lo que el hombre puede hacer por la fuerza de la inteligencia, la mujer lo hace por la fuerza del amor. El amor es la alianza de los sexos, en las travesías por la vida, el amor es la fuerza que los salva.”
Sin duda, Lida desborda su alma en la precipitación de las palabras, que brotan prestas reflejando su naturaleza inquieta y transparente, su caudal interior que, como torrente, vierte hacia el exterior sus añoranzas:
“En cuanto al amor que se le da a un hombre, nada más justo, nada más hermoso, nada más dulce, nada más santo, ya que ella se considera una sola cosa con él, y quiere estar junto a él en el cielo y en la tierra”.
El amor que ama en la búsqueda incansable del amado, de la complementación o de sí mismo, en la compenetración del alma que quiere encontrar su igual, para poder ser canto o ser vuelo, para poder ser luz y ser arpegio.
“Por desgracia hay quienes miran al amor nada más que como una distracción pasajera, como un juguete que lo desechan… estas gentes pisotean el sentimiento más noble que Dios ha puesto en la naturaleza del hombre”…
“No hay dicha sin amor, no hay amor sin estimación. Desdichado el hombre que desprecia a su mujer, desventurada la mujer que no aprecia a su esposo.”
Lida sentencia la vida del hogar y declara una máxima tácita y verdadera. El espacio en donde prevalecerá el amor será en la relación de pareja, proyecta ilusionadamente su futuro, construyendo en sus neuronas la proyección de lo que quiere para ella:
“Por débil necesito ser fortalecida: él será mi sostén, el me conducirá por los senderos de la vida, el me salvará de los peligros; él es mi árbol, árbol fuerte, árbol grande, yo me apoyo en él, el me abraza con sus ramas, me da su sombra, ya que él me ama y me protege, quiero amarle en la medida que le debo”.
Lida enamorada del ideal de su proyección interior, deseó íntimamente encontrar en Montalvo la complementariedad de su esencia, la certidumbre de alcanzar la luz, el sol, el canto, la gracia para vertebrar sus ilusiones y darlas a la vida y proyectar su luz y alimentarla.
Es espíritu, ilimitado como es, talvez intuye su simbiosis con otros elementos naturales y la tierna sensibilidad de su aprehensión por lo hermoso. Montalvo inmortaliza sus ideas y nos hace recordar que el cautiverio del amor es el cautiverio de los ángeles.
“No es cierto que se ama en el cielo, es justo que los seres divinos amen, puesto que son felices”.
La naturaleza interior de Lida vibra al estertor de cosmos. Diáfana y pura crece su alma como la de la adolescente que inspira o como la de la mujer que ramilla el perfume de sus flores para darlas.
CARTA DE MONTALVO A LIDA
“¡El amor impera sobre el mundo: las estrellas se aman! ¿No has visto como ellas parpadean en la noche intercambiando sus dulces rayos de luz? Tienen ellas un lenguaje que nosotros no comprendemos, es una armonía luminosa que resuena en la bóveda azulada y que se pierde en los aires antes de alcanzar nuestros oídos. Escuchad el amor de las estrellas y habréis escuchado poesía”.
Huidizo, queriendo desconocer su propio fondo, entre los laberintos de la sangre y los recuerdos, queriendo oprimir sus sentimientos por debajo de la piel, sus más íntimas emociones coartadas talvez por los dolores y las lágrimas, a su amada Lida, le dice:
… “No se puede ser feliz con los ojos húmedos, yo soy muy partidario del dolor, quizás porque él me ha acompañado largo tiempo… la soledad y el silencio, son todo mi universo…”
El corazón enamorado es un héroe, pero en él, ese héroe, se precipita a desbocarse por las aristas grisáceas del olvido; aún amándola, no quiere permitir que su corazón siga soñando. Montalvo, se niega al ensueño de lo amado, y llega a la apología de las lágrimas.
Mas, sin embargo, a momentos se destella y estalla en él la escondida euforia de lo sublime, la ilusión en él es como la espuma de los mares que retorna persistente, detrás de cada ola, eterna e infinita en sus anhelos:
“Tú eres el arco iris en el cielo… Mírame, quiero ver en tus ojos el paraíso. Abrázame, quiero arder en ese fuego en que se consumen los ángeles”.
El amor deja huellas profundas en el alma, con su sensibilidad de pétalo o magnolia, de cristal y fragancia, de brisa y trueno, de lágrima y pupila dejará las señales que ni el tiempo podrá corroerlas.
“El amor es un ángel luminoso, cuyos destellos durarán largo tiempo”.
y no se difumina con los días, sino que acrecienta los recuerdos.
“Lida, mi bella Lida. Mi dulce Lida, tu mereces no amarme más. Tú lo ves, yo soy malo sin saberlo… ¿Por qué, infelicidad he podido inspirarte una pasión que no puede estar seguida de la felicidad? Tu pureza merece otro hombre menos incapaz de hacerte feliz”.
Pero él, en su intimidad, en su profundo sentir, en las entrañas de su soledad, sabe que Lida es para él el sol, la luz, el agua, el arpegio, la melodía, el aire. Ella es vital como la esperanza, como el lirio de los días en los ojos gastados, como la muestra de fe en cada aliento, como las alas indispensables para el vuelo, como la noche para la luz de las estrellas, como página en blanco que espera ser llenada por su pluma.
“Un amor destrozado es un monstruo terrible… uno mira el mundo sin movimiento, el cielo sin su azul, el sol sin su luz, la tierra sin horizontes, el corazón sin esperanzas… Tú ardes, y tu fuego me devora. Tú lloras y tus lágrimas calientan mis mejillas, tú no duermes y tu insomnio me consume”.
Lida, deseosa de ser de él, insiste en ir a verlo, en encontrar la dicha de sentirse amada del ser enamorado.
“para mi vivir es amar, para mi amar es vivir”,
le dice.
“No vengas Lida, no vengas”.
responde Juan Montalvo desde la vividad de sus lágrimas.
¿Qué circunstancia dolorosa y terrible, hace a Montalvo que se separe de su amada? ¿Qué retrospección herida, o qué culpa, duele insistentemente? ¿Por qué cada día siente desmerecer el amor brotado desde la más pura proyección de la belleza.?
Las frases entre comillas de las cartas de Lida a Montalvo y Montalvo a Lida son tomadas de “El epistolario de Montalvo” de Jorge Jacomo Clavijo. Ed. Casa de Montalvo. Ambato. Ecuador.