Breves historias de mares, náufragos, y otras azules

Por: Dr. Fernando Mora
Médico y escritor (Cuenca-Ecuador)

Dedicado a Maya.

Ella lo conoció en tierra firme, parecía tan normal, lo encontró tierno a pesar de que su presencia se asemejaba al de una especie salvaje, por lo que llegó a pensar que era un extranjero y que procedía de un país apenas conocido.

Conforme pasó el tiempo con él, llegó a enamorarse, notaba que le atraían los azules, que ponía demasiada sal en las sopas y le molestaban los acuarios. Se preguntaba ¿Por qué en los cuadros que dibujaba había peces fuera del agua? ¿Por qué había siempre anzuelos en las criaturas marinas como si hubiesen sido largamente perseguidas? Pese a todo, le gustaban sus caricias, su forma de ser con ella, y  se pasaba muchas horas a su lado. Hasta que una vez, cuando en medio de la oscuridad propicia a sus noches de amor, ella le dijo:

—Te amo.

Descubrió con sorpresa, que en la oscuridad él fosforeció por un instante.

Volvió a repetir:

—Te amo.

Y volvió a fosforecer. Le pareció divertido, nunca había visto algo así, y poco a poco comenzó a decirle cada vez más seguido: —Te amo —en la oscuridad. Y reía viéndole como iluminaba la habitación.  Y fue días después cuando por  hacerle una broma le cambió la sal por azúcar, y le observaba entretenida de que él no se daba cuenta. Lo que pensó que era una inocentada no surtió efecto porque empezó a ponerse enfermo.

Esa noche, cuando apagó la luz le dijo de nuevo:

—Te amo.

Pero ya no fosforecía, preocupada le pasó su mano por la mejilla y la sintió áspera como la piel de un pescado. Asustada encendió la luz, allí estaba él, ya no se movía, de su boca salía un líquido que formaba una espuma blanca.

A la mañana siguiente, lo llevó al médico. Obtuvieron una muestra de lo que se escurría por sus labios. Cuando ella volvió a buscar los exámenes, le dijeron:

—Hemos examinado el líquido.

—¿Qué es?

—Solo es agua de mar.

Cuando regresó, él ya no estaba, desapareció. Pasaron algunos meses, y se dio cuenta que hubiera querido decirle que lo amaba, que era cierto, pero él ya no estaba y no lo sabría.

Ella lo extrañaba, y tenía la sensación que cuando ella dormía él volvía a su lado, sentía que la acariciaba y la hacía por eso suspirar. Ese presentimiento la perseguía, encendía la luz y no había nadie.

Hasta que una noche, no buscó el interruptor. Solo dijo:

—Te amo.

Y la habitación se iluminó, pero no había nadie.

*

¿Sabes una cosa? —me dices.

—¿Cuál?

—Tú fosforeces.

—No te creo.

—Lo haces cuando digo que te amo.

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