Paraísos perdidos
Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias
En este lugar del puerto, ocupado ahora por grúas y tinglados de contenedores, hubo antaño una pequeña playa de arena negra y cantos rodados. Aquí solías bañarte en el tiempo dorado de la infancia, cuando tu padre, más tarde un anciano tembloroso y doliente y hoy sólo un recuerdo, era Zeus. Si aguzas el oído hacia tu interior, quizá puedas volver a escuchar en el fondo del corazón, por debajo del chirrido de los cables y del ruido disonante de las carretillas elevadoras, los gritos alegres de los y las bañistas de entonces. Esa, que se distingue nítida entre las demás, es la voz joven de tu madre llamándote. La trae a ti el mismo alisio que sigue soplando del mar a la tierra y que es casi lo único que no ha cambiado con los años.
Un día, de pronto lo recuerdas, una ola te arrebató la pelota de colores brillantes que tanto te gustaba. Ni siquiera Zeus pudo recuperarla y la corriente se la llevó mar adentro para que jugaran con ella los delfines y los leones marinos. Con el paso de los años te has acostumbrado a perder otras cosas más importantes y queridas que aquel juguete. Primero tus padres, después tus hermanos y muchos amigos, y con ellos —y los años ya también perdidos— muchísimos proyectos e ilusiones…
El alisio sigue pasando su gran mano sobre el lomo rizado de las aguas, que lamen los sillares del embarcadero con la mansedumbre de un perro viejo. La limpidez azul de otros tiempos está empañada, sucia por el combustible y los variados desechos desprendidos de los barcos. En este lago de detritus arroja su anzuelo un solitario pescador de caña. El tipo seguramente lo ignora, pero es un símbolo de nuestro tiempo. Los pescadores en mares podridos son hoy los masters del universo, los superhéroes, los verdaderos reyes de la creación. Han sustituido en los peldaños más altos de la escala social a otras subespecies de escualos de ribera, como los que echan la red a río revuelto, que, no obstante, coexisten con ellos copiándose unos a otros sus mañosas técnicas a la mayor gloria de sus dividendos. Hoy los negocios más productivos se hacen enterrando playas y prados bajo toneladas de asfalto y de cemento, talando bosques, rompiendo montañas, robándonos al mismo tiempo que el pasado y la felicidad asociados a esos lugares, la posibilidad de poder gozar de ellos en el futuro. Hasta ahora los paraísos perdidos estaban siempre detrás de nosotros, pero estos tiburones de sonrisa de diamante nos los están creando también delante.
No hay que desesperar, sin embargo. Sigue habiendo mucho mar azul y las montañas que desde aquí se distinguen, también azuladas a lo lejos, no han perdido todavía su perfil abrupto y familiar. Se sabe que muchas zonas de ese mar están altamente contaminadas, que muchas especies de peces están naciendo con la aleta caudal atrofiada, que los grandes mamíferos marinos se suicidan con frecuencia ante la alteración de su hábitat biológico. Pero tú no te suicides; es decir, no te resignes, no facilites las cosas a los depredadores, antes bien contribuye a poner todos los obstáculos que puedas a su acción destructora.
Y en los momentos de solaz íntimo y para fortalecer tu ánimo, rememora la belleza y serenidad de los lugares perdidos, haz que en la playa de tu alma rompan de nuevo las olas de otros tiempos, reconstrúyelas dentro de ti y no permitas que nadie te robe la imagen de esos instantes dorados. El mar nunca desaparecerá mientras puedas conservarlo íntegro en tu corazón y hasta es posible que algún día te devuelva la pelota aquella que perdiste.