Poemas seleccionados (II)
Por: Ramiro Urgilés Córdova
Cuenca (Ecuador)
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Las flores del mal, o un ensayo sobre los errores…
Para mi más triste memoria…
I
Las rosas claman oscuros sonetos,
las campanas retumban sobre los féretros,
pienso en tu piel, ya marchita por el dolor,
en nuestros corazones desgarrados por un puñal de medianoches,
en los ocasos malnacidos, en las noches que no viviremos…
II
No tengo pecho, sino un inmenso hueco,
podrido y agotado, un sino recurrente que te proclama,
una angustia que recrudece como un golpe matutino,
como el recuerdo de mi amada ya inexistente,
que me agobia en frías madrugadas, en cruentas lloviznas,
como una apuesta perdida, como una filosofía fallida,
que entre dulces suicidios me recuerda tu rostro yerto,
consonante, yuxtapuesto, de caricias somnolientas…
III
Tu sombra simplemente se aleja, como un navío
de pesares eternos, de fragancias prohibidas,
de besos pretéritos y miradas inexistentes,
ya no escuchas mis palabras, te encuentras perdida,
y como un verso que el viento ha consumido,
como una llama, que mis adoloridas manos han visto extinguirse…
La muerte de un pájaro
I
Un ave se despliega misteriosa,
surca los cielos en infinito vuelo,
observa los desdeñosos nubarrones,
y, de manera súbita escucha el susurrar de los dioses,
los significados que se vuelven un suave trinar,
una presencia tan frágil: un ave en mi ventanal.
II
Me acerco de inmediato,
todavía invadido por la música naciente,
abro mis ojos, que giran lentamente,
como un sol ante la mañana naciente,
como una flor, que en el cenit encuentra su destino
emulando a la melodía que en el ocaso se vuelve profusa.
III
De pronto la pequeña criatura se estremece…
Agobiada por el firmamento ahora oscuro,
se acerca al vidrio que nos separa,
y me mira, anticipando la postrera despedida,
mi corazón se estremece, y golpeo el gélido vidrio
que me ha procurado una herida de gravedad metafísica,
aquella ave, que majestuosa recorría este mundo,
se desploma y me enseña su herida mortal…
la sangre que también brota de mi pecho,
la muerte y el olvido que pronto habitaremos, su sobrecogedora grandeza,
su vuelo que a diferencia del mío, resulta infinito.